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¿Qué ha sido de los intelectuales?

Se cumplen cien años del nacimiento de Camus
larazon

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Se cumple el próximo día 7 el centenario del nacimiento de Albert Camus, el hombre, el intelectual y el escritor cuya obra memorable ocupa un lugar excepcional en la historia de la literatura del siglo XX. El absurdo y la náusea existencial son fundamentales para entender ese siglo y la génesis de la novela filosófica moderna. La publicación de «El extranjero» en 1942 y la concesión del Nobel en 1957, como es sabido, precipitaron su fama internacional, con la que nunca se sintió demasiado cómodo. Tal vez sea el autor que mejor ha sabido retratar la conciencia perdida del hombre actual, el eterno castigo de la existencia y el vacío de la vida moderna. Pero también debemos recordarlo por su faceta pública como el gran intelectual que sirvió de referencia a toda una generación en los asuntos más espinosos de su tiempo. Su temprana desaparición a los 47 años lo consagró como uno de los autores indispensables del siglo, como uno de los intelectuales que ha hecho grande el siglo XX.
La historia de la cultura europea no puede entenderse sin él y nos hace cuestionar de nuevo el papel de los intelectuales en nuestra sociedad. En una mirada retrospectiva cabe preguntarse, desde nuestra actualidad carente de referencias de este tipo, qué ha pasado con esas figuras intelectuales en el mundo globalizado de hoy y transitado por un triste pensamiento único. Una corriente historiográfica, la llamada historia intelectual, ha analizado los últimos trescientos años desde esta perspectiva, como un relato de hechos culturales relevantes y de los ideólogos y protagonistas de los mismos. Así han hecho, por ejemplo, Roland Stromberg con la «Historia intelectual europea desde 1789», George Mosse con «La cultura europea del siglo XX»o Peter Watson con «Historia intelectual del siglo XX». La historia de la cultura europea es la de sus intelectuales y, en el caso de Francia, su papel fue decisivo en el debate público. El exilio masivo de intelectuales europeos a EE UU, por ejemplo, hizo que Nueva York le arrebatase el puesto a Viena como capital mundial de la cultura en la segunda mitad del siglo. Pero París se las siguió arreglando para, después del lapso de la guerra y la ocupación, ocupar un lugar preeminente en la historia cultural y de la intelectualidad mundial gracias, por supuesto, a figuras como Camus.
En su libro «Pensar el siglo XX» y en otros ensayos el recientemente fallecido Tony Judt contribuyó a trazar un lúcido panorama de la función de los intelectuales en la Francia de entreguerras y durante la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido Camus se perfila como uno de los hombres que han conducido espiritualmente la vida cultural europea, hasta el punto de que su obra, su militancia y su temprana muerte tal vez hayan obligado a nuestra generación a mitificarle. En todo caso, podemos considerarle la piedra angular de aquella época, el intelectual que marcó la postguerra francesa en particular y europea en general. Frente a su amigo/enemigo Sartre, hay que hacer notar que ha pervivido algo mejor. Después, en los sesenta, el complejo pensamiento y paradójico estilo de los intelectuales franceses como Lacan o Barthes marcarían un distinto devenir de la influencia del pensar parisino, más especializada en una élite filosófica y hermenéutica universitaria.

Autonomía moral

También su actitud política es una señal distintiva en en el caso de Camus. Tony Judt le ha caracterizado como un hombre «apolítico», en el sentido de falto de afiliación política, frente a Sartre. Lo cual no quiere decir falto de compromiso, por cierto, sino más bien que este compromiso pasa a situarse en una clave moral e individual. La filiación anarquista de su pensamiento salta a la vista aquí, en el sentido de los precedentes clásicos del anarquismo, como la escuela cínica, y en el de la defensa de la libertad de pensamiento y la autonomía moral. Su negativa a tomar posición en el conflicto de Argelia es un ejemplo o su rechazo a categorizar maniqueamente entre los míos y los otros: criticó las posturas en bloque de los grupos de escritores progresistas a favor de una opción política o de una ejecución de colaboracionistas con los nazis y mantuvo una agria polémica con Mauriac sobre las depuraciones de la época. En la cuestión del comunismo también representó una posición equilibrada que, para muchos conciudadanos, fue una voz de la conciencia al defender el derecho a criticar a los comunistas. Huelga decir que estas posturas «incómodas» en temas candentes de su tiempo y que cuestionaban el nacionalismo francés y el pensamiento monolítico de ciertos intelectuales de izquierda le llevaron también a ser impopular, criticado e insultado.
Todavía en nuestra época, por desgracia, la política sigue siendo una opción entre el «nosotros» y el «ellos» y no un dilema ético, un compromiso personal, como defendía Camus. Su estética y ética del absurdo existencial unida a un dudar tan humano no sólo quedan como un hito en la historia de la cultura europea, sino que siguen hoy más vigentes que nunca. Como una voz de la conciencia europea, su ejemplo y su obra no deben ser olvidados y su papel ha de inspirar a los nuevos intelectuales a la hora de posicionarse sobre los retos morales y políticos que el debate público de nuestro tiempo plantea, sin miedo a mirar de frente y a ser objetivos, a llamar las cosas por su nombre y a librarse de las molestas etiquetas de la corrección política. Tal vez por todo ello Camus sigue siendo personaje al que hay que reivindicar hoy como intelectual de referencia en la escena pública. Aunque paradójicamente se le lea cada vez menos, debemos invocar aquí su nombre justo ahora que hubiera cumplido un siglo y que los grandes temas de la discusión pública están huérfanos de cualquier voz que, con una mínima pretensión de objetividad y de honestidad intelectual, quisiera abordar su solución.