Rubio: de la nostalgia no se vive
Un volumen ilustrado repasa una historia paralela a la de nuestro país y nuestra infancia y muestra cómo Rubio se ha adaptado a los nuevos tiempos en un vertiginoso viaje del lápiz y la goma a la tableta.
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Pasados más de 60 años, la empresa más recordada de cuadernillos de caligrafía sigue en la brecha.
Durante su infancia, Enrique Rubio se cuidaba muy mucho de decir en qué trabajaba su padre. Y es que Ramón se encargaba de «fabricar deberes» para los niños. Para sus amigos de la playa, sin ir más lejos. Así que, claro, no era aconsejable revelarlo. Ni siquiera él mismo era un apasionado de los cuadernillos de su padre. «Yo estudié en el Líceo francés y allí no los usaban, así que no tuve que hacerlos –confiesa–. Ni siquiera tengo una letra bonita. En la carrera le pedía los apuntes a una compañera porque no lograba entender lo que había escrito». No obstante, hoy es heredero y gestor de la marca Rubio que creó su padre de la nada en los años 50 y, tras una breve travesía por el desierto, ha logrado relanzar y modernizar el producto estrella: los cuadernillos de caligrafía y problemas matemáticos.
No en balde, defiende Rubio (Enrique), «de la nostalgia no se vive», aunque sea ésta un gran punto de partida para lanzar hacia el futuro una empresa cuyo periplo narra el libro ilustrado «Mi mamá me mima. Las letras y los números de nuestra infancia» (Espasa).
w Recuperar la marca
De su padre Ramón heredó una firma con más de 10 millones de ejemplares vendidos entre los 60 y los 90 –un hito comparable en lo pedagógico al de la editorial Calleja– y una sola receta: «Trabajar, trabajar y trabajar». La muerte del fundador en 2001 coincidió con varios elementos en contra de la supervivencia de Rubio: el declive editorial, el auge tecnológico y el estancamiento de la marca. La propia letra de los cuadernillos sonaba a arcaica, desfasada, superada por el cambio lógico de hábitos, tendencias, ideologías e intereses. «Habíamos perdido la seña de identidad», reconoce Enrique Rubio, «teníamos que volver a recuperar los valores de nuestra marca pero no viviendo sólo de la nostalgia, sino adaptándonos».
Y entonces, Enrique se propuso reinventar aquel producto «estancado» en la memoria colectiva en aquellas «tardes de pan y chocolate con sólo dos canales de televisión» como glosa el libro editado por Espasa, dedicado a Ramón Rubio, «aquel soñador que nunca hubiera imaginado el poder de una idea». Enrique apostó duro, invirtió, jugó al alza: Rubio fue la primera empresa de cuadernillos escolares que saltó a las nuevas teconologías y se adaptó al móvil y la tableta; remodeló su imagen corporativa, sus ilustraciones, sin perder el «toque vintage» que podía hacerlo fácilmente reconocible para los padres de las nuevas generaciones, pero sin confiarlo todo a los viejos diseños; expandió ligeramente el mercado –hace pocos años Rubio ha abierto líneas de negocio en Alemanía y Latinoamérica– y actualizó las frases y los enunciados matemáticos de los librillos.
«Un empresario debe invertir más y aprender a ganar menos, pues el beneficio es lo último que se ha de mirar; antes está la viabilidad», señala Enrique. El esfuerzo de esta empresa familiar con sólo 10 empleados directos ha sido recompensado: 4 millones de cuadernillos editados al año, una amplia cuota de mercado aumentada en época de crisis económica y editorial y nuevas fábricas de alta tecnología en marcha.
Con todo, Rubio sigue siendo un viaje al pasado y confrontar los nuevos cuadernos con aquellos que rellenaron en largas tardes de verano los escolares que hoy peinan canas es toda una aventura sociológica e histórica. «Es lógico –considera Enrique–. En los años 60 y 70 vivíamos en una dictadura, los valores eran distintos. No tiene nada que ver con hoy en día. Pero Rubio también nos habla de una época». Así, los más curioso de la reinvención de los cuadernillos es la «poda» de frases políticamente incorrectas: «Hemos cambiado lo que hubiera de sexista, por ejemplo, por valores actuales como el cuidado del mediambiente. Es normal encontrar todas esas frases sobre el ejército o los mandamientos en los viejos cuadernos, pero todo eso ya no tiene sentido». Algún ejemplo: «África está llena de negros», «Jarabe de palo para los vagos», «Oiré misa todos los domingos»... Los nuevos (y jovencísimos) usuarios de Rubio copian, en cambio, frases de esta jaez: «Fui feliz al dejar de fumar», «Javier come alimentos ecológicos», «Los motoristas deben llevar casco».
Vuelta a lo básico
Más allá de que sea a lápiz o en pantalla, la caligrafía sigue siendo necesaria, defiende Enrique Rubio. Y ello a pesar de que el anlfabetismo –dramático en la época en que Ramón comenzó su tarea pedagógica– es hoy sólo del 1,5 por ciento. «El entorno tecnológico en el que viven los niños hoy en día es muy bueno pero también muy malo y la caligrafía ha empeorado mucho en España. Es una parte importante de la educación y activa muchas partes del cerebro», señala Enrique. El aumento de las ventas de los cuadernillos básicos de caligrafía hace pensar que una nueva generación de padres ha tomado conciencia de la necesidad de volver a lo escencial. Al mismo tiempo, Rubio ha encontrado en los mayores otra línea de usuarios y, bajo el lema «Aprender a no olvidar», ha llegado incluso a colocar sus productos en las farmacias. Todo ello, defiende Rubio, con el objetivo de estrechar la falla endémica de la educación en España.