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La obsesión última de Pirandello

El Teatro Fernán Gómez representa un difícil texto del dramaturgo por su simbolismo y metáfora
La obsesión última de Pirandello
El montaje de la obra ha sido muy exigente con los actoresfoto Bruno Rascão
Raúl Losánez

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Obra: Los gigantes de la montaña. Autor: Luigi Pirandello. Dirección: César Barló. Intérpretes: Teresa Alonso, Juan Carlos Arráez, Samuel Blanco, Moisés Chic, David Ortega, José Gonçalo Pais, Javi Rodenas, Natalia Rodríguez, Paula Susavila. Teatro Fernán Gómez. Desde el 21 de enero hasta el 23 de febrero de 2025.
Capitaneada por César Barló, la compañía AlmaViva Teatro acomete la complicada tarea de poner en pie la última obra de Luigi Pirandello. Es difícil por el carácter metafórico y filosófico del texto; por la pluralidad y complejidad de asuntos que toca ese texto, aunque todos estén relacionados; y por el simple hecho de que la pieza quedó inconclusa -después de haberle dado vueltas durante muchos años, la muerte sobrevino al nobel cuando le faltaba escribir el tercer y último acto-.
El argumento de ‘Los gigantes de la montaña’ es el siguiente: una estrafalaria compañía de cómicos, con la condesa Ilse a su frente, pretende llegar hasta una montaña habitada por gigantes para interpretar allí, en los actos de celebración de una boda, una de sus obras preferidas, escrita por un poeta muerto al que amó de manera idealizada. Antes de llegar a su destino, los cómicos se topan con unas personas no menos extravagantes que ellos mismos, a las que lidera el mago Cotrone. Invitados por este, los actores harán noche en una extraña posada llamada La Scalogna. Con los gigantes vistos como amenaza por unos, y como un objetivo irrenunciable por los otros, el encuentro de estos dos grupos humanos permite a Pirandello plantear -con reflexiones muy bonitas, y muy bien atendidas por Barló en su montaje- un conflicto que radica en la bifurcación, y en la mezcla continua al mismo tiempo, de nociones y cosmovisiones antagónicas: verdad y mentira, realidad y ficción, obediencia y libertad, desasimiento y posesión, deber y deseo, razón y fuerza… Como digo, todo ello está bien leído y bien servido por el director en una original y vistosa propuesta, muy coral en el trabajo interpretativo, que rompe con los habituales espacios de representación del Fernán Gómez haciendo que la acción discurra, de manera itinerante, primero en el hall del teatro, después en la Sala Jardiel Poncela y, por último, en el vestíbulo otra vez.
La búsqueda de la autenticidad en el interior de cada uno -materializada sobre el escenario con un oportuno juego de espejos- y del sentido espiritual de la vida constituye el motor conceptual de una función que conjuga de manera atrevida diferentes códigos y lenguajes: desde el clown a la astracanada pasando por la comedia alegórica clásica, próxima al auto sacramental-; una función que se hubiera gozado mucho más, no obstante, si no se hubieran estirado tanto algunas situaciones y no se hubiera empujado tanto hacia la estridencia su naturaleza simbólica.
Lo mejor: La obra contiene reflexiones muy oportunas y profundan que afloran con fuerza en el escenario.
Lo peor: La innecesaria propensión al grito y a la estridencia a lo largo de toda la representación.

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