No sin mi «selfie» en la Fontana di Trevi
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ualquiera que haya pasado por la Fontana di Trevi en hora punta, lo que viene a ser casi siempre, sabrá que hacerse la foto perfecta es poco menos que misión imposible. Así que conviene dejar atrás la idea de lograr la postal soñada y aligerar el momento con un autorretrato de «yo estuve aquí», para deleite de una decena de «followers», y poco más. Incluso les diría que hasta se puede pasar por la piazza di Trevi sin darle al «click», simplemente mirando a la obra de Nicola Salvi y a la fauna que por allí se deja caer, que dan para mucho. Pero es una historia que no querrán creer y preferirán desenfundar el «paloselfie» para sobresalir entre las hordas de gente y combatir a los ejércitos orientales que nos superan en número y en práctica en esto del turismo masificado. Será por ello que los «expertos» en Roma dicen que las mejores horas para asomarse por las aguas que guardan Neptuno y sus hipocampos son las de la madrugada. Así lo hizo Anita Ekberg como símbolo de su «dolce vita» y terminó arrastrando a Marcello Mastroianni junto a ella –como para decir que no–. Las siempre prudentes efigies barrocas, ellos y nadie más. Eso mismo es lo que les hubiera gustado a los últimos protagonistas «di Trevi». Pero no, lo siento, la Ciudad Eterna no es como nos han contado las películas. No lo supieron ver dos familias que con golpes y porrazos han logrado llevar a la Fontana de nuevo a los titulares. Esta vez no tenemos robos de monedas, siempre a mano en el fondo de la charca y tan sugerentes en la leyenda negra de la fuente, ni ninguna desgraciada ruptura del mármol travertino. Es tan sencillo, y tan bobo, como una pelea por un «selfie». Igual que en el amor, la tontería no entienden de edades ni de nacionalidades. Y, en esas, E. F. –una joven de holandesa de 19 años– y P. E. –italoamericana, 44– lograron dar con el punto perfecto para la foto que tenían en la cabeza. La pena es que era el mismo y ninguna iba a ceder, así que los gritos y los empujones por defender el lugar fueron los prolegómenos de una trifulca que necesitó hasta tres patrullas para frenarla, pues las familias de ambas también se dejaron llevar por la pasión del crepúsculo romano. Lo que no llegaron a entender es que en Roma la tradición gladiadora solo quedó para la Historia y que en estos tiempos lo que se estila a esa hora, 19:30, es el aperitivo. Ya lo saben para la próxima.