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Svetlana Alexiévich: «El silencio y el miedo nos siguen acompañando en Rusia»

Escritora. El Premio Nobel ha impulsado la publicación de sus libros, que ahondan en la historia reciente de Rusia. Su último trabajo trata sobre los niños en la Segunda Guerra Mundial y sigue la estela de «Voces de Chernóbil», «Los muchachos de zinc» o «El fin del “homo sovieticus”»

Svetlana Alexiévich
Svetlana Alexiévichlarazon

Escritora. El Premio Nobel ha impulsado la publicación de sus libros, que ahondan en la historia reciente de Rusia. Su último trabajo trata sobre los niños en la Segunda Guerra Mundial y sigue la estela de «Voces de Chernóbil», «Los muchachos de zinc» o «El fin del “homo sovieticus”»

–La primera palabra que viene al leer sus libros es «silencio»: el silencio del gobierno sobre lo que sucedió en Chernóbil, el silencio sobre el conflicto de Afganistán, el silencio que rodeaba a las mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial...

–Se puede decir que esa palabra está en Rusia desde el principio y no sólo en esta última etapa. El silencio es lo que ha existido siempre en Rusia. Antes de ir a hablar con las personas que aparecen en mis libros, nadie les había preguntado. Callar era necesario, sobre todo en la Rusia de Stalin, porque, de repente te podías encontrar muy lejos de donde vivías... La gente callaba. Incluso destruía las fotos familiares que guardaban. La generación anterior a mis padres ni siquiera conservó los retratos familiares porque por ellos se podía saber que antes no eran tan pobres, que a lo mejor pertenecían a una clase acomodada o que, por ejemplo, estuvieron durante la guerra civil con los generales que después condenó Stalin. Yo fui quien se acercó a las combatientes que participaron en la Segunda Guerra Mundial para preguntarles cómo lo habían pasado, qué habían hecho. Igual que hice con la gente afectada por el accidente de Chernóbil y con los soldados que estuvieron en Afganistán. Y lo hice de una forma seria, no como otros periodistas, que lo hacían corriendo, sin entretenerse a conversar convenientemente con ellos. Me he dado cuenta de que todos hablan de grandes ideas, pero que nadie menciona al hombre sencillo, el pequeño hombre que es utilizado y que a la vez se le considera la arena de la historia.

–La otra palabra en la que se piensa cuando se lee su obra es «miedo».

–Y ese miedo tampoco ha desa-parecido. Por ejemplo, las mujeres y madres de los soldados que mueren en Ucrania tienen que callar para poder cobrar el subsidio. El silencio y el miedo a la muerte son palabras que nos siguen acompañando.

–¿Cómo ha deformado el comunismo el alma de las personas en Rusia?

–Es muy dificil contarlo. La respuesta está en mis libros. Es de lo que van todos ellos. La respuesta puede ser infinita. Recuerdo la historia de una madre que recibió un ataúd de zinc de su hijo, que había fallecido en Afganistán. Las autoridades le prohibieron abrirlo. Pero, al final, por la noche, se atrevió a mirar en su interior para comprobar que ahí dentro estaban los verdaderos restos de su hijo. Lo único que encontró fueron los trozos de un cuerpo humano. Otra madre, también con su hijo muerto dentro de un ataúd, me confesó que a él no le tenían que haberlo movilizado porque era hijo único, sin embargo lo llamaron a filas. ¿Por qué? Porque alguien pagó para no ir y, entonces, le tocó alistarse a él. Cuando fui a ver a esta madre la encontré en una situación de verdadera locura. Se preguntaba por qué el ataúd que había recibido era tan pequeño cuando su hijo fue grande. Se enteró entonces de que yo era escritora y enseguida quiso hablar conmigo. Me contó todo sobre su hijo: que pensaba que era el hombre de su vida, que era carpintero, que nunca aprendió en realidad a disparar, porque, durante su entrenamiento, estuvo reparando muebles en las viviendas que ocupaban los generales y que, aun así, le mandaron al frente. Fue uno de los primeros en morir. Después de publicar mi libro, los generales y los comunistas montaron un juicio contra mí porque, aseguraban, calumniaba al Ejército soviético que combatía en Afganistán. Al acudir al juicio, lo primero que vi fue a esta madre. Le pregunté qué hacía allí. Me dijo que había publicado su testimonio, sí, pero que tenía que haber dicho que había muerto como un héroe. Así es como es el silencio. Es decir, tienes una verdad privada y otra gran verdad para el resto, para el país.

–El comunismo falló en Rusia y la democracia parece que también.

–Los que participamos en la Perestroika vivimos hoy con una sensación de derrota. Aquel intento de golpe de Estado de 1991 fracasó, pero a la larga ha triunfado porque es lo que se está imponiendo ahora. Eso significa que no hemos aprovechado la oportunidad que hemos tenido para cambiar Rusia. Fuimos incapaces. Y estoy hablando de la élite y del pueblo. Esta es la realidad.

–¿Qué pasó?

