La paternidad apurada de Nahuel Pérez Biscayart: "El cine no tiene que hacerse cargo de resolver conflictos sociales"
El consolidado actor argentino protagoniza la hermosa y poética "No hay amor perdido", de Erwan Le Duc


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Cuando recibió la propuesta de Erwin Le Duc para interpretar por primera vez en toda su carrera cinematográfica a un padre obligado a ejercer como tal sin el acompañamiento afectivo de la madre de su hija, Nahuel Pérez Biscayart se encontraba emocionalmente exprimido y agujereado por el rodaje que estaba teniendo lugar entonces de "Un año, una noche", la durísima crónica testimonial de una pareja que fue víctima de los atentados de la sala Bataclan en París en 2015 dirigida por Isaki Lacuesta.
"Me llega este guion un día, cae la noche, intento dormir mis ocho horas y agarro el kindle para ojear este guion con intención de despejarme un poco de la intensidad que estaba viviendo y literalmente no pude parar de leerlo del tirón hasta terminarlo llorando. Fue un viaje directo. La forma que tenía esta historia de abrir una reconciliación a través del amor y del acompañamiento colectivo me pareció realmente hermosa. No es una película que plantee liderazgos o actos heroicos o individuales por sobre los otros, no hay un gran salvador o una gran salvadora. Tenía muchas ganas de atravesar esta paternidad especial, apurada, intensificada por la ausencia de la madre. A veces estas cosas son una pulsión y todo lo demás no tiene mucho sentido", explica en entrevista con LA RAZÓN el intérprete argentino de "120 pulsaciones por minuto" sobre el flechazo inmediato que sintió cuando llegó a sus manos "No hay amor perdido", el nuevo y segundo trabajo del cineasta galo también autor de "Perdrix".
Hombres distintos
Partiendo del relato de una relación paternofilial poética, naturalmente cómplice y extraña (fantástica Céleste Brunnquell interpretando a la hija), se subvierte de manera creativa el relato tradicional del padre abandonado y se invierte el rol de sujeto pasivo reservado cinematográficamente de manera habitual a las mujeres. Aquí es ella quien siente la necesidad de irse y él quien termina resignándose a quedarse. "Para mí el cine no tiene nunca que hacerse cargo de resolver conflictos sociales, tiene que abrir una brecha relacionada con la libertad, con la fantasía, con lo político también, pero no desde lo didáctico. Étienne, además de situarse en un rol distinto al habitual, nos permite acercarnos a un tipo de masculinidades no tan exploradas", se despide.