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Ruth Bousoño: «A Carlos las mujeres se le rendían a los pies»

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A los dos meses de la muerte del gran poeta, la abogada y filóloga que compartió su vida relata su relación conjunta, 40 años que formarán parte de las memorias que está escribiendo.
Nació en San Juan de Puerto Rico pero en España se siente como en casa. Fue alumna de Carlos Bousoño y el profesor pronto quedó prendado de ella. Se casaron cuando el escritor era ya maduro –tenía 52 años– y tuvieron dos hijos. Abogada, filóloga y letrada del Tribunal de la Rota, además de trilingüe, esta mujer de genio y vivo caracter confiesa, semanas después de la muerte del escritor, no sentirse sola. Oviedo se lo acaba de demostrar con el homenaje dedicado al autor de «Salvación en la palabra». Ella, sin prisa pero sin pausa, prepara ya unas memorias conjuntas de la vida de ambos. Llenas de recuerdos, vivencias y amistades.
–¿Cómo conoció a Bousoño?
–Le conocí cuando me matriculé en una asignatura que él impartía sobre poesía española contemporánea en la Universidad de Nueva York en Madrid, mi última alma máter norteamericana.
–¿Cuándo se dio cuenta de que la atracción por el profesor se había convertido en algo más?
–La fascinación que yo sentí por aquel hombre genial de tantos modos diferentes (era un hombre visionario, según la segunda acepción del DRAE, que inventó el «Apple Watch» hace más de treinta y cinco años. Me repetía mucho que llegaría un día en el que él me podría llamar desde un reloj de pulsera a otro, del mismo estilo, que tendría yo), fue la inmediata antesala de mi incondicional amor hacía un ser sin parangón. Mis compañeras de clase se dieron cuenta antes que yo de que Carlos sentía una gran atracción física por mí. Se percataron de que cuando yo me daba la vuelta –después de hacerle alguna consulta al final de clase–, a Carlos se le iban los ojos hacia la parte inferior de mi espalda. Un día quedé con él en un café propiedad de Antonio Gades –llamado Oliver–, para hablar de una tesina que yo quería hacer sobre Valle-Inclán y las tesis de Carlos sobre el expresionismo. Y ese mismo día se me declaró. Mis compañeras de clase –todas enamoradas de su admirado profesor– me estaban esperando al llegar a mi casa para que les contara todos los pormenores de nuestra cita. Y cuando Carlos me llamó por teléfono –media hora después de haberme dejado delante de mi casa de la calle Princesa 12–, todas cayeron en éxtasis.
–¿Cómo era Bousoño como padre? ¿Se implicaba personalmente en la educación de sus hijos Carlos Alberto y Alejandro?
–Estuvo siempre presente en la vida de nuestros hijos, ya que después de sus clases matutinas venía a casa –tras hacerle una breve visita a Vicente Aleixandre– y ya no volvía a salir hasta la mañana siguiente. Y aunque no fue un padre convencional –ningún gran hombre de los que yo he tratado de cerca lo es, y él, además, se casó con 52 años–, les dio lo más importante que un padre puede darles a sus hijos: amor a raudales, mucha ternura asturiana, una visión del mundo en la que la bondad fue siempre un referente muy sólido, y una gran libertad para ser ellos mismos. Nuestros hijos siempre sintieron adoración por él: ésta es la mejor prueba de su éxito como padre.
–¿Cuáles eran sus aficiones? ¿Recibía a amigos y discípulos? ¿Era la suya una casa abierta?
–Carlos tenía muchas aficiones, ya que desde niño se sintió atraído por las letras y las ciencias. Dedicaba muchas horas a la lectura, hasta el punto de que cuando no estaba escribiendo tenía siempre un libro en las manos. Y como leía con fruición, durante los meses de verano era capaz de leerse hasta dos libros en una tarde. Sentía auténtica pasión por la música, y ésta era casi tan importante para él como la poesía. En su familia materna ha habido (y hay) muchos músicos de gran categoría, tanto en la familia Prieto Fernández de la Llana, como en las de Prieto Jacqué y Prieto Prieto. La pintura era otra de las aficiones de Carlos, pero también la naturaleza. Se emocionaba mucho ante el mar, los espléndidos cielos de Madrid y Mallorca, y también ante la exuberante flora de su querida tierra asturiana. Boal, el pueblo que lo vio nacer, tiene la flora más espectacular que he visto en Asturias, y el mejor requesón que he comido nunca. Nuestra casa siempre estuvo abierta a los intelectuales y artistas de nuestra confianza que tuvieron interés en acercarse a Carlos.
