¿Es posible otro feminismo al que tratan de imponernos?
Cada vez existen más mujeres que reclaman que la reivindicación por sus derechos se haga sin intentar implantar en la sociedad dogmas ni preceptos
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¿Es esto el feminismo?¿Este institucional y hegemónico que, en palabras de Berta G. De Vega, columnista y promotora (entre otras) del manifiesto “No nacemos víctimas”, lo que hace es “imponer un canon de pensamiento único”? ¿Es el que nos merecemos? Cada vez son más las mujeres que se desvinculan de él, no se sienten representadas, y reivindican y defienden otro modo de ser feminista. Que son críticas con este dogma impuesto (e impostado) que se pretende arrogar la representación, unánime y sin discrepancias, de La Mujer, con mayúsculas, y en nuestro nombre, el de todas, implantar sus preceptos. Aunque algunas, demasiadas para ser mujeres libres y capaces, han declinado la invitación a dar su opinión en estas líneas por miedo a represalias (lo que da una medida de la legitimidad de la voz y los métodos de este feminismo), otras, ya no dudan en elevar la suya y reclamar el derecho a pensar por ellas mismas, sin tutelas ni imposiciones. Sin miedo. Rasgan, valientes, la corteza de esa espiral de silencio y se distancian de un movimiento que “nos quiere convencer de que todas las mujeres tenemos los mismos intereses y las mismas quejas”, como dice De Vega. “Que traslada una imagen de víctimas necesitadas de la tutela del estado, seres débiles a los que hay que guiar en pensar lo que está bien, lo que está mal y a lo que deben aspirar”.
Paula Fraga, articulista y jurista especializada en derecho penal y de familia, es profundamente crítica con este Ministerio de Igualdad que lleva a cabo “políticas maquillaje con las que quieren aparentar que luchan contra la violencia machista con medidas ridículas (como puntos violetas o campañas mediáticas) pero no tiene, en realidad, políticas efectivas. Esto no es feminismo. Es un transgenerismo que ni siquiera sabe definir lo que es ser mujer y que ha institucionalizado el borrado jurídico del sexo: no podemos decir que las mujeres somos mujeres por nacer de sexo femenino, so pena de delito de odio o multas. Tenemos un feminismo inquisitorial con las personas críticas que ha abandonado las grandes causas del feminismo”.
“Yo creo”, añade, “en un feminismo racional centrado en las cuestiones que verdaderamente importan e impactan en la vida de las mujeres: prostitución, conciliación, erradicación de la violencia machista, denuncia de las formas de violencia sexual más graves… Uno punitivista para casos de violaciones y agresiones sexuales, para las violencias más graves contra la mujer. No como este feminismo, que lo es (punitivista, censurador e inquisidor) solo para perseguir a los ciudadanos que son críticos con sus leyes y sus mandatos. Que exacerba los casos de violencia sexual menos graves y minimiza o relativiza los más graves, gracias al lisado terminológico de la Ley del Solo sí es sí de llamar a todo agresión sexual. Creo en una agenda totalmente diferente a la suya”. “Si el feminismo es, como yo creo”, añade la periodista Yaiza Santos, “que es la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, este feminismo no puede considerarse tal. Desde el momento en que se aprobó la Ley de Violencia de Género, que establece un trato distinto en función del sexo, quedó claro que la igualdad no era el objetivo de ese feminismo. Ya lo advertimos las casi treinta mujeres que firmamos el manifiesto “No nacemos víctimas”, en el que nos rebelábamos contra esa “política de identidad” que niega nuestra libertad, pone bajo sospecha al varón por el mero hecho de serlo y culpa de todos nuestros males a un ente incorpóreo llamado heteropatriarcado. Y la deriva de esa ideología ha llegado al paroxismo, demostrando que ni las víctimas le importan: cientos de miles de millones de euros de dinero público gastados (564 millones de euros este año) para que las cifras de violencia de género no hayan descendido, las agresiones sexuales estén aumentando, miles de víctimas reales vean salir de la cárcel a sus agresores antes de tiempo, se niegue el sexo biológico y, por lo tanto, nacidos hombres compitan deportivamente con mujeres, anulándolas”.
