Teatro

Prokófiev, entre el ángel y los demonios

El Teatro Real estrena «El ángel de fuego», que llega a España 95 años después de concluir la partitura, 68 tras su primera presentación, y en plena invasión rusa de Ucrania

Gustavo Gimeno y Calixto Bieito asumen el reto titánico de dirigir «El ángel de fuego»
Gustavo Gimeno y Calixto Bieito asumen el reto titánico de dirigir «El ángel de fuego»RittershausLa Razón

Son escasas las opciones de poder asistir en cualquier lugar del mundo a la representación de «El ángel de fuego», la extraña, pero a la vez enormeópera de Serguéi Prokófiev (1891-1953). Ni siquiera el propio compositor llegó a verla representada en vida sobre un escenario, su estreno póstumo en 1954 –un año después de su muerte- fue en versión de concierto en el Théâtre des Champs-Élysées y posteriormente en La Fenice de Venecia. Ahora llega a España, al Teatro Real, 95 años después de concluida la partitura y 68 tras su primera presentación en una producción estrenada en la Ópera de Zúrich en 2017 con la dirección escénica de Calixto Bieito y la musical de Gustavo Gimeno. El Real ofrecerá 10 funciones entre el 22 de marzo y el 5 de abril.

Compuesta entre 1919 y 1927, Prokófiev basó el libreto en la novela homónima de Valeri Briúsov, considerado estandarte del simbolismo ruso, que la ambientó en Alemania a comienzos del siglo XVI. A Renata, que tiene visiones desde niña, se la aparece un ángel de fuego llamado Madiel, que la invita a llevar una vida casta y entregada a Dios y le advierte, antes de desaparecer, que volverá a encontrarlo como humano. Enamorada de él, vive poseída por su recuerdo y lo desea sexualmente. Para volver con Madiel reclama la ayuda en Ruprecht, con quien mantendrá una convulsa relación. Lo busca desesperadamente y cree encontrarlo en la figura del conde Heinrich. Al tiempo que interfieren fantasmas, deseos, posesiones y miedos religiosos. En un contexto medieval donde la sexualidad femenina era demonizada y las mujeres que vivían el amor eran quemadas como brujas, el viaje llega a extremos físicos y psicológicos que deparan un trágico final, la ejecución en la hoguera de Renata por la Inquisición. Su brutal trama, en la que no faltan la nigromancia, la alquimia, la cabalística, los exorcismos... y todo lo que subyace tras el libreto –de la locura a la pederastia–, así como el infierno de una mente desquiciada por los traumas infantiles de la violación, no solo postergaron su estreno, sino que fue considerada una ópera decadente por Stalin.

Imaginación infinita

Sin embargo, Calixto Bieito cambia el contexto y traslada la historia a finales de los años 60 del siglo pasado y la razón de este cambio, afirma, «es porque creo que “El ángel de fuego” no es una historia de brujas, sino la de una persona diferente con una imaginación desbordante, estigmatiza por su comunidad por tener una sensibilidad distinta, como ocurre en las pequeñas ciudades donde se aniquila al diferente. Yo quería huir de ese tópico de brujas y nigromancia, que de pequeño me daban miedo– confiesa- y con los años he descubierto que no existen, para ir más en profundidad a la sensibilidad de Renata». Una historia tan dramática que admite ser contada desde distintas vertientes, la fantasía, lo sobrenatural, la lucha entre la fe cristiana y el deseo sexual o desde la inestabilidad mental de una mujer atrapada en el laberinto de sus traumas. «Todos hemos conocido de niños personajes así, muy sensibles, una mujer a quien le había sucedido alguna desgracia y paseaba todas las noches sola por la calle y a la que la gente tildaba de rara, loca o bruja, pero que han padecido dolor y soledad y están llenas de bondad y de traumas».

Para Bieito, «Renata no es una persona inestable, sino alguien que ha sufrido abusos en la comunidad en la que vive. Quería hablar de esos traumas y ese dolor, de sensibilidad extrema, de una persona solitaria, con mucha imaginación, que va con su bici a todos los sitios dándole el viento en la cara, que le gusta la naturaleza, correr por el bosque, se baña en el río o en el mar, que se siente fuerte». Una bicicleta que puede representar su viaje interior, su libertad. En esta versión, quien arde en la hoguera al final no es Renata, sino su bicicleta, un gesto que, en lugar de explicar, el director prefiere «que sea cada persona del público quien decida o piense qué significado tiene para él. ¿Qué se está quemando, la imaginación, la libertad de su niñez representada en este objeto, o en un peluche, en una mascota…? Que cada uno lo interprete a su manera», sugiere.

En cuanto a la puesta en escena, Bieito la ha centrado «en el pensamiento de Renata, en su cabeza. La escenógrafa Rebecca Ringst diseñó una serie de cubos con diferentes espacios laberínticos que son sus traumas. Una caja giratoria compartimentada desde donde es fácil de seguir sus fantasías y su mente junto a las proyecciones en blanco y negro de Sarah Derendinger encima del cubo y la iluminación de Franck Evin. Todo ello conforma un montaje que, más que ambiguo, yo diría que es sugerente», explica convencido del montaje.

Una historia complicada

«El ángel de fuego» tuvo una larga y accidentada gestación y un camino no menos difícil después de concluida la partitura. «Su génesis es increíble», explica Gustavo Gimeno, director musical de la pieza. Y sigue: «Primero hace una versión, luego rectifica, reorganiza y cambia cosas, después una segunda y una tercera que no completa. Son muchos los intentos frustrados de representarla en teatros tan importantes como Berlín o Nueva York. Prokófiev estaba orgulloso de la música y para asegurarse de que no se perdiera ante esta situación, compone su Tercera Sinfonía, que es prácticamente una Suite de esta ópera, una obra compacta de 30 minutos donde aparecen los temas más importantes de “El ángel de fuego” y los materiales utilizados en ella». Para el director, que debuta en el foso del Real al frente de un doble reparto encabezado por las sopranos Ausrine Stundyte y Elena Popovskaya (Renata), los barítonos Leigh Melrose y Dimitris Tiliakos (Ruprecht) y los tenores Dmitry Golovnin y Vsevolod Grivnov (Agrippa von Nettesheim / Mefistófeles), el Coro y la Orquesta Titulares del Teatro Real, la música de Prokófiev en esta ópera «no tiene un carácter único, la trama mezcla la fantasía y realidad, las alucinaciones, con la razón, se mueve entre varios mundos y eso le pasa también a la música, tiene ternura, pero es cruda y directa, oscura, sarcástica, punzante y muy rítmica, se adapta muy bien a la historia que cuenta».

Y prosigue: «En esos contrastes, aparecen aspectos religiosos, pero también herejía, el ángel y los demonios, va de momentos íntimos a la histeria generalizada, no ofrece respuestas concluyentes, más bien puntos interrogativos hasta el final. Y esto exige estar muy concentrado y trabajando bien en conjunto y con calma. Uno termina de ver la ópera y parece haber estado en otro mundo durante dos horas, enganchado y con interés, pero sin saber exactamente dónde ha estado», significa el director musical, que advierte de la dificultad también para los cantantes, «sobre todo, el papel de Renata, que es uno de los más exigentes porque está continuamente en el escenario durante los cinco actos de su duración, pero también para los demás cantantes y para la orquesta y coro, por lo intensa y exigente. Que sea tan emocional y con partes tan dispares, se nota incluso físicamente y, quieras que no, te deja vacío», concluye para despedirse.