¿Qué fue del delirio de la revolución hippie?
Joshua Furst recupera la figura de Abbie Hoffman, líder de la contracultura de los sesenta, en la novela «Revolucionarios», que recrea esa época de amor libre, drogas y protestas por un mundo mejor.
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Joshua Furst recupera la figura de Abbie Hoffman, líder de la contracultura de los sesenta, en la novela «Revolucionarios», que recrea esa época de amor libre, drogas y protestas por un mundo mejor.
Mientras el medio millón de personas que asistió a Woodstock aquel agosto del 69 aplaudía a The Who y flotaba entre nubes de marihuana, Abbie Hoffman le arrebataba el micrófono a Pete Townsend para llevar a las masas su mensaje de reivindicación. «Esto es un cerro de mierda... Mientras tanto, John Sinclair se pudre en prisión», les reclamó el activista. La leyenda cuenta que Townsend lo golpeó en la cabeza con su guitarra y lo derribó de la tarima al grito de «¡Fuera de mi jodido escenario!». Woodstock fue el gran símbolo de la contracultura de los sesenta y Hoffman, uno de sus principales voceros y más feroces defensores. Fue el tipo que convirtió las camisetas estampadas con la bandera de Estados Unidos en un emblema antisistema. Con su discurso en Woodstock quiso defender la libertad del poeta Sinclair, que fue condenado a diez años de cárcel por posesión de marihuana. La legalización de las drogas, el odio a la policía y a la autoridad en general, la burla del sistema... Todas ellas batallas que Hoffman libró una y otra vez. Pero los años pasaron, la revolución cultural se desgastó como la suela de un zapato viejo y Abbie Hoffman, su camiseta, sus discursos, sus batallas, quedaron para el recuerdo y la nostalgia.
Aunque poco tiene de nostálgica la novela con que Joshua Furst (Boulder, Colorado, 1971) recupera ahora la figura del activista. Transformado por la ficción, Hoffman se convierte en Lenny Snyder y es su hijo Freedom –sí, libertad, en inglés– quien narra el esplendor y, sobre todo, el ocaso de la vida de este hombre: héroe y soñador, estafador y megalómano.
Mientras los hippies protestaban por la guerra, ¿dónde estaban sus hijos? Y cuando desaparecían entre alucinaciones de LSD o eran encarcelados por destrozar la propiedad pública, ¿dónde dejaban a los niños? Los padres de Fred (no soporta que lo llamen Freedom, nos avisa desde la primera página) lo llevaban con ellos a todas partes. Él también alzó pancartas y marchó, sobre los hombros de Lenny, en contra de la guerra de Vietnam. En una ocasión, cuando apenas era un bebé, sus padres lo ataron desnudo a un árbol que iba a ser derribado para construir una autopista.
Idealistas en épocas cínicas
«¿Esto es maltrato infantil?», se pregunta Fred de adulto. Para Lenny solo fue un acto de protesta y una buena estrategia publicitaria. Hasta la concepción de Fred fue una declaración de la visión del mundo de sus progenitores. Tras casarse en Central Park frente a «cuatro mil testigos puestos hasta arriba de ácido y un fotógrafo de la Asociated Press», Lenny y Susan se desnudaron y «cometieron un gran acto transgresor de amor sexual allí mismo». Nueve meses después nació nuestro cínico narrador.
Fred se debate entre rabiar contra sus irresponsables padres, que no fueron capaces de darle el amor y cuidado que necesitó de niño, y hacerles justicia a ellos y a las causas por las que lucharon. Como el Ismael de «Moby Dick», Freedom es testigo y partícipe de la historia, pero su mirada se centra en Lenny, incluso cuando éste desaparece, prófugo de la Justicia. Porque el descenso a los infiernos de su padre es también el desmoronamiento de un sueño, el de una sociedad más justa y mejor que no llegó a materializarse.
«¿Qué ocurre con el individuo cuando la cultura cambia y lo abandona a él y a todo en lo que cree? ¿Qué le pasa al idealista en una época cínica?», se pregunta el narrador. La novela entera es una exploración de estas preguntas. El camino de Lenny, la reconstrucción de su identidad cuando sus propósitos han dejado de ser relevantes para el mundo y sus enemigos se han olvidado de temerle, es la vía de toda una generación que abandonó sus ideales, algunos a la fuerza, otros por conveniencia o supervivencia. Y mientras los ex hippies se reconstruían a sí mismos, a la generación que creció en plena transición no le quedó más que el pesimismo: «Tenía ocho años y sabía que la esperanza era cosa de tontos, que no me aguardaba ningún futuro, solo una batalla contra el hambre. Un rebuscar entre las ruinas. Una perspectiva aterradora», afirma Fred.
Ruinas metafóricas y literales, pues el narrador dibuja también al Nueva York de los setenta, terreno de los hippies descartados y enganchados a las drogas, víctimas de sus sueños irrealizables. Fred crece en un Lower East Side sucio y pobre, aunque entre esa mugre brilla la autenticidad, difícil de encontrar en el barrio chic y gentrificado en que se ha convertido hoy esa parte de la ciudad. En las descripciones que hace el narrador de aquella urbe perdida se adivina, esta vez sí, algo de nostalgia.
«Los Estados Unidos de América: un sueño de libertad flotando sobre un mar de sangre». Así describe Lenny a su hijo el país en que ha nacido, aquel que él ha sido incapaz de transformar al grito de «haz el amor, no la guerra». En una carta que envía a su esposa desde un pueblo anónimo del interior del país, en el que se esconde de la policía, este Lenny fracasado escribe: «¡Estados Unidos! Ahora lo veo con otros ojos –unos ojos cansados –, y el viaje resulta jodido. Es un lugar áspero e implacable».
El fracaso del sueño americano –la pregunta de en qué consiste ese sueño hoy– también es un tema central en la primera novela de Furst, «The Sabotage Cafe», en la que abundan los personajes alienados, aquellos que no encajan en las categorías predeterminadas de la sociedad, como Lenny y sus hippies relegados a las sombras. En su versión en español, el autor ha incluido una introducción que en la primera edición anglosajona no aparece. Se trata de una explicación sobre cómo nace este relato oral de Freedom firmado por el periodista «millenial» que le entrevista a raíz de las multitudinarias protestas que siguieron a la elección de Donald Trump como presidente. Esta adicción lleva al lector a conectar más fácilmente la revolución hippie con los convulsos tiempos que viven hoy la América de Trump y el resto del mundo, donde las manifestaciones callejeras vuelven a ser la expresión del descontento de una generación con el orden establecido.
Furst introduce el libro con un epígrafe del Che Guevara: «El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor». Pero cada página parece desmentir esto: la crueldad y la megalomanía de su protagonista no dejan lugar al amor. Fred crece abandonado, casi un estorbo para sus padres que siguen soñando con un nuevo mundo que nunca llegará. Y esa es la genialidad de utilizar la frase del Che: desde que abrimos el libro nos enfrentamos a la ironía que rezuma cada página hasta el final. La ironía de un hombre que proclama al amor como la mayor de las virtudes, el centro de su causa, pero que no es capaz de demostrar siquiera ternura hacia su propio hijo.