–En los 90 éramos unos románticos que íbamos a instaurar una sociedad justa. Echábamos toda la culpa de lo que había sucedido a los comunistas. Entonces, comenzó una época capitalista para la que la gente no estaba preparada. La sociedad rusa no podía esperarse aquella división entre ricos y pobres. La gente que se manifestaba en las plazas durante esa década lo que en realidad pedía era un socialismo con rostro humano. Pero de pronto se impuso un capitalismo atroz, con bandidos repartiéndose zonas de influencias y con saqueos por parte de la gente que llegaba al poder. Ahora solemos decir que vivimos un tiempo de segunda mano. Los jóvenes se manifiestan abiertamente y se muestran nostálgicos. Abogan por una nueva revolución. Algunos de ellos se refugian en la vida privada. Al hombre actual lo denominan hombre que lo quiere probar de todo, porque quiere vidas nuevas, ropas nuevas...

–Y se reivindica a Stalin.

–La gente no estaba preparada para salir del gulag y ser libre. El camino hacia la libertad es muy largo. En esos años que le comento acudíamos a las plazas reclamando libertad, pero nadie sabía lo que era, ni los comunistas ni nadie. Ninguno sabía lo que era la democracia. Los primeros años, quienes tomaron el poder fueron bandidos. Y hoy el poder está en manos de los poderes fácticos, del KGB. Los «papeles de Panamá» nos dicen que ningún elemento en el actual régimen ruso es democrático. Lo puedes ver en el destino de los medios escritos. Si algo no le gusta a Putin, él cesa a la directiva y el diario pasa enseguida al régimen. Cuando el Estado se alió con la Iglesia empezaron a apelar a los sentimientos más oscuros del ser humano, y, como en la época de Stalin, ahora están buscando espías por todos lados, encarcelan a personas sencillas, a los científicos, a los que se manifiestan, a los que detienen luego de uno en uno. El tiempo está volviendo atrás.

–En uno de sus libros, reivindica el papel de la mujer durante la guerra.

–Es de la guerra vista a través de las mujeres. Yo no hablo de la guerra, o sea, de las operaciones, las tropas, las colinas conquistadas... no me gusta. Lo que me interesaba era saber lo que la gente sentía en la guerra. Ese libro es una historia de los sentimientos, no de los acontecimientos bélicos. Y es completamente distinto, porque las mujeres ven la guerra como asesinato. Ahí es donde rompo el cliché de la guerra.

–¿Qué ha aprendido de la naturaleza humana al ahondar en ese conflicto y en Afganistán?

–Que hay muy poco de ser humano en el ser humano. El barniz de la cultura desaparece muy pronto. La guerra es una continuación de la vida del Estado. Lo que he visto en la guerra es que es una pequeña maqueta del Estado autoritario. Afganistán fue una nueva guerra con nuevas armas y nuevas generaciones... lo que también ha provocado nuevos sentimientos.

–Ahora, Rusia está participando en el conflicto de Siria.

–Yo soy pacifista y todas las guerras me parecen malas. No me gusta la de Ucrania ni la de Siria. Es una barbarie. Sabemos muy poco de lo que sucede en Siria. Ahora, con Putin, es difícil averiguar algo y escribir, por tanto, de ello. En la época de Yeltsin, las madres gritaban y decían que era injusto que se llamara a los chicos a filas. Ahora se callan para no perder las ayudas. Tienen que traicionar a sus hijos. Esto con Yeltsin no pasaba.

–A Anna Politkóvskaya la mataron. Dicen que fue por sus reportajes en Chechenia.

–Ella intentó decir la verdad, escribir de manera honesta. Era una guerra política, de dinero. Se trataba de petróleo y por eso existe la suposición de que contar la verdad de ese conflicto la condujo a la muerte. Ella quería escribir sobre la gente que se enriqueció durante la guerra.

–¿Qué pensó al ver el accidente nuclear en Fukushima?

–No me cogió por sorpresa. El subtítulo de mi libro «Voces de Chernóbil» es «crónica del futuro». Siempre consideré que esas catástrofes se repetirían. Cuando mi libro se publicó en Japón, la gente me decía que eso sólo podía suceder en Rusia. Japón estaba a un nivel diferente. Ahora hemos visto en qué ha quedado su civilización. Ellos mismos, me reconocieron que habían aprendido de Chernóbil y los japoneses que me visitaron en Bielorrusia admitieron que no se fiaban de lo que les decía su Gobierno, que repetía muchas cosas que dijo el Gobierno de Rusia cuando sucedió lo de Chernóbil.

–Después de toda su experiencia, ¿aún cree en lo que dicen los gobiernos?

–El poder sólo se preocupa de sí mismo. Al menos en Europa lo controlan, pero en países autoritarios es difícil...

–¿Cómo puede ayudar Europa a Rusia?

–La Rusia de hoy no se puede integrar en Europa. Tienen que venir nuevas generaciones. La oportunidad la hemos perdido. Veo más probable que Bielorrusia forme parte de la UE, pero no creo que Rusia le deje. Lo único que sé es que la UE debe de ayudar a Ucrania. Y que si Ucrania logra superar los problemas que atraviesa será la mejor victoria que Europa pueda lograr, porque Ucrania es incapaz de vencer a Rusia por las armas, por muchas que se le vendan. Pero si Ucrania comienza a crecer económicamente, eso sí que será una victoria que va a hacer pensar a las personas en Ucrania y en Rusia.

–¿Volverá el comunismo a Rusia?

–Todo el mundo sabe que Rusia no es un país democrático. Pero no creo que el comunismo regrese, aunque sí puede haber intentos para que vuelva. Sobre todo de los jóvenes, los protagonistas de movimientos que están encarcelados. El único camino que le queda a Rusia es la democracia, lo que desconozco es cómo va a ser ese camino.