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Selvático Animal
Rocío Márquez: "Este es un sistema que se está cayendo y no paramos de tener pruebas de ello"
La artista choquera acaba de culminar "Himno vertical", un trabajo conceptual y hermoso que nos permite charlar de muchas otras cuestiones

El último trabajo de Rocío Márquez (Huelva, 1985) se titula «Himno vertical» –a la venta el 22 de este mes– y es un disco conceptual, audaz, experimental, raro, hermoso. La hoja promocional que distribuye su sello discográfico rezuma intensidad: «Réquiem como ritual de despedida y bienvenida. Vida y muerte como una sola danza. El yo y la autoría desaparecen y surge el anonimato».
Le pido a Rocío que lo explique en cristiano y ella, primero, ríe y después deja pasar un silencio largo, algo que hará con cada pregunta y que revela prudencia e inteligencia: «Este es el trabajo discográfico en el que he conseguido quitarme más de en medio y comprobar –afirma– que en el proceso creativo lo único que hay que hacer es estar disponible. La obra por encima del artista, sí. Hay algo que quiere ser cantado y tocado, y surge de manera que, a veces, te sorprende. Pedro Rojas Ogáyar, que es el guitarrista inmenso con el que he tenido la suerte de trabajar, crea el clima y el arropamiento perfectos para que yo pueda desdibujarme de estructuras que son un poco más fijas. Los códigos flamencos tienen una estructura bastante clara, y desdibujar eso era un reto. Y cuando empezamos a trabajar sobre improvisaciones yo tenía de libro de cabecera “Poesía vertical”, de Roberto Juarroz [poeta argentino fallecido en 1995], y de ahí viene el título. No sé improvisar música y letra a la vez –prosigue–, y con ese poemario por delante elegí improvisar la música, pero tardábamos mucho en el desarrollo de los temas, se nos iban casi a los 30 minutos. Esa parte me atraía desde un lado performático, pero necesitaba agarre. Lo hablé con Pedro, que teníamos que tratar de condensarlos, y por eso creo que ha quedado un disco tan denso, porque todas esas piezas [once] vienen, ya digo, de improvisaciones muy largas».
Un mundo ortodoxo
Rocío empezó bebiendo de los clásicos, que es siempre la mejor escuela porque son los auténticos modernos, pues jamás envejecen, y atesora una larga lista de premios, entre los que destaca la Lámpara Minera del Festival del Cante de las Minas (La Unión, Murcia). Pero su discurso musical se ha ido abriendo y los géneros parecen habérsele quedado pequeños: «Es bonito cómo vamos mutando –reflexiona–. Es verdad que mis comienzos fueron muy cercanos a un mundo muy ortodoxo, muy ligado a mi tierra, mi familia, el folclore, el flamenco. Empecé a cantar en peñas con nueve años y me nutrí de esos orígenes mucho tiempo y me siento muy agradecida, porque es tener sitios a los que agarrarte. Pero hubo un momento en el que sentí que el sitio desde el que estaba accionando era poco honesto, porque ya lo conocía. Empecé a sentirme bastante incómoda y vinieron propuestas, proyectos, personas, músicos que me permitieron ir abriendo el enfoque o la visión de lo que yo quería hacer, no solo como artista sino también como espectadora. Todas las cuestiones experimentales –añade– me han interesado desde siempre. El doctorado lo hice sobre la técnica vocal en el flamenco [estudió Educación Musical, Antropología y un máster de flamenco], y ahí me di cuenta de que el flamenco no era cerrado, sino que quien se cerraba era yo, y eso fue algo bonito».
"El tema de la sexualidad nos confronta. Sigue siendo tabú, como la muerte"
En el flamenco, como en todo, tener estudios solo puede ser una ventaja, pero ¿se pierde el salvajismo, la esencia? Hablamos de un arte que nació con faltas de ortografía y desde el puro sentimiento: «Hay cosas que se pierden, sí –concede–, y no pasa nada por decirlo. Cuando ya no hay tanta fiesta flamenca y los procesos de aprendizaje se están dando en contextos muy formales, eso condiciona el arte que se hace y, también, el propio espectáculo. Pero no le podemos dar la espalda a lo que está sucediendo y al tiempo que vivimos por miedo a que se pierdan cosas, porque eso siempre se va a ocurrir y es parte de lo que hay que empezar a abrazar, que pierdes unas cosas y ganas otras».
Lo que sí parece es que la artista se ha propuesto rebelarse contra la idea extendida de que en el flamenco ya no se puede innovar. Que eso ya lo hicieron Paco de Lucía y Camarón, Lole y Manuel, Morente, y que ya no se puede dar más de sí. Es curioso que esos artistas, que fueron criticados en su día por los puristas, se hayan vuelto para estos las nuevas tablas de la ley: «Me viene a la cabeza una expresión que usa mucho Paco, el Niño de Elche, que es lo de los “morentianos conservadores”. Me parece muy fino. Y pasa en todos los géneros. Si te soy sincera, eso que dices no es algo que yo me proponga. Me viene más por el hecho de que cuando caigo en una lista continuista y sigo haciendo lo que ya va caminando, entro en crisis artística y dejo de verle sentido a ese camino. Porque dejo de disfrutar en el escenario, de encontrar el “flow”. Yo canto para esos momentos, el arte tiene sentido para mí por esos momentos, que son segundos, y si durante meses no los encuentro, empiezo a buscar por otros lados».
