¿Qué nos queda de los novísimos?
Península recupera «Nueve novísimos poetas españoles», el libro preparado por Josep Maria Castellet que recogía la poesía de Gimferrer, Molina Foix, Vázquez Montalbán y Guillermo Carnero, entre otros.
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Península recupera «Nueve novísimos poetas españoles», el libro preparado por Josep Maria Castellet que recogía la poesía de Gimferrer, Molina Foix, Vázquez Montalbán y Guillermo Carnero, entre otros.
En 1970 llegaba a las librería un libro que se ha convertido en uno de los títulos de referencia de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Se trataba de un trabajo que, pese a las no pocas reticencias de la censura, servía para dar a conocer a un conjunto de jóvenes poetas inéditos o con un solo libro editado en aquel entonces. El responsable de la selección era el crítico y editor Josep Maria Castellet, quien fue el encargado de reunir en una antología a José María Álvarez, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Pere Gimferrer. Antonio Martínez Sarrión, Ana María Moix, Vicente Molina Foix, Leopoldo María Panero y Manuel Vázquez Montalbán. A los casi cincuenta años de aquel acontecimiento literario, Península acaba de reeditar «Nueve novísimos poetas españoles».
Impacto evidente
El impacto de la obra fue evidente y no fueron pocos los que comentaron en público o en privado la labor llevada a cabo por Castellet. Veamos un buen ejemplo de todo ello en una carta del 23 de julio de 1985 y que remite Jaime Gil de Biedma a Luis García Montero. En ella apunta que aquel grupo de novísimos confundía «demasiado a menudo creación de actualidad literaria con la creación literaria». En esta misma carta, el escritor barcelonés hace un repaso parcial de algunos de los «novísimos» asegurando que «Gimferrer es un poeta excelente, lo mismo en castellano que en catalán, y su poesía me divierte, aunque no estoy seguro de que me interese mucho. De Carnero me interesa lo que ha estado intentando hacer a partir de “Variaciones sobre un tema de La Bruyère” –me interesa más la tentativa que lo conseguido– y hay un poema de Blablapoldo Panero, “Deseo de ser piel roja” (muy en la línea de “Poeta en Nueva York”) que me gustó mucho cuando lo leí. Lo que conozco del resto –que no es mucho, ciertamente– me parece más bien pobre».
Pero vayamos hasta el inicio de esta historia. Para ello nos apoyaremos en el recuerdo de Pere Gimferrer, quien, en conversación con este diario, al ser preguntado por el legado de «Nueve novísimos poetas españoles» apunta que «hay uno histórico-literario y otro histórico-sociológico. Esto no era un grupo, ni un movimiento». Gimferrer señala que algunos de los autores seleccionados por Castellet «tuvieron una obra poética que no fue mucho más extensa que la que aparece publicada en el libro, como sucede con Ana María Moix o Vicente Molina e, incluso, Félix de Azúa, aunque éste ha publicado mucha más poesía. Otro caso es el de Álvarez, que prácticamente solo ha hecho un único libro que iba amontonando. Los otros casos han publicado más libros de poesía y creo que yo más que nadie y con una trayectoria más extensa».
Todo esto ocurre en un momento en el que el mundo está cambiando. París ha vivido la movilización de los estudiantes en sus calles en 1968 mientras que Estados Unidos trata sin éxito de darle el carpetazo a la guerra de Vietnam. En España, la dictadura sigue respirando, aunque el sistema político envejece al igual que el dictador. Molina Foix, a preguntas de LA RAZÓN, recuerda esos años como «felices, pese al contexto socio-político. En salir de él y vencerlo residía gran parte de la felicidad que sentíamos». ¿El mayo francés tuvo algún tipo de impacto en los Novísimos? El autor de «El abrecartas» o «El hombre sin alma» apunta que «afectó a todo, para mal y para bien. Como querían las cabezas más lúcidas de aquel entonces (como Marcuse o Debord), se trataba de cambiar la vida en todas sus esferas y no solo la literatura, que había sido muy fecunda y muy avanzada entre los años 1920 y 1930».
