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Piranesi, la ruina es bella

La Biblioteca Nacional reúne 300 obras de este artista insólito, como sus vistas de Roma y las cárceles imaginarias, con motivo de su tercer centenario
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Reúne 300 obras de grabados de vistas de Roma y sus cárceles imaginarias
En los tiempos de Quevedo, las ovejas pastaban en el Foro romano, hocicando entre el musgo y los montes de «testaccio». Aquí fue Troya. «Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas», escribió el bardo. Siglo y pico después, un arquitecto tronado, Giovanni Battista Piranesi, empeñó sus días en buscar Roma y hacerla emerger, aunque fuese a través de la imaginación, poniendo en pie los pocos restos, fabulándolos y sublimándolos. Estaba naciendo una nueva sensibilidad hacia el pasado. Muchas de nuestras emociones, que creemos totalmente innatas, tienen un origen cultural, una fecha de nacimiento. El amor romántico, por ejemplo, surgió allá por los siglos XII y XIII a caballo del mundo musulmán, la Toscana y la Provenza. Por su parte, la sensibilidad hacia el paisaje y su identificación con el estado de ánimo es una «invención» del Romanticismo. Otro tanto podría decirse del conglomerado de emociones que sentimos ante las ruinas, un sentimiento de placer ambiguo que nos viene heredado de mediados del siglo XVIII. Prácticamente en la misma época en que Edmund Burke publicaba «De lo sublime y de lo bello», Piranesi ponía la primera piedra para esta lectura moderna de la ruina. En su época su obra fue muy bien acogida en algunos aspectos y rechazada en otros. Sea como fuere, siempre tuvo fama de raro, de loco.«Creo que si me pidieran los planos de un nuevo universo, sería lo bastante loco para emprender esa labor», decía. Aunque fue y firmaba como arquitecto, solo vio dos edificios suyos construidos. Se dedicó al trabajo especulativo, a la fantasía y el capricho a través del grabado. Sus vistas de Roma fueron ampliamente difundidas: recorrieron el mundo en las maletas de los jóvenes nobles que realizaban el «Gran Tour». Vivió casi siempre en Roma, aunque nació en Venecia, y de Roma no solo grabó su apariencia en el XVIII sino las ruinas de la antigua ciudad imperial y la recreación colosal de la misma a partir de su imaginación. Otra forma de mirar«Él cambia la forma de mirar, la convierte en oblicua, baja a las profundidades de la ciudad para mirar hacia arriba o viceversa. La representación es dramática, heroica y hasta terrible», explica Delfín Rodríguez, comisario de la exposición dedicada al artista en la Biblioteca Nacional a unos meses del tercer centenario de su nacimiento. «Era un arquitecto, pero sobre todo un artista. Por ello comienza a grabar sueños, imágenes, lo que no puede construir», añade este comisario que ha buceado en los ingentes fondos de la Biblioteca y, gracias a ellos, y a colecciones privadas, ha reunido cerca de 300 obras, la mayoría gráfica, pero también esculturas y piezas decorativas, o cuadros y dibujos de contemporáneos como Canaletto y Tiépolo. Las estampas hicieron rico a Piranesi, un hombre que por lo demás albergaba siempre ideas poco rentables. Fue un arqueólogo pionero, y se jugó el dinero y a menudo la vida para sacar a la luz el pasado. También levantó la cartografía del Campo Marzio y dio cuenta con detalle de la apariencia y las distintas capas de la ciudad de sus amores. «Lo hegemónico en su época era la tradición helenística, pero él defendía la italianidad, lo filogriego le repugnaba», señala Rodríguez.Su producción menos comercial en la época, pero, sin embargo, la más terriblemente moderna, son las Cárceles Imaginarias, que han obsesionado a gran cantidad de artistas posteriores, de Borges a Huxley. Estructuras fantasiosas, obsesivas y claustrofóbicas, escaleras y galerías intrincadas, que a veces dan a una pared o suben hacia la nada. «Son obras excéntricas y extraviadas de todo orden canónico», concluye el comisario. Un escenario de pesadilla, una belleza enferma.