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Ruiz de Lihory, la Mata Hari española que tuteaba a Franco

Valenciana de nacimiento, en una familia de bien, su fama no llegó nunca ni al tobillo de la de la holandesa Margaretha Geertruida Zelle, aunque igualmente tuviera una de esas vidas denominadas «de película de Hollywood»
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Valenciana de nacimiento, en una familia de bien, su fama no llegó nunca ni al tobillo de la de la holandesa Margaretha Geertruida Zelle, aunque igualmente tuviera una de esas vidas denominadas «de película de Hollywood».
Si a Margaretha Geertruida Zelle se le atribuye la frase «yo no fui espía, sino Mata Hari» a su tocaya española, Margarita Ruiz de Lihory (1893-1968), también se le podría aplicar la soberbia frase. Valenciana de nacimiento, por cierto, en una familia de bien, su fama no llegó nunca ni al tobillo de la de la holandesa, aunque igualmente tuviera una de esas vidas denominadas «de película de Hollywood». ¿Por dónde empezar..., por esa chica que, a principios del XX, se sacó Derecho en dos años? ¿O por una sufragista ibérica propia del movimiento feminista de hoy? «La mujer no debe ser instrumento más que de sí misma», clamaba.
¿Y sus presumibles escarceos con Primo de Rivera, Abd el-Krim, Franco, Henry Ford, Manuel Aznar (abuelo del que fuera presidente)...? ¿Quizá por sus facetas de corresponsal en el Rif y de pintora, retratando a presidentes como Calvin Coolidge (EE UU) y Machado (Cuba)? ¿Y su pasado como cineasta y actriz, bailarina, enfermera, pianista...? Margarita Ruiz de Lihory, o lo que viene siendo una mujer infinita. Y, por supuesto, espía. Doble, para más inri. De ahí sus comparaciones con el mito de la Gran Guerra. Un juego de espejos que realizó en la Guerra del Rif. Mientras ejercía de plumilla se introducía en ambas líneas para llevar y traer información.
Abd el-Krim frente a Francisco Franco, al que Margarita llegó a salvar la vida hasta en dos ocasiones: una, evitando que fuera sorprendido en una emboscada a la que estaban condenados los legionarios, y, dos, deteniendo una hemorragia en el vientre producida tras un balazo. Suficientes motivos para ganarse el «privilegio» de tutear al general de por vida, también en público. Sin embargo, nada de esto parece lo suficientemente fuerte para convertirse en el hito más sonado de la vida de la aristócrata. Tampoco que se la relacionara con los extraterrestres en su casa de Albacete, repleta de animales muertos y donde, dicen, acogió a dos miembros de las SS que se movían por el Nueva York de La Mancha (poco y siempre de noche) con los pasaportes canadienses de Georg Fahrenberg y Joseph Smichdt. Sí fue chocante para la sociedad madrileña –y española por extensión– de 1954 «El misterio de la mano cortada».
En la calle Princesa, 72, había aparecido una mujer treintañera sin ojos, ni lengua ni vello púbico. Ni mano, claro. «El caso» lanzaba una exclusiva que nadie quería dar por la cercanía de la protagonista con El Pardo. Margarita Ruiz de Lihory había sido denunciada por su propio hijo al haber despiezado a Margot Schelly, su hija menor. Pese a la doble condena de 6 meses de arresto mayor y 5.000 pesetas por profanación y de otras 5.000 por un delito contra la sanidad pública, nunca se supo la verdad. Ella alegó «adoración» por su hija, casi tanta como por el de Santa Teresa de Ávila.
Y el pueblo, siempre jocoso, se hizo eco con un «hit» del suceso: «En la calle Princesa, vive una vieja marquesa/ con su hija Margot, a quien la mano cortó./ Moraleja, moraleja, esconde la mano que viene la vieja». Vida que recupera ahora Ediciones Casiopea en «Damas ilustres de la historia de España». Ya saben, «no solo fue espía, fue Margarita Ruiz de Lihory».