¿Quién fue la única mujer secuestrada por ETA?
Se presentaron en su casa dos hombres que la retuvieron hasta que llegó su hijo de 21 años, a quien le dieron las condiciones del rescate.
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Hace ya casi veinte años, mientras trabajaba en el diario «El Mundo», pude acceder a los sumarios judiciales de los secuestros más significativos en la historia de la banda terrorista ETA. Con la inestimable ayuda de los testimonios directos de víctimas y verdugos recompuse luego cada uno de ellos. Atrajo mi atención, desde el principio, la odisea de María Izaskun Elósegui Garmendia, la única mujer secuestrada por ETA. Ofrecí más tarde a los lectores todo ese arsenal de documentos inéditos en un libro hoy descatalogado, «Secuestrados», que tuvo la gentileza de presentar en su día el ministro del Interior Jaime Mayor Oreja.
La pesadilla real de Mirentxu Elósegui, nacida en Tolosa (Guipúzcoa) el 4 de septiembre de 1934, empezó sobre las dos de la tarde del 12 de junio de 1982, cuando llamaron a la puerta de su domicilio. «Abrí enseguida –recordaba ella–. En el umbral había un individuo que me preguntó si era Mirentxu Elósegui. Asentí. Justo entonces apareció detrás otro sujeto encapuchado que se acercó a mí, apuntándome con su pistola. “Es un secuestro”, me advirtió».
Pasos a seguir
Los etarras aguardaron con su víctima en el salón a que llegase el hijo de ésta, Javier Aramburu Elósegui, de 21 años. «Al regresar a mi casa –declaró luego él–, un individuo me sorprendió detrás de la puerta con el cañón de su pistola apuntándome a la cabeza. Me condujo, pegado detrás de mí, hasta el salón, donde se hallaba otro sujeto con una pistola colgada de la cintura. Me obligaron a sentarme, explicándome que estaban allí para secuestrar a mi madre. Lo dijeron sin importarles que ella estuviese delante».
Los secuestradores cruzaron algunas palabras en euskera antes de que uno de ellos entregase a Javier un plano dibujado a mano de la localidad francesa de San Juan de Luz, donde se distinguía claramente el punto de cita para el pago del rescate, fijado en 50 millones de las antiguas pesetas.
En otro folio con el membrete de ETA se detallaban las instrucciones, que debían seguirse al pie de la letra si querían volver a ver a su madre con vida. He aquí el documento:
«1. Los billetes deberán ser usados, de numeración discontinua y sin control policial alguno.
2. Nada deberá trascender ni a la Prensa ni a la Policía durante el arresto ni después del arresto.
3. El arresto durará como máximo 48 horas.
4. No nos servirán los trucos del paso del dinero por la frontera.
5. No se admitirán plazos ni regateo alguno.
6. Deberá seguir en todo momento las instrucciones que le damos y le daremos en posteriores contactos.
7. El incumplimiento de todas las instrucciones y la puesta en peligro de cualquiera de nuestros militantes nos llevará a tomar la decisión de ejecutarla».
Javier Aramburu pudo distinguir poco después, desde la ventana, la matrícula del Renault 5 rojo: SS-9862-L, robado a punta de pistola a su propietario, Jaime Echevarría.
«Me ordenaron tumbarme en el suelo del pequeño vehículo en cuanto nos pusimos en marcha», declaró la propia secuestrada. Y añadió, sobre su calvario: «Me cubrieron el rostro con una capucha, y amenazaron con matarme si levantaba la cabeza del suelo. Circulamos durante unos quince minutos sin detenernos. Luego, me sacaron del coche para introducirme en el maletero de otro vehículo. Creí morirme dentro del maletero... Cuando me quitaron la capucha me vi en un habitáculo de unos dos metros de largo por uno y medio de ancho. Sin ventanas. Sólo una cortina separaba aquel agujero de la sala donde se encontraban mis secuestradores».
Durante los trece días que duró su secuestro, Mirentxu Elósegui apenas habló con sus captores. Ignoraba la hora que era, pues la despojaron de su reloj. Dormía sobre una colchoneta y hacía sus necesidades en un balde. La única luz que se filtraba en el zulo procedía de una pequeña linterna de mano.
Por fin, a la una y cuarto de la madrugada del 24 de junio, la hora que marcaba su reloj cuando se lo devolvieron, la despertaron para indicarle que iban a liberarla. Mirentxu supo luego que lo habían adelantado tres horas, de modo que eran en realidad las 22:15 horas. Tras un largo recorrido en el maletero del coche, la sacaron de allí, indicándole que estaba en la carretera de Pamplona, a tres kilómetros de Tolosa. Uno de los secuestradores se despidió así de ella: «Todavía vas a tener tiempo de felicitar a tu padre». En efecto, el día de San Juan el padre de Mirentxu Elósegui celebraba su onomástica.
José Ignacio Odriozola Sustaeta, alias «Estudiante», nacido en Elgoibar (Guipúzcoa) el 17 de junio de 1961 y profesor de la antigua EGB en la Ikastola Pedro Miguel de Urruzun, fue uno de los secuestradores de Mirentxu Elósegui. A finales de mayo de 1982, ETA consideraba que Odriozola debía hacer unas prácticas con armas de fuego para entrar en acción. Supo luego que se trataba de un secuestro. «Al cabo de unos días –recordaba el propio etarra–, Elena Bárcenas Argüelles (‘‘Neska’’) nos comunicó que había recibido información sobre un tal Imanol Aramburu, gerente de la empresa Boinas Elósegui, de Tolosa. El hombre estaba casado con Mirentxu Elósegui, hija del propietario de la fábrica y dueña a su vez de una tienda de ropa infantil en el centro de Tolosa. La orden era clara: debíamos secuestrar a la hija del industrial. La organización consideraba que su padre accedería a pagar el rescate».
@JMZavalaOficial