No es país para revoluciones
José María Carrascal analiza en su nuevo libro por qué en España, que ha vivido numerosas revueltas, nunca se ha alcanzado la «madurez ciudadana».
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José María Carrascal analiza en su nuevo libro por qué en España, que ha vivido numerosas revueltas, nunca se ha alcanzado la «madurez ciudadana».
Desde 1808 hasta nuestros días, España ha protagonizado trece intentos de revolución, pero ninguno ha llegado a consumarse. Desde la Constitución de Cádiz –primer intento–, hasta la Transición –último hasta ahora junto al 15 M–, hemos pasado por conatos revolucionarios, golpes militares, revueltas, dos Repúblicas, guerras civiles... y aun así, no hemos realizado la revolución necesaria que nos convertiría en una nación moderna y adulta. No hemos conseguido pasar de ser un conglomerado de individuos unidos por lazos de sangre, raza, religión costumbre y tradiciones para alcanzar un cuerpo de ideales y propósitos comunes. Ésta es la idea que analiza y desarrolla José María Carrascal en su último libro, «España: La revolución pendiente (1808-2016)» (Espasa).
En primer lugar, distingue entre nación y nacionalidad: «La primera es un sustantivo, un conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común; y nacionalidad es un adjetivo, el vínculo de pertenencia a esa nación. No es lo mismo, pero los confunden. En la nación tradicional del antiguo régimen, el poder está en manos de una élite, la corona, la nobleza y el clero, y los demás son súbditos. En la nación moderna son los súbditos, la ciudadanía, quienes asumen la soberanía de la nación».
La mayoría de edad
«Esa revolución que podemos considerar como la partera de la nación moderna, en España aún no se ha producido, ni burguesa, ni proletaria, ni religiosa –afirma el autor–. Sin ella, la nación es vieja, inmadura, adolescente. La revolución es la mayoría de edad de las naciones. En España, hemos tenido muchas revueltas gordas, sobre todo en el siglo XIX y en XX, aunque falta una verdadera revolución. Marx dijo que en Europa la primera fue religiosa, el luteranismo, pero aquí la Inquisición estableció un cordón sanitario hermético para impedir entrar estas y otras ideas revolucionarias. Y no sólo eso, sino que hicimos la contrarreforma, que es la contrarrevolución».
Carrascal afirma asimismo que en España, «el pueblo nunca ha tomado el poder, ni lo ha querido, se ha dejado llevar en una actitud sumisa y borreguil, como el “vivan las caenas”, y esto es terrible. El maestro Ortega lo distingue bien, “la revolución va contra los usos y la algarada o revuelta contra los abusos” y aquí los usos se conservan». ¿Qué ha impedido realizar esa revolución?: «Yo lo atribuyo a la suerte de haber descubierto América, que convierte a la España recién nacida en un Imperio, a mi juicio el mayor enemigo de la nación moderna y, luego a que, al estar en el extremo y cerrarse a las ideas europeas, siempre vivimos al margen, hemos ido detrás del mundo moderno, de la Europa de Descartes, de la Enciclopedia, de la Ilustración, de la razón, que fue la base revolucionaria. No hemos participado en momentos fundamentales, como las Cruzadas, ni las guerras de religión o las Mundiales. Además, aquí no existe una gran burguesía revolucionaria. Lo dice Linz, el español de clase media no es un burgués, no emprende, no quiere responsabilidad. Su mentalidad es la funcionarial, muy distinta de la inglesa». Y concluye: «¿Llegará, al fin, esa revolución pendiente? Mientras no hayamos asumido que la democracia no es votar un gobierno y allá se las arreglen, sino que “es responsabilidad individual y colectiva”, como me dijo un político alemán, no seremos una democracia adulta. Sin embargo, soy optimista, creo en el progreso porque lo he vivido. El cambio desde la posguerra ha sido enorme. La diferencia con otros países era grande, ahora es menor. El progreso económico y social es evidente y no se discute que seamos Europa», concluye.