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Salinas y Juan Ramón, reencuentro inédito

El Día Internacional de la Poesía coincide con la publicación de dos nuevos poemarios de los escritores
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En la Biblioteca del Congreso de Washington, donde Juan Ramón Jiménez donó parte de su material literario, hay un ejemplar de «Presagios», de Pedro Salinas, publicado por Biblioteca del Índice, en 1924. Se trataba de un proyecto editorial de Juan Ramón, que le dijo en carta a Salinas: «"Presagios"me ha ganado desde el primer instante», señalando cómo su poesía llenaba «el corazón pensativo para siempre». Piropos que agradeció el madrileño al onubense en la dedicatoria de ese ejemplar citado: «Recuerdo de una admiración constante y pura, gratitud de todas las horas que él quitó a la más alta obra de poeta, reconocimiento a su noble y generosa amistad».
Aquella amistad se rompería una docena de años más tarde, cuando, por motivo de una polémica en la prensa, el autor de «Platero y yo» se sintiera aludido por un ataque de varios colegas que acabaría afectando de rebote al autor de «La voz a ti debida». El mutuo cariño se fue deshaciendo y, con la eclosión de la guerra civil, cada uno emprendió un camino hacia el exilio, aunque al fin y al cabo el mismo: Estados Unidos y Puerto Rico.
Dos polos decisivos
De hecho, el libro juanramoniano que acaba de publicar la editorial sevillana Isla de Siltolá, «Idilios», reposaba en una carpeta de la Sala Zenobia y Juan Ramón Jiménez, de la Universidad de Puerto Rico, donde el poeta donó una ingente cantidad de manuscritos y libros, además de cuadros y fotografías dedicadas de escritores. En el prólogo a «Idilios», Antonio Colinas señala que Juan Ramón lo escribió en un periodo clave para su evolución poética, 1912 y 1913, es decir, «entre esos dos polos decisivos en su vida que fueron Moguer y Madrid: el tercero fue América». Y se pregunta: «¿Por qué esa intensidad en la emoción y esa emoción hacia lo puro? Porque el poeta deja fluir en esa etapa (y en este libro concreto) su voz con naturalidad». Es poesía que conduce «hacia la poesía pura en esa conciencia de búsqueda de la esencia, de un camino propio de trascendencia», como asegura en la introducción Rocío Fernández Berrocal, que ha ordenado un libro con 38 poemas inéditos para un total de 97. Está dividido en «Idilios clásicos», textos de amores nostálgicos, e «Idilios románticos», dedicados a su mujer, Zenobia Camprubí, y según su propio autor, quería alcanzar con ellos «brevedad, gracia, y espiritualidad». Ejemplo de ello son poemas breves, densos y delicados, como este que no lleva título y dice: «Solo un punto, / en la rosada luz / que muere. / Una caída. Y su ascensión... // Y ahora, tú, carne, / vístete, y vete».
Así pues, dos grandes poetas, dos destinos paralelos que llegan hasta hoy: también de Salinas se ha recuperado una «Poesía inédita» (Cátedra), que de la mano de Montserrat Escartín reúne 142 poemas de sus dos grandes etapas, marcadas por el exilio, a su vez divididas en los lugares donde el poeta vivió desde 1914: París, Sevilla y Madrid, y Wellesley, Baltimore, Puerto Rico y Boston. Apoyándose en el epistolario del autor –las explicaciones de Salinas de su propia poesía, y en general su visión poética del entorno, a su mujer Margarita, su amante Katherine o su amigo Jorge Guillén son iluminadoras–, la estudiosa contextualiza y analiza cada poema, consciente de que «algún crítico ha hablado de «poesía epistolar» ante la evidencia de que bastantes poemas son glosas de hallazgos expresivos en sus misivas». Son esbozos, textos descartados, versos de «hermética caligrafía», versiones de otros textos publicados o piezas que vieron la luz en revistas o «plaquettes».
Todo un tesoro para los admiradores de Salinas: «Desde tentativas juveniles, a los últimos apuntes, escritos días antes de su muerte, pasando por momentos dichosos (irrupción del amor, llegada de los nietos) o críticos (pérdida de la amada, guerras y enfermedades)», detalla Escartín.
La fascinación del mundo
Es un Salinas que contempla las nubes, los árboles y la noche, que homenajea a colegas filólogos o habla con ternura de los niños, como en el poema «Verás»: «"Verás", me dice el niño, ¡qué promesa! / Él, que inicia su paso / me anuncia a mí, acabando, que aún me queda por ver, que voy a ver / algo que aún nunca he visto». Un Salinas que describe urbes que le impresionan como Chicago, San Francisco o Nueva York, «ciudad de miradas altas»; un Salinas siempre sensible a lo que pasa en el mundo desde el punto de vista social o en torno a la actualidad política. En este sentido, es singular la pieza titulada «Debate», que podría resumir el mundo hoy en día, tan saturado de informaciones y controversias: «Todo el día es debate, oposición, / competencia y encuentro, pugna. / Dos voces se responden y discuten. / Velocidad y calma, prisa y paz. / Encontrados vehículos, por milagro / no chocan. Todo disputa».
Y al fin, un Salinas que, por supuesto, canta enamorado o al desamor, como el lector de «Razón de amor» o «Largo lamento» podrá presumir; el mismo que le inspiró Katherine y que cambió el rumbo de su poesía, enfatizándola y embelleciéndola a partir de su experiencia más íntima: «¡Estás, amor, estás! / ¿Cómo he podido / dudar de tu existencia? Cantas, amor, ¿cómo he podido / confundir una voz con el silencio? ¿Brillas, amor, porque no te veía?», empieza diciendo en un texto de 1939. Al igual que el amor de Juan Ramón, arrebatado por Zenobia: «¡Qué ola la del amor!», afirma en uno de los «idilios clásicos», y en el poema «Ex-amor», dentro de los románticos: «¡Eres bien mía; toda, / y tantas veces mía, / y de tantas maneras! / Mas pienso –¡qué nostaljia!– / en que pudiste serlo solamente / ¡un día!, ¡aquel instante!, ¡entonces!». Tema literario central durante sus vidas, es este el amor de Salinas y Juan Ramón que, aún palpitante en versos, surgen hoy de entre papeles dispersos que ya están a salvo del olvido.
El detalle
La de «Idilios», de JRJ, es una poética de corte sensual. «La pasión vital del poeta cristaliza en el ideal femenino que proyecta en sus amadas, sus musas, paisajes de sus anhelos y deseos de belleza, idilios platónicos», puntualiza Fernández Berrocal. Al final, el idilio mayor lo experimentará con Zenobia, la mujer a la que le costó conquistar y cuya madre rechazó al poeta al comienzo por «triste», pues ya eran notorios en su juventud los achaques depresivos que arrastraba desde la temprana muerte de su padre, en su casa
un mismo destino americano
Salinas (en la imagen de abajo) y Juan Ramón (arriba) salieron de España en plena Guerra Civil, de camino a América: el primero se estableció en Massachusetts y Baltimore como profesor universitario, y el segundo vivió en Miami, Washington y Maryland. En 1943-1946, Salinas residiría en Puerto Rico, donde Juan Ramón se establecería en 1950. Para ambos, la isla caribeña constituyó una suerte de resurrección y paraíso, de entrega poética y felicidad, hasta el punto de que ambos quisieron ser enterrados en San Juan: Salinas moriría en Boston, en 1951, pero su deseo sería cumplido y hoy sus restos descansan en el cementerio de la capital, frente al océano Atlántico, al que dedicó su libro «El contemplado». Juan Ramón, falleció en 1958, dos años después de la muerte de su esposa.

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