–¿Cree que se ha dado de usted una imagen negativa que le ha podido perjudicar?
–La pregunta me sorprende. En la prensa escrita no he visto más ataques a mí que los interesados de Amaya Aleixandre, quien tuvo la osadía de acusarnos a mí y a Carlos –de un modo calumnioso e injurioso– de haber sustraído con nocturnidad y abuso de confianza el Archivo Vicente Aleixandre de la casa del Premio Nobel, como parte de su fallida estrategia torticera para arrebatarnos el archivo personal de su tío segundo, constándole que era nuestro desde antes de que muriera el poeta sevillano en 1984. Los que me conocen saben que desde que me casé con Carlos me dediqué a él en cuerpo y alma. Tomé las riendas de nuestra casa y de nuestra familia, además de la gestión de su vida literaria, a pesar de mi extrema juventud. Y ello fue así hasta su último minuto de vida. En estos ocho años finales he trabajado –sin un solo día de descanso– una media de dieciocho intensas horas diarias, para poder atender a mi madre, el torticero pleito sobre el Archivo Vicente Aleixandre –en cuya defensa, hasta llegar al Tribunal Supremo, tuve yo una parte muy activa, por tratarse de un asunto que no tenía precedentes–, nuestra casa, nuestros dos hijos, más la defensa de nuestros intereses y derechos fundamentales en la prensa escrita.
–¿Cómo fueron los últimos años de Bousoño? ¿Él era consciente de lo que sucedía a su alrededor?
–Carlos mantuvo el esquema de su personalidad hasta el último momento. Y registraba recuerdos recientes. Sin embargo, cuando murió llevaba algunos años sin escribir libros poéticos o teóricos. Pocos llegan a los 92 años con la lúcidez que tuvieron a los 40. A Carlos le ocurrió que se hizo introspectivo. Me ha entristecido ver que algunos intelectuales que sé que querían y admiraban a Carlos, empezaran sus artículos de despedida diciendo que Carlos cuando murió ya se había ido; algo que no es cierto. Los grandes hombres que dejan una obra monumental, como es el caso suyo, nunca mueren. Carmen Riera me ha escrito en un tarjetón lo siguiente: «Tú sabes más que nadie cuánto le debemos como poeta y como ensayista»; por lo que sólo nos interesa su obra, y decir su obra es decir su plenitud. Ya lo dejó Carlos dicho: «Lo único que importa es la vida, y no la muerte».
–¿Se siente ahora muy sola o ha tenido tiempo de prepararse para aceptar una realidad que era ya irreversible?
–No, ni por asomo me siento muy sola. Echo mucho de menos la presencia de Carlos, pero me prometí a mí misma, al casarme con Carlos, que conservaría mi personalidad. La soledad sólo la sienten las personas sin vida interior, y yo da la casualidad de que poseo mucha vida interior. Tengo dos hijos, mucha gente que me aprecia, y algunos amigos –desde niña he sido muy selectiva con los amigos, ya que solo me interesan las personas cien por cien auténticas– a los que quiero mucho y que me han demostrado muy ampliamente, a lo largo de los últimos veinticinco años, que están conmigo de un modo incondicional, lo mismo que yo con ellos. Y cuento con la Mallorca payesa y España. Me siento plenamente identificada con todos, pues me han acogido con los brazos abiertos desde siempre. Y, sobre todo, me tengo a mí misma: soy una persona plenamente feliz, llena de ilusión, con muchísimos proyectos que realizar, con una vitalidad arrolladora y con una capacidad de hacer inagotable. Tengo mucho camino aún por delante. Aparte de dedicarme a promocionar la obra de Carlos –mi meta principal– quiero traducir alguna otra gran obra de Shakespeare y escribir unas memorias conjuntas mías y de Carlos: su memoria sigue viva en mí. Pero serán unas bonitas, en las que yo le devuelva al mundo cultural español parte de la felicidad que me ha proporcionado desde que crucé el umbral de la adolescencia.