Volviendo a Gimferrer, cuando se le interroga sobre su grado de participación en el trabajo de Castellet, declara que «le hice conocer, entrar en contacto o le pasé libros de ciertos poetas, pero, por ejemplo, no quiso incluir a Antonio Carvajal o Antonio Colinas que yo sí lo hubiera hecho. En cambio, estuvo de acuerdo, al igual que yo, en no poner a José-Miguel Ullán, quien se enfadó mucho. Recuerdo que Castellet consideraba a Carvajal y Colinas como poetas más clásicos». Respecto a los que salieron finalmente en el libro de 1970, el académico catalán matiza que todos ellos eran «conocidos y, en algunos casos, muy conocidos, aunque también había alguno que no». Castellet, siempre según Pere Gimferrer, «no hacía suya la estética novísima y la hacía ver como un síntoma de una evolución». Respecto a las tendencias de estos poetas, Molina Foix puntualiza que «los había populares y los había cultos. Sólo uno de los mejores, Martínez Sarrión, combinaba los dos registros con maestría».
El libro llegó en una época en el que, como rememora el autor de «Las llamas» o «No en mis días», «había un momento de inflexión en la poesía que se hace en España, dejando a un lado la que se hacía en América Latina o la de los exiliados. Hubo una evolución en los primeros treinta años de posguerra con algunos poetas muy buenos, algunos anteriores a la guerra, al menos dos, como eran Miguel Hernández y Luis Rosales, aunque el libro importante de Rosales que es «La casa encendida» tardó bastante en salir. Un caso aparte es un marginal, Carlos Edmundo de Ory. Hay luego otro momento que es de el de la bien o la mal llamada poesía social donde hay un poeta que para mí es toda una referencia: Blas de Otero, quien, aunque estaba en el mismo paquete histórico que los otros, era diferente y venía de Alberti y Góngora, y sigue siendo uno de los grandes poetas del siglo XX. Toda esta evolución –prosigue– fue de repente interrumpida, pero no por la generación de los 50, que tenía poetas que estaban muy bien, como Claudio Rodríguez, Brines, Caballero Bonald o Valente, quienes poco a poco se fueron bifurcando no por el mismo camino. Todos tenían una deuda especial con el 27, en particular hacia Aleixandre, aunque acabaron yendo cada uno por su camino. La separación más fuerte del modelo se produce con los Novísimos, no porque su obra sea más valiosa que la de los poetas que he citado sino porque partiendo de una cosa en común, el 27, iba en otra dirección. El objeto ideal era escribir como si no hubiera ocurrido una guerra, la estética que hubiera aflorado en los años 30 si no hubiera pasado y que no era la de la España real, ni la peregrina del exilio, ni, todavía menos, la de América latina».
Muchos enemigos
¿Cuál es la huella dejada por los Novísimos casi medio siglo después de la ruidosa aparición de la antología de Castellet? Molina Foix contesta que «los “Nueve Novísimos” tuvo al salir muchos enemigos, no todos hoy recordados. Naturalmente no queríamos dar lecciones a nadie, sino ser algo distinto. Pero creo que las propuestas de al menos seis de los nueve fructificaron, en prosa y verso, y continúan interesando a escritores y lectores más jóvenes».
Sin Josep Maria Castellet hoy no estaríamos hablando de aquella mítica antología. De él dijo Vázquez Montalbán que si no hubiera existido «habría que inventarlo en una novela a medio camino entre Henry James y el James Joyce de “Dubliners”». El padre de Pepe Carvalho recordaría muchos años después que «la noche en que Castellet nos confirmó quiénes éramos los “nueve novísimos” de la poesía castellana, yo tuve ocasión de conocer a casi todos mis compañeros de fechorías, con la excepción de Gimferrer, que ya era un conocimiento, dentro de lo que cabe en el personaje, y de Ana María Moix, a la que me había atrevido a prologarle su primer libro de poemas». Esa misma noche, Azúa le diría a Vázquez Montalbán, «muy azuamente» sobre el «mestre» que «antes de que amanezca nos negará tres veces y nos dejará por otros: es un infiel».