Tampoco Cuca Casado, coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico», no se siente representada en absoluto por un “movimiento paternalista que infantiliza a la mujer y la revictimiza, que demoniza al hombre por el mero hecho de serlo. Que no respeta diferencias y particularidades y establece un credo al que hay que sumarse sí o si, imponiendo un canon de cómo ser mujer, y señalando a toda aquella que no se adhiere. Es un feminismo machista, que considera a la mujer menor, sin capacidad para decidir, que hay que proteger por vulnerable, en lugar de facilitar que crezca y se desarrolle libremente". “Este feminismo de barbilla temblorosa, doliente y blandiblú”, apunta Paula Añó, abogada y Secretaria Autonómica de Cultura en la Comunidad Valenciana, “nos han vetado el derecho de hacer algo que, para mí la cualidad por excelencia de la gente inteligente: reírse de uno mismo. Mientras tanto, se ríe, acusa y mata civilmente a quienes considera herejes, hombres y mujeres que no se pliegan a su catecismo. Y algunos ya solo tenemos pequeños espacios privados y seguros donde evacuamos nuestras bromas, frustraciones y opiniones de forma libre. Afortunadamente creo que se está gestando una corriente a la contra capitaneada por mujeres fuertes, desacomplejadas, listas y razonables que está huyendo de esta neo-religión absurda. Otra exaltación de la identidad, como la que desde hace muchos años sufre Cataluña con el nacionalismo, y cuyos modos y maneras se ha extendido como una pringosa mancha de aceite a toda España”.
Para la articulista María Blanco, doctora en Ciencias Económicas y empresariales, autora del ensayo "Afrodita desenmascarada", este feminismo es, directamente, “una estafa: se aprovechan del sufrimiento real de algunas mujeres, de las que han sufrido, para sacar rédito político. Se erigen en salvadoras y representantes únicas, no solo de ellas sino de todas. Y han conseguido una sociedad polarizada en mujeres de primera y mujeres de segunda. Y a las segundas, que son las que disienten, se las puede agredir y denostar. Ellas son las iluminadas que saben lo que todas necesitamos y deberíamos pensar. Y no me molestaría que se creyesen sus propias mentiras si no fuera porque se aprovechan de ese relato para justificar verdaderas atrocidades. Este feminismo solo es hegemónico porque no hemos sido capaces de contraponer otro tipo de defensa de la mujer”.
Y no lo hemos sido porque, como explica María Calvo, Doctora en Derecho Administrativo y autora del libro “Masculinidad robada”, “se trata de un dogmatismo blindado, son impersuasibles, impermeables al argumento. Se cierran el debate y al diálogo. Frente a eso, nuestras reivindicaciones verbales chocan contra un muro. Y, cuando las palabras no llegan, hay que dar ejemplo”. Uno que no tiene nada que ver con este que “lucha contra los hombres pero masculiniza a las mujeres, que nos obliga a renunciar a nuestra parte maternal. Y al mismo tiempo nos deja solas, nos hace renegar de los vínculos, de la familia y la procreación, porque es tiranía. Se olvida de sus luchas primordiales, no tiene demandas equilibradas y racionales, como si no supieran lo que es ser mujer”, dice Calvo. “Yo defiendo un feminismo de la libertad”, prosigue, “de ser quien quiero ser y lo que quiero ser. De poder tener una familia, amar a mi marido, adorar a los hombres que me rodean. La igualdad de la mujer sin el hombre no existe y la inmensa mayoría de ellos nos apoyan y están con nosotras, mano a mano. Este es un mundo de hombres y mujeres, no de hombres contra mujeres”.
A Isabel Fernández Alonso, profesora de comunicación, “las políticas que ha desplegado este feminismo oficial, me generan mucho rechazo. Desde el tono histriónico al nivel paupérrimo de argumentación, combinado con descalificaciones con todo aquel que no comparte sus planteamientos. Me molesta especialmente que sean invasoras, lo vemos en la universidad, con protocolos sobre lenguaje inclusivo o la imposición de la perspectiva de género en los temarios, que choca con la libertad de cátedra. La igualdad no se puede construir hacia atrás, se ha de construir a futuro. Mi batalla es la igualdad. Creo en ella como creo en la libertad, son grandes valores que deben planear sobre todas las políticas e impregnarlas”. “El feminismo que yo defiendo”, concluye Yaiza Santos, “tiene como bandera el primer artículo de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789. Y, más que predicarse, se demuestra. Es el de las mujeres libres laboral, sexual y afectivamente. Mujeres indomables por cualquier tipo de clero, de hombre o de mujer o de perrita pequinesa”.