–¿Cuál va a ser el destino final del legado de Vicente Aleixandre?
–El destino del Archivo Vicente Aleixandre será el de siempre: su venta. Si lo fue siempre, mucho más lo es ahora, después de las deudas en las que tuvimos que incurrir Carlos y yo para mantener nuestros derechos sobre éste. Sólo defender nuestro archivo aleixandrino hasta llegar al Tribunal Supremo nos costó 250.000 euros, que tuvimos que pedir prestados. A ello hay que añadir los honorarios del letrado y del procurador en la fase judicial en la que nos encontramos actualmente: la de la reclamación de daños y perjuicios (aunque seguimos sufriendo las secuelas del juicio principal, que terminó el 18 de diciembre de 2013, con nuestro rotundo éxito frente a las torticeras intenciones de la sobrina segunda de Vicente Aleixandre), en la que la parte contraria conserva la tónica judicial que ha mantenido desde 2007, y que ya conocen todos.
–¿Se sigue barajando la posibilidad de su venta? ¿Ha vuelto a recibir ofertas?
–Sí, por supuesto. Hace un par de meses un despacho de abogados, especializado en grandes legados artísticos y literarios, manifestó su interés en la compraventa del Archivo Vicente Aleixandre a través de uno de sus socios, que es un gran amigo mío.
–La amistad entre ambos poetas, Bousoño y Aleixandre, ¿se recoge de alguna manera en un epistolario? En el caso de que así sea, ¿son muchas las cartas que ambos se cruzaron?
–Carlos conservó algunas cartas que le envió Vicente Aleixandre, pero no forman parte del Archivo Vicente Aleixandre.

«Tuvo más de 20 novias y unas 100 estrellas fugaces»

–¿Le habló el poeta de sus amores de juventud y madurez? ¿Compartieron ese tipo de confidencias?
–Me habló de las más de veinte mujeres con las que tuvo una intensa vida sentimental (y también del centenar que sólo fueron estrellas fugaces en el corazón de un hombre al que las mujeres se le rendían a sus pies). Una de ellas fue una mujer casada que se enamoró locamente de él, hasta el punto de que alquiló un piso en Madrid para poder verlo con cierta frecuencia. Yo la llegué a conocer cuando era ya madura, y aún conservaba gran belleza. Intuyó que iba yo a ser la mujer definitiva de Carlos –como lo intuyó Aurora de Albornoz–, y así se lo dijo a la madrina de nuestro hijo pequeño.
–¿Mantenía recuerdos de ellas?
–Conservó un buen número de cartas y fotos dedicadas de algunas de sus ex novias. Una le regaló una foto de ella con una confesión bastante subida de tono, tras estar con él tres días antes de casarse con otro. Yo me leí, en su día, todas esas cartas para saber qué relación había tenido Carlos con sus anteriores novias. Supe por ello que pudo haberse casado con una de las novias a las que le dedicó uno de sus poemas.
–¿Por qué no llegaron a casarse?
–Esperó tanto para decidirse que cuando le comunicó que estaba dispuesto a dar ese paso, ésta ya se había casado con un dentista. Hubo otra que le organizó una boda en EEUU, pero creo que era más una ilusión poco fundamentada, pues Carlos no se hubiera marchado de España nunca. Cuando nuestro hijo mayor tenía tres años apareció la susodicha. Venía con un niño de unos cinco años, y divorciada. Estaba tan empeñada en ver a Carlos que él me preguntó que si me importaba que la invitara a merendar con su niño. A Carlos se le pasó advertirle que se había casado y tenía un hijo. Y, claro, cuando yo le abrí la puerta, con nuestro hijo, la pobre se quedó lívida. Como era un poco ingenua, traslució en su conversación que había venido a España con la intención de colocársele a Carlos en su vida. El chasco que se llevó fue de los que no se olvidan.
–¿Ha coincidido con algunas?
–He tenido en nuestra casa, en alguna ocasión, a dos de sus ex novias (hasta ese punto no tuve celos de ninguna, ya que fui yo la elegida), y tengo una excelente amistad con una de ellas, la poetisa y especialista en teoría literaria austríaca Angelika Theile-Becker.