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Roberto Alagna: «Si leo lo que se escribe de mí, no cantaría ni una nota»

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El tenor presenta disco y visita el Teatro Real en un momento dulce: «Cada aria ilustra mi carrera»
La vida de Roberto Alagna es una ópera. Unas veces con final lacrimoso, profundamente triste; otras, feliz, como el momento que vive ahora. El miércoles sale a la venta su nuevo álbum, en el que regresa a la ópera grabada por la puerta grande con «Ma vie est una opéra» (Deutsche Grammophon) después de más de once años cultivando su exitosa faceta de «crossover». Se le siente absolutamente feliz. Y lo dice, lo repite con una sonrisa. Habla con pasión de su esposa, Aleksandra Kurzak, la Marie de «La hija del regimiento» (ópera que acaba de hacer historia en el Real merced a los dos bises de Javier Camarena), con quien acaba de tener una hija, Malena. A sus 51 años, este Géminis vive una segunda juventud, vuelve a pasar noches en vela esperando una toma de biberón y se echa el cansancio a la espalda cuando duerme apenas cuatro horas. Está en plena forma. Al Teatro Real aterrizará en diciembre para cantar tres funciones (16, 20 y 26) de «Romeo y Julieta» en versión concierto.
–Manon, Butterfly, Roberto Devereux, Orfeo y Eurídice, La reina de Saba... Regresa a la ópera por la puerta grande. ¿Satisfecho?
–Muchísimo, porque en los último años me había dedicado a grabar música ligera y la verdad que volver al estudio me daba miedo, lo confieso. Me preguntaba: «¿Y ahora, cómo va a sonar mi voz?». Y me llevé una sorpresa muy grande porque lo hacía como si fuera un joven, pero sin la arrogancia que uno demuestra en los primeros años. Había más técnica, mayor madurez. Era lo que había tratado de encontrar. Cuando ahora escucho cómo cantaba diez años atrás digo: ¡pero qué bueno eras, Roberto. Qué arrogancia!, de la buena. Y ahora lo sigo siendo. La voz no cambió mucho, pero ganó con el tiempo.
–Canta en italiano y francés y se le ve como pez en el agua...
–Me siento muy a gusto, aunque uno no puede cantarlo todo bien, claro está. Yo he sido precavido, he seleccionado y esperado a crecer para acometer ciertos papeles. Si hubiera escuchado a quienes me decían que este o aquél no eran para mí no habría cantado nada. Canto dramático y el mismo repertorio con el que empecé. Soy afortunado y disfruto descubriendo lo que hay dentro de mí. Cantar dramático te ayuda en el repertorio ligero. Puede sonar a obviedad, pero para cantar bien lo más importante es cantar.
–Casi desde el principio de su carrera se dijo de usted que estaba acabado y que se retiraría joven. Benditos visionarios, señor Alagna.
–Así es, desde siempre me han dicho que no podía, que no sería capaz de afrontar éste o aquel papel y quizá la culpa haya sido mía en parte. Todos tenemos altos y bajos y hasta Netrebko cancela cuando lo necesita. Me gustaría que quienes me han criticado con saña me digan cuándo he estado por debajo del nivel, cuándo he tocado fondo. Es una oscura leyenda que no me quito de encima. Ahora canto lo que antes no podía: no he abandonado mi repertorio, no he bajado la tesitura, ¿entonces? Si hiciera caso de todo lo que dicen y escriben de mí me sentiría una mierda y me habría retirado hace mucho. No cantaría una sola nota. ¿Podría haber hecho una carrera de 30 años si no valiera nada?
–Imagino que no. ¿Y qué piensa?
–Me hace reír. Fíjate que a mi madre hace mucho tiempo le dije: quiero cantar sólo cinco o diez años. Y aquí sigo.
–¿Hasta que el cuerpo aguante?
–Mientras sea feliz, porque cantar es un acto de amor con el público. Aborrezco las atmósferas de guerra, la polémica, la hostilidad. Yo soy un trovador y quienes estamos en esta profesión tenemos la posibilidad de hacer olvidar a la gente durante unas horas los problemas. Ya he hecho mi carrera, he demostrado lo que valgo.
–¿Volverá a la Scala?
–No quiero batallas ni quiero peleas. ¿Por qué volver a cantar en un escenario que no me aporta nada positivo? Si tuviera una carrera por hacer quizá lo pensaría, pero no es el caso. Y puedo elegir dónde quiero que me oigan.
-¿Ha cantado alguna vez por fama o dinero?
–Nunca, ni por gloria tampoco. No concibo mi vida sin cantar. Antes era vital para mí hacerlo en el escenario. Sería estúpido querer acabar de golpe mi carrera, pero mi familia es ahora una prioridad, la necesito cerca. Mi hija tiene nueve meses y la quiero ver crecer.
–No me diga, señor Alagna, que su vida no es una ópera...
–Sí, lo es, como el título de mi disco. La vida me ha dado mucho. Cuando algo en ella ha acabado ha renacido un nuevo Roberto. Y éste que tienes enfrente tiene más fuerza y empuje que el de hace veinte años. Este disco representa un momento especial. Cada aria ilustra mi carrera y mi vida. Con Aleksandra canto la famosa y bellísima habanera «A la luz de la luna», que ya la interpretaba Caruso, y ahora es ella, una soprano, quien lo hace. Resulta tan chocante como especial. Para mí es mi elixir de la juventud, me ha hecho creer en lo que ya tenía olvidado. A mis 51 años me siento joven y en paz conmigo mismo.
–Dentro de cuatro años entrará en el Festival de Bayreuth por la puerta grande con «Lohengrin». ¿No le infunde respeto?
–Estoy satisfecho de la decisión que he tomado. Lo consulté con Aleksandra y me animó. Me va a ayudar a estudiar el papel. Pensaba que no podría y ya estoy en el camino.
–Y hoy, ¿cuánto ha cambiado la ópera?
–Muchísimo. Ahora resulta más complicado hacer una carrera larga como Domingo, Kraus o Volpi porque el público se cansa de verte y quiere savia nueva. Las tecnologías te ponen al alcance y te quemas en un momento. Internet te puede matar. Si cometes un error, al segundo lo cuelgan y tu esfuerzo no vale nada.