«Sensible»: Exageraciones del amor
Autor: Constance de Salm. Dirección: Juan Carlos Rubio. Intérpretes: Kiti Mánver y Chevi Muraday. Teatros del Canal. Hasta el 22 de octubre.
Complicado reto, del que ha salido airoso el director, el de crear con sólo dos intérpretes –una actriz y un bailarín– un rico espectáculo de teatro y danza a partir de la novela epistolar de Contance de Salm «Veinticuatro horas en la vida de una mujer sensible». Kiti Mánver vuelve a ponerse a sus órdenes, con un resultado nuevamente satisfactorio, en esta volcánica obra que se sustenta casi exclusivamente sobre el torrente emocional de celos y desesperación que experimenta una mujer madura que descubre una presunta infidelidad de su joven amante. Junto a ella, Chevi Muraday compone con pasmosa legibilidad, básicamente a través del lenguaje corporal, el personaje del amigo de esa mujer, el enamorado no correspondido que cierra el trágico triángulo pasional. La rotunda partitura de Julio Awad, que no podría ser más hermosa y adecuada; la luz de Juanjo Llorens, capaz de transmitir todos los matices del complejo y tenebroso corazón de los personajes; el vestuario de María Luisa Engel, que subraya el revelador desencuentro entre la opulencia de los protagonistas y su insatisfacción vital; y la delicada escenografía de Curt Allen Wilmer, ocupada en su parte central por una minimalista forma geométrica que gira permanentemente sobre sí misma son fundamentales para que el director pueda, con su habitual claridad de lenguaje y recursos escénicos, contar esta historia de amor un tanto desmedida. Quizá la única objeción que se pueda poner al montaje es la limitación conceptual del material literario del que parte, porque, si bien resulta sumamente interesante la exploración psicológica que se hace en él de una mujer atormentada por los celos y la inseguridad, resultaría más enriquecedor para la obra, y, por ende, para el espectador, que ese ser no solo estuviese determinado en la trama por el puro arrebato de su instinto, sino también por un escrutinio de la realidad siquiera un poquito más racional y reflexivo. En cualquier caso, al margen de gustos e inquietudes particulares de cada espectador, en una cosa sí coincidirán todos: habrá merecido la pena pagar la entrada porque el espectáculo, como todos los que produce Concha Busto, lo merece. Nadie como ella en el sector privado de nuestro país imprime un sello parecido de calidad: todos y cada uno de los detalles del montaje están cuidados con mimo profesional, rigor artístico y primoroso gusto.
LO MEJOR
Saber que el dinero de la entrada ha estado bien empleado porque la función lo vale
LO PEOR
El desenfreno en la pulsión de la protagonista termina por limitar y embrutecer al personaje