Stalin cambia de bando
La oposición de las naciones a las ideas soviéticas hizo que el líder de la URSS pensase apoyar a Hitler
El 11 de agosto el corresponsal estadounidense de la CBS William Shirer escribía desde Dánzig: «Para tratarse de un lugar donde se supone que está a punto de estallar una guerra, Dánzig no encarna bien ese papel. Como los berlineses, los habitantes de esta ciudad no creen que vaya a haber guerra. Tienen una fe ciega en que Hitler conseguirá su retorno al Reich sin que sea necesario luchar». Un día después, el experto periodista intuía la realidad de lo que se cocía: «Tengo cada vez más la sensación de que Dánzig no es el problema. El problema es la independencia de Polonia o la dominación alemana sobre ella...». Eso era exactamente lo que Hitler les había dicho a sus militares en mayo, cuando les ordenó que se prepararan para la guerra: Dánzig solo es un «pretexto: lo importante es el espacio vital y los recursos agrícolas, materias primas y mano de obra polacos».
Francia y Gran Bretaña, intuyeran o no los designios de Adolf Hitler, estaban determinadas a pararle los pies y para que no hubiera malos entendidos Georges Bonnet, ministro francés de Exteriores, comunicó al embajador alemán: «... Toda empresa, cualquiera que fuese su forma, que tendiese a modificar el “statu quo” de Dánzig, provocaría la resistencia armada de Polonia, haría entrar en vigor el acuerdo franco-polaco y obligaría a Francia apoyar a Polonia».
El mejor ejército del mundo
Y el 4 de julio el ministro de Defensa del Reino Unido, Leslie Hore-Belisha, mostraba similar determinación: «No es necesario hablar de una política francesa ni de una política británica: existe una política franco-británica (...). Francia tiene el mejor ejército del mundo, mandado por nuestro Gamelin. Inglaterra tiene la primera armada del mundo, mandada por nuestro almirante Dudley Pound».
No eran solo palabras: tras una dura pugna interior y superando años de desidia, Londres había decidido afrontar lo inevitable: impuso el servicio militar obligatorio, creó el ministerio de suministros para atender a las necesidades bélicas, aumentó su presupuesto militar y envió a Francia 200 bombarderos para su adiestramiento conjunto con los franceses.
Incluso los británicos que habían trabajado por el entendimiento anglo-alemán vieron la inutilidad de la política amistosa y de que era el momento de la fuerza. Lord Londonderry, varias veces recibido por Hitler y muy relacionado con Von Ribbentrop, Göring y Von Papen, le escribía a éste: «Nos indigna profundamente que Alemania intente establecer su dominio en todo el mundo y estamos decididos a oponernos a esa pretensión sin que nos importe lo que entrañe la resistencia».
La baza soviética
A esas alturas del verano, los franco-británicos contaban con una carta que parecía decisiva: la integración de la URSS en un acuerdo tripartito con Gran Bretaña y Francia parecía suficientemente disuasivo como para que Alemania se cuidara mucho de toda agresión... Tras muchas negociaciones y redacciones, a comienzos de mayo el acuerdo parecía listo para la firma, pero el 3 de mayo Viacheslav Molotov se hizo cargo del ministerio soviético de Exteriores y las relaciones entre los tres países entraron en una confusa situación de atasco que fue aprovechada por Adolf Hitler para acercarse al líder de la Unión Soviética. Con todo, a comienzos de agosto de 1939, Londres y París aún contaban con ese acuerdo y el día 10 de agosto comenzaron en Moscú las reuniones militares de las tres potencias para negociarlo.
Cuando todo parecía a punto, surgieron las oposiciones de dos países afectados, Polonia y Rumanía, que se negaron a abrir sus fronteras a las tropas soviéticas para que pudieran auxiliarles en caso de una agresión alemana. Los polacos temían más a Stalin que a Hitler y en Varsovia se decía: «Con los alemanes corremos el peligro de perder la libertad y la vida, con los rusos, hasta nuestra alma».
Y mientras a todos les castañeteaban los dientes ante la amenaza del lobo nazi, mil confusas minucias nacionalistas impidieron el acuerdo y llegó el lobo/Hitler y se alió con el lobo/Stalin, arruinando los planes y esperanzas franco-británicas. A estas alturas de agosto en 1939, hace 80 años, ni en París, ni en Londres ni siquiera en Varsovia, se oía el rugido del tsunami hitleriano, pero su gigantesca ola mortal estaba a punto de abatirse sobre Europa.
Los motivos de Stalin
¿Porque Stalin renunció al acuerdo con París y Londres? La auténtica realidad continúa siendo un misterio. Stalin le comentó a Churchill en uno de sus muchos encuentros a partir de 1942: «Nos daba la impresión de que el Gobierno británico y el francés no estaban decididos a entrar en guerra en caso de un ataque a Polonia, sino que esperaban que la alineación diplomática de Gran Bretaña, Francia y Rusia haría desistir a Hitler. Nosotros estábamos seguros de que no sería así». En el curso de las negociaciones, Stalin había preguntado:
–¿Cuántas divisiones enviará Francia contra Alemania en caso de movilización?
–Alrededor de cien –le respondieron. Él volvió a preguntar:
–¿Cuántas enviará Inglaterra?
–Dos primero y otras dos después.
–¿Saben cuántas divisiones pondremos nosotros en el frente si entramos en guerra con Alemania?... Más de trescientas (*)
(Churchill, «La Segunda Guerra Mundial», La esfera de los Libros, Madrid, 2001).
El historiador Eddy Bauer calcula que Stalin, en 1939, no tenía más de 150 divisiones pero su plan era reunir el doble en dos años, por lo que, para ganar ese tiempo, optó por negociar con los alemanes.