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Tribuna

Servando Rocha: todo el sectarismo que llevo dentro

El escritor Servando Rocha al llamar, entre otras cosas, «terrorista inmobiliaria» a Ayuso en un acto de la Comunidad debería hacer reflexionar a la derecha sobre lo que es Cultura

El escritor Servando Rocha durante su discurso en la presentación de La Noche de los Libros
El escritor Servando Rocha durante su discurso en la presentación de La Noche de los LibrosAgencia EFE

Presentación en el restaurante Bosco de Lobos de la Noche de los Libros, el evento anual que organiza la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid, y que concentra en tan solo unas horas más de 500 actividades, en una suerte de despliegue gremial que aspira al estatus de «noche mágica». La misma afectación que transpira Cataluña por Sant Jordi; eso sí, con un aire más indómito, más furtivo, siquiera por su condición de acontecimiento noctámbulo y porque, pese a todo, Madrid es renuente a la mortaja oficialista.

El consejero del ramo, Mariano de Paco (probablemente emparentado con los De Paco que emigraron a Barcelona, el brote del que vengo yo), cede el atril al escritor Servando Rocha. Había leído no hace mucho su extraordinario «Todo el odio que tenía dentro», una semblanza eléctrica del pandillerismo madrileño de los sesenta, a través de la figura del boxeador Dum Dum Pacheco. Un ensayo raro, airado, con pasajes deslumbrantes. Quien comparece, no obstante, no es el Servando Rocha autor, sino el Servando Rocha activista (como pedir foie y que te traigan a la oca), que se arranca sacando lustre al argumentario abajofirmante: «Oh, la noche no gusta a quienes imponen el orden» », Oh, los cuerpos no reglados, los sifilíticos, los pobres, los parias, los LGTBI… ¡siempre bajo sospecha!», Oh, quitad las manos de Madrid». No hay apenas diferencias entre su alegato, «valiente» en el sentido orteguiano del término (por Juan Carlos Ortega), y la prosa sanitaria de Más Madrid, ese catecismo por el que salir en manifestación no es exactamente salir en manifestación, sino «poner nuestros cuerpos al servicio del bien común». Rocha se disfraza de redentor y los profesionales del redentorismo escriben redacciones escolares, cual si los parlamentos fueran tallercitos de escritura de San Antonio de los Baños. Al cabo, no hay mejor maridaje para las proclamas siniestras que los volatines literarios. Véase, si no, el último pensamiento semanal de Juanjo Millás, providencial para entender su prestigio («De Koldo decimos que empezó como portero de discoteca. De Leguina, sin embargo, no decimos que empezó como demógrafo».), o el más reciente hallazgo de Suso de Toro («Al final los sionistas con su crueldad sin límites nos convencen de que, después de todo, los nazis no eran tan malos»). Regurgitaciones, en fin, del viejo tema «La Tierra no pertenece a nadie salvo al viento». Y de su envés: «Nación es un concepto discutido y discutible».

Mas habíamos dejado a nuestro «working class hero» con la palabra en la boca, a punto de revelarnos un arcano galáctico, el misterio de la sopa primigenia. En pie: «Leer es un acto clandestino». Ante semejante epifanía, cómo no evocar al dramaturgo Secundino de la Rosa, autor del desconcertante Las piscinas de la Barceloneta (dejémoslo ahí, en «desconcertante»: la tierra para quien la trabaja y la burla para quien la merece); cómo no traer, insisto, al Secun, que dejó dicho en La Cena de los Idiotés, de la Cadena Ser, que en los ochenta sufrió «palizones» por leer en el metro a Shakespeare. «Eh, qué haces leyendo un libro... ¡y te daban unas collejas!» (Ah, la delicada impostura de Manuel Jabois, en la tertulia, mientras el Secun se autovictimizaba; el ceño grave, como si estuviera confesando al Gitanillo; la pose de quien está obligado a empatizar, por puro ambientalismo, con un farsante venido arriba.)

Volvamos a Rocha, que había ido saltando de liana en liana, de los sifilíticos al LGTBI (atrévase, por cierto, cualquier rapsoda de derechas a anudar esos dos conceptos), con el solo objetivo de tener un cajetín donde clavar la pértiga: «Madrid es hoy una ciudad poblada de fantasmas [...]. Los libros se fueron en las mudanzas obligatorias, en el terrorismo inmobiliario bendecido y tolerado por quienes gobiernan esta ciudad. [...] Hoy, en Madrid, el único género literario posible es un relato de terror. [...] Hay tantos fantasmas que ya son como un ejército. Yo tengo un número, los he contado: 7.291 ancianos y ancianas, nuestra gente, que murieron solos por los protocolos de la vergüenza».

Que un personaje de esta naturaleza utilice la atalaya de privilegio que le brinda la Comunidad de Madrid para llamar a Isabel Díaz Ayuso terrorista inmobiliaria y asesina debería mover a la derecha a revisar sus presupuestos en materia cultural. Porque lo que resulta inquietante no es que un tipo que se reconoce anarquista te reviente un acto (circunstancia impensable en sentido inverso), sino la posibilidad, cada vez más verosímil, de que el único mérito para estar en la pomada sea precisamente ese: el de ejercitarse en la injuria a la presidenta.

Un fino periodista de Cultura, buen conocedor del paño, nos da el pie para iniciar esa reflexión: «No digo que la derecha tenga que ser como la izquierda, que sólo da de comer a sus acólitos y afines, pero es que no me creo ese mantra de que ‘la cultura es de izquierdas’. Tampoco hace falta coger a las mismas cuatro momias de siempre o los cuatro ‘freaks’ que van arrebañando un poco de casito en presentaciones. Pero, joder, hay mucha gente muy válida y muy curranta dispuesta a crear cultura sin tener que externalizar esa labor... en el enemigo”.