Secun de la Rosa: «Las barriadas están llenas de Tomys Tomás»
Con su compañía teatral, Radio Rara, se va a la Barcelona ochentera en «El disco de cristal», una comedia musical, charnega y agridulce.
Un cantante melódico aspira a sobrevivir. Con él, sus dos hijos, una con problemas físicos, otro con nula vocación. Con «El disco de cristal», revisión en clave «charnega» de «El zoo de cristal» de Tenessee Williams, Secun de la Rosa regresa a los escenarios como dramaturgo, director y actor junto a su compañía, Radio Rara. Lo hace en un musical de lo más atípico que homenajea a toda esa generación de cantantes que triunfaron con casettes de carretera... y a los que no llegaron a nada. Tras estrenarse en el Teatro el Barrio, ahora puede verse viernes y sábados en el Teatro Lara. En escena le acompañan Xavi Melero, Ana Hurtado y el músico Pablo Hurtado, o sea, los que leen el periódico con él en la foto. También le pueden ver en cines, en un papelito, en «Negociador», y en breve en «Hablar», de Joaquín Oristrell, y en «El tiempo de los monstruos», de Félix Sabroso.
–¿Cómo era aquella Barcelona y los cantantes melódicos que retrata la obra?
–Es una mezcla un tanto peculiar la de «El disco de cristal». Más que la historia de un cantante es la de una familia, pero hay un epílogo en el que se cuenta que este señor, Tomy Tomás, en los años 80, en la Barcelona charnega y el Madrid de la Transición, grabó un disco y tuvo su minimomento. Ahora sobrevive haciendo cuatro bolos al año en sitios mal pagados de la costa.
–¿Tomy Tomás no llegó a gran cosa porque en aquella Barcelona lo de cantar en español... como que no se llevaba?
–Lo del catalán y el castellano está bastante presente, a nuestro pesar. No es una cosa que buscáramos. Esto iba a haber sido un solo día, pero yo empecé a unir piezas, Tennessee Williams, «El zoo de cristal»... Deseaba también hacer algo autobiográfico, estaban ahí mis abuelos, mis tíos... y salió esto. Tomy Tomás lleva sobre sus hombros haber sido un charnego y no haber prosperado por ser hijo de inmigrantes. Es un ser desencantado. Vivió mal la Barcelona de la Transición, luego se vino a la pos-Movida a Madrid y tampoco consiguió nada... Quizá por eso gusta tanto al público.
–¿Ha conocido a muchos Tomys?
–Unos cuantos. Las barriadas están llenas de gente así, que quiere hacer lo mejor por sus hijos, por sí mismos, pero que son producto de las dificultades y de diferentes épocas, y no todo el mundo sabe avanzar.
–¿Usted viene de ahí, de las barriadas?
–Sí, pero no sé si mi barrio es tanto lo que puede retratar el mundo de Tomy Tomás. Yo he vivido en Barcelona, pero no en el extrarradio. La madre de los hijos de Tomy los abandonó con dos meses, y eso está inspirado en un personaje real. Él vivió esa época en que, como dice, Barcelona era una fiesta, justo antes de los partidos políticos, cuando parecía que todo el mundo iba a ser idealista. La del Cúpula Venus y la Barcelona de Las Ramblas donde se respiraba libertad. Pero duró un suspiro.
–No me aclaro: ¿Secun de la Rosa es charnego, catalán, madrileño...?
–(Risas) Pues es una cosa que me están preguntando mucho y no sé qué decir. De repente estoy tomando conciencia de que hay diferentes versiones de mí mismo. Yo salí de la escuela de teatro, he montado mis obras, como actor me han llamado para otras, pero he seguido escribiendo mis historias. Y en cuanto a ciudadanía, no sabría qué decirte: mi padre es malagueño, mi madre, catalana, y yo llevo casi toda mi vida en Madrid, y amo Barcelona y Madrid.
–Pero sí hizo ese viaje, el saltar de Barcelona a la capital, como tantos otros.
–Sí, he cogido mucha biografía de familia y amigos. Es la mirada de ese niño, no de lo que yo he vivido.
–¿Dentro de todo actor hay un camarero?
–En mi caso, más. Yo he sido el escalafón más bajo: he sido recogevasos de la sala El Sol. Cuando llegué a Madrid y empecé a estudiar con Cristina Rota, afortunadamente tenía amigos muy generosos y nos buscábamos la vida como fuera para pagarnos el piso de alquiler compartido y la escuela.
–La obra es un musical. ¿Hay un homenaje a la música melódica?
–Sí, mucho. Sin ser un musical al uso, porque está más cerca de «Once» o de los intimistas del nuevo Broadway o Londres, tiene la música de cada personaje. Al padre le cabe cantar el «Tú y yo» de Emmanuel, y hablar de Albert Hammond, Manolo Otero y todo ese universo. Sin embargo, al hijo le entra la música inglesa y americana, y el universo de Antonio Vega. La hija es el punto medio. El padre está empeñado en convertirla en una de sus cantantes italianas idolatradas. Mina sería el gran referente. Tengo que agradecerle a Ana Hurtado y Xavi Melero el trabajazo que han hecho y lo que me han descubierto: hay un montón de gente joven ahora que canta en YouTube canciones que a nosotros nos parecerían las más desfasadas dándoles una vuelta.
–¡O sea, que la canción melódica es ahora de modernos!
–Yo creo que sí. Si no, que se lo digan a Raphael, el revival que está viviendo desde el Sonar de hace tres años.
–¿No es un poco la banda sonora de una España que vamos dejando atrás?
–Por una parte, parece que no. Con esta obra quería escribir sobre la familia, sobre lo que conozco. Esa España por una parte queda atrás. Pero, por otra, me parece que ahora todo el mundo del «hispsterío» es como una segunda Transición. El tipo de cine que se hace es más tranquilo. Hay algo ahí, hasta en lo físico, en las barbas y las patillas, que parece que en cualquier momento va a salir Calvo Sotelo.
–Y usted, ¿ya sabe lo que es triunfar?
–No, no... Si lo supiera, igual dejaba de tener miedo o de crear. Triunfar es una palabra muy grande. Cuando llegué a Madrid en 1990 pensaba que nunca iba a trabajar. Ahora echo la vista a trás y veo lo poco que sabía y lo idealista que era. A base de mucho esfuerzo y trabajo, mi grupo de teatro ha tirado para delante, y siempre de forma muy artesana: escribo mi obra, la ponemos en pie en una salita y luego la mostramos al distribuidor o al teatro. Tengo mi reducto del dramaturgo. Quizá he tenido suerte de que, cuando he mostrado mis cosas y las ha visto gente de la profesión, como Álex de la Iglesia, David Serrano, Borja Cobeaga, incluso Luis San Narciso, me han llamado para proyectos más grandes. Sigo haciendo crecer mi teatro poco a poco. Es lo que me ha dado otras cosas. Pero he sido muy constante. Me costó diez años de teatro alternativo que alguien se fijara en mí.