"El mayor mal es ser esclavos de nuestro sistema de creencias"
La conversación desemboca en la sexualización que se da en el reguetón y el trap, y en las líneas rojas en el arte: «El tema de la sexualidad creo que nos confronta, que lo tenemos todavía poco naturalizado. Sigue siendo tabú, como la muerte. Y es muy curioso que cuando algo nos incomoda, en vez de mirarnos dentro nos sale el dedo para fuera. Y a mí me está sirviendo mucho dirigir el dedo adentro y ver qué me toca a mí, qué me molesta. No soy partidaria –añade– de prohibir nada. Si apelamos a la libertad y estamos llamando a procesos creativos, no puede haber líneas rojas, tío, nos lo cargamos. El mayor mal es ser esclavos de nuestro sistema de creencias. No ser capaces de cuestionarnos que aquello que creemos pueda ser o no». Y cerramos la charla hablando de política y del pesimismo que reina entre la ciudadanía respecto a los políticos: «Yo lo veo como una casa en ruinas. Este es un sistema que se está cayendo y no paramos de tener pruebas de ello. Y por ningún lado parece que se encuentre una propuesta que sea una alternativa a lo que hay. Creo que vamos a tener que contemplar cómo ese modelo sea cae porque ya no se sostiene por sí mismo».
¿Habla de la democracia, del capitalismo…? «Para mí entra todo en un “bloque sistema”. Y por eso creo que lo máximo que podemos aportar a nivel individual es el trabajo individual, el mirarnos cada uno para dentro e ir currándonos todo lo que hay en los adentros porque solo así, cuando nos agrupamos, cogemos fuerza. Creo mucho en la condición humana, en la bondad y en el amor. Esa es la mejor manera de desbancar las cosas que ya no van. Estábamos en un punto evolutivo y ahora estamos en otro. Aprender de la historia, sí, pero mantenernos y querer estirar cuando vemos que no vamos a ningún lado… No tiene mucho sentido», concluye.
Rocío sin hielo
Javier Menéndez Flores
Contiene la voz de Rocío todas las voces, mil gargantas en una sola boca, mil bocas para el que la escucha y advierte que no puede dejar de atender su dictado. Y el corazón, el suyo, roto enteramente de tan entregado como está a la causa. Y mientras galopa la guitarra y ruge un tambor, ella venga a jugar con las palabras –arde, arte, arde, arte…–, que se van desflecando y resuenan como el taconeo de la lluvia sobre la piedra en una de esas mañanas en que el sol se resfría. Y hay en lo último que ha envasado una explosión de risas, de preguntas brevísimas, de reiteraciones y siseos y silbidos como de pájaros huérfanos. De vida. Y vámonos del diente a la raíz y de la uña al llanto y del vértigo al grito de guerra, que tantísimo quema: rabia, ira, cólera, furia, sangre viva y otras hijas bastardas de la disidencia.
Me llega, casi puedo tocarlo, un ruido de cristales y un estruendo de versos. Hay ahí una voz desmelenada que bucea en las entrañas de una selva o en el territorio infinito del espacio exterior para estrellarse, al fin, en el cielo de la boca igual que un águila exhausta. Y luego todo cesa en un instante, se hace el silencio, irrumpe la nada. Porque el réquiem viene del duelo por los seres queridos y no existe aritmética ni lógica que sirva para explicar/aplacar tamaño dolor. Y si nace la emoción cuando la música sale del cuerpo, desde la simiente, es que se ha arribado al puerto previsto.
Himno vertical, dice la bestia de cabello rubio. ¡Ja! Juarroz creó el juguete, catorce cataratas o laberintos sin rastro del yo, pero aquí el juego consiste en darle forma a lo inconcreto, dibujar música, pintar en el aire como en una lámina sin otras orillas que las que tú quieras ponerte. Una transparencia purísima en la que cualquier cosa, todo, cabe. Bienvenidos al reino de la creación, esa autopista sin límite de velocidad ni señales visibles ni policía motorizada.
El caso es que los géneros, a Rocío, se le han quedado chicos, son como una calderilla que no le alcanza para expresar todo ese mar que le fluye por las venas. Por eso mete en la olla tanto ingrediente: que si flamenco, que si pop, que si canción de autor. Y por qué no también unas gotas de rock, pues todo lo que está bien cosido y armado consigue el milagro de la lágrima. Y el olor intenso de las peñas de cuando niña, a vino y a sudor y a alegría desmedida, se aparea y confunde en su cabeza con el de los templos que ha pisado ya de mujer entera, donde ha sido celebrada como una emperatriz o una maga.
Y en Cortegana lo pequeño era inmenso y en Sevilla hasta lo imposible parecía realizable. Y las reuniones familiares, con Charo, Manolo y María a la cabeza, eran una fiesta mayúscula y así se relacionó ella con el cante, sin ayuda del intelecto, desde el más puro alborozo. Porque la tristeza vino mucho más tarde, cuando estudió para aprender a volar. Y en Madrid desembocaron todos los caminos, los reales y los soñados, y la ciudad se mostró ante ella como un árbol del conocimiento en el que lo difícil era no llevarse una manzana a la boca, y ya después que fuese lo que Dios quisiera.
Todavía hoy, a Rocío se le agrieta el alma cuando suena aquel fandango que cantaba Nuria. Y confiesa no tener más padrenuestros que el «Credo» que don Enrique inmortalizó en su misa flamenca y aquel tiempo imaginado de Diamanda Galás. Las canciones de los otros pueden ser también tuyas si, al escucharlas, sientes que te están hablando solo a ti.
Pero ¿cómo que rubia? Rocío es tan morena como la saliva del fugitivo y la del enamorado, como el clímax del poema y como el látigo implacable. Y así se muestra en el primer segundo de la mañana, pura cual agua de manantial, lista para ser bebida. A palo seco, naturalmente.
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