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Por encima de las ideas

La Razón

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La gran importancia de Doris Lessing es que tanto hombres como mujeres la leyeran como una gran escritora, más allá de las etiquetas de feminismo. Cuando publicó sus obras más importantes, la gente generalmente se preocupó más por el qué que por el cómo, algo que a ella nunca le gustó. La etiqueta de feminismo es escurridiza y muy peligrosa. En una entrevista publicada hace tiempo, la escritora, ante las preguntas referentes al feminismo, aseguraba que quien más hizo por la mujer en el siglo XX fue la ciencia con la invención de la píldora anticonceptiva y de la lavadora. Fue una mujer extraordinaria con un sentido del humor espléndido a pesar de la vida difícil que tuvo. Entré en su mundo poco antes de que le dieran el Nobel a través de «La grieta». Existe un libro que ha pasado desapercibido a pesar de ser interesantísimo: se trata de «Alfred y Emily», la historia de sus padres. Gracias a él podemos conocerla mucho mejor. Es una mezcla de ficción y autobiografía que plantea la cuestión de qué hubiera pasado si no hubiera ocurrido la I Guerra Mundial.
En mi opinión, su estilo literario respondía a lo que suelo llamar la sensibilidad femenina, que no feminista, que consiste en ponerse delante de la vida con cierta perplejidad. El soporte de escritora es formular preguntas en lugar de dar respuestas, con lo que logra mostrar la complejidad de la vida. Eso es lo que invade toda su obra. Así, como modus operandi, el uso del condicional es lo que define a Lessing. Navegó con mucha soltura entre los géneros más variados. En «La grieta» unió la ciencia ficción con la mitología. Incluso contando la vida de sus padres hace una obra que destila pura literatura, como sucede con los grandes autores. En la distancia corta, es una maestra. Los «Cuentos europeos» son espléndidos. Los africanos, también. Como lectora, la siento muy afín en el relato, pero nadie puede discutir que «El cuaderno dorado» es una obra maestra. Supo dar a cada modo literario lo que ese modo pedía.
Doris Lessing, como una mujer de buena educación inglesa, solía ser escéptica con todo. Nunca fue mujer de banderas. De ahí que fuera una de las primeras intelectuales en dudar de las bondades del comunismo cuando esta tendendia política se difundía en Europa. La miraba con cierta prevención. Sin embargo, quiero insistir en que vale la pena releerla como gran escritora, no como difusora de ideas. Creo que ha ocurrido lo mismo con Virgina Woolf, que fue, sobre todo, una grandísima escritora. «El cuaderno dorado» fue usado como manifiesto por muchas mujeres de mediados del XX. No es un hecho que rechazara, pero ella se quejaba de que nadie había comentado si lo había escrito bien o mal. La consideración de las ideas estaba por encima de su soporte de escritura, cuando lo que ocurría en su obra era una perfecta boda entre la forma y el fondo.