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Sáenz de Oiza: ni Torres ni Blancas

El arquitecto, del que se celebra el 12 de octubre el centenario de su nacimiento, es el creador del icónico edificio, un emblema de Madrid y una de las construcciones con mayor peso dentro de su trabajo.
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El arquitecto, del que se celebra el 12 de octubre el centenario de su nacimiento, es el creador del icónico edificio, un emblema de Madrid y una de las construcciones con mayor peso dentro de su trabajo.
Dice su hijo Javier Sáenz que el estudio de su padre era como un desván en el que había lugar para la carpintería, el dibujo, la fotografía. Su taller poseía la atmósfera que el arquitecto nacido en un pueblo de Navarra (Cáseda) le supo imprimir. En ese espacio íntimo también se hallaba su biblioteca. «Es difícil de reproducirlo, de recrear el mundo de uno», asegura cuando se le pregunta por cómo ha quedado en la exposición que a partir de hoy le dedica el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM). Instrumentos de trabajo, las reglas de cálculo que le apasionaban, máquinas fotográficas, planos y maquetas. «Le gustaba mucho viajar. Decía, precisamente, que el laboratorio del arquitecto es el viaje», asegura su hijo y cuenta una preciosa anécdota: siempre llevaba un metro en el bolsillo para comprobar medidas. Era, según le define, «un hombre apasionado, con una enorme vitalidad, una energía imposible de contener y, en ocasiones, insoportable. Un gran artista con talento y carencias».
Los dormitorios pequeños
Cuando le preguntamos por la obra con la que su padre se quedaba, de la que se sentía más orgulloso, señala «las no realizadas». Y dentro de esta categoría, una capilla de 1954 que no se llegó a levantar en el Camino de Santiago y una propuesta de cubo para la Alhóndiga de Bilbao, «aunque se sentía especialmente satisfecho de Torres Blancas y del edificio del Banco de Bilbao. También de las viviendas unifamiliares, uno de sus temas preferidos a la hora de construir», aunque algunos de sus inquilinos se quejaran del tamaño quizá especialmente reducido de los dormitorios, «que concebía con mentalidad de ermitaño. Pensaba más en celdas de monje que en habitaciones», dice Saénz.
Dentro de ese mundo suyo tan personal hay un edificio que se levanta entre todos. Él mismo, su hijo lo asegura, lo consideraba uno de sus preferidos. Una construcción que sintetizaba la utopía de la ciudad jardín vertical. Juan Huarte, recientemente fallecido y el promotor de la obra, le encargó un emblema para Madrid justo en una de sus entradas. El arquitecto levantó finalmente solo una de las tres torres previstas porque hubo demasiados problemas con el Ayuntamiento. ¿Y el color blanco que nunca lo fue? «Es el de la utopía de la pureza de pensamiento. Tiene más que ver con el purismo de Le Corbusier. Es una referencia conceptual», explica.
El arquitecto dibujó sobre el papel un ciudad en la que hubiera todo tipo de servicios: peluquería, jardines, salones sociales... Algunos se hicieron realidad, otros se quedaron en la cabeza del artista. Había hasta un servicio de montaplatos que se utilizó un mes y que algunas viviendas conservan aún. Durante 15 años la familia vivió en uno de los dúplex («entonces era como el promotor pagaba al arquitecto, eran sus honorarios», señala Javier Sáenz). Después se mudaron a Núñez de Balboa. Las viviendas tienen una planta en «L» como las famosas casas de la pradera de Frank Lloyd Wright, pero en altura. «Son viviendas que, aunque no lo parezca, tiene muchísima luz. No es un castillo oscuro, frente a lo que pueda parecer. Están muy poco tabicadas, tiene grandes puertas correderas en color berenjena, cocinas bien iluminadas por vidrios de color amarillo», comenta. Gran parte de los pisos se han cambiado enteros, lo que su hijo considera que es una lástima, «pues se trata de viviendas especiales que han perdido precisamente esa cualidad que las hacía únicas». El vestíbulo de acceso se conserva tal cual, con esa entrada de mármol, la puerta roja, los tiradores color dorado.
La exposición que se muestra en el COAM reproduce una parte de ese universo y nos acerca a su mundo. Cuando le preguntamos a su hijo si está satisfecho con el resultado responde que «quizá pienso que hubiéramos necesitado una semana más. O un año».
Un edificio cinematográfico
Torres Blancas han pasado a ser un icono de Madrid hasta el punto de aparecer en numerosas películas. La última, «Tiempo después», la comedia futurista de José Luis Cuerda en la que han sido trastocadas con efectos digitales para sumarle en su bajo la también célebre «Corona de espinas», de Fernando de Higueras, sede del Instituto de Patrimonio Cultural de España. En la cinta, la torre es el Edificio Representativo de los pudientes de la humanidad tras una hecatombe. El edificio es claramente reconocible para quienes estén familiarizados con él. No obstante, la primera vez que apareció la obras en la pantalla grande fue en el peculiar «thriller» de Antonio Isasi-Isasmendi «Un verano para matar», en 1972. Pero la visita cinematográfica más curiosa es la que realizó en 2008 Jim Jarmusch, que ambientó allí en varias escenas de exterior e interior de «The Limits of Controls».