Crítica

Teatro de la Zarzuela: Maratón hispano

En contadas ocasiones se puede oír completo el “Spanisches Liederbuch” de Hugo Wolf con cantantes de esta altura y un entorno de público asiduo y devoto al lied

Visión interior del Teatro de la Zarzuela de Madrid
Visión interior del Teatro de la Zarzuela de Madridlarazon
Obras de Wolf. Soprano: Julia Kleiter. Barítono: Christian Gerhaher. Piano: Ammiel Bushakevitz. XXVIII Ciclo de Lied. 11-VII-2022

Las rarezas -en un ciclo que, de por sí, ya es una rareza- se agradecen. Y no es que el “Spanisches Liederbuch” de Hugo Wolf tenga poco hueco en los escenarios, sino más bien que en contadas ocasiones se puede oír completo, con cantantes de esta altura y en un entorno de público asiduo y devoto al lied como el del Teatro de la Zarzuela. El cancionero consta de un total de 44 piezas compuestas sobre poemas originales españoles del Siglo de Oro (o más bien, sobre sus traducciones al alemán de Heyse y Geibel), con casi dos horas de intensidad efímera donde lo mundano gana a lo espiritual por goleada. Hay una continua presencia de eso que bautizaba Vega Cernuda como “nostalgia del sur” del pueblo alemán, y que trasladaba a España una idealización de lo pasional muy presente en Alemania desde finales del XVIII hasta mediados del XIX. La música de Wolf se ajusta a la palabra sin apenas guiños hacia el exotismo y proponiendo una línea de canto que ha de superar los saltos drásticos entre lo trascendente y lo mundano. Pero peor lo tiene el piano, con un auténtico maratón de matices, atmósferas, descripciones sonoras y construcciones narrativas.

El protagonismo vocal era doble. De Christian Gerhater poco queda que decir: conserva su línea de canto elegante, basada en una cuidada pronunciación al servicio no del lucimiento sino de la adecuación al sentido último del texto. La natural forma de cubrir el agudo tras el pasaje se va haciendo cada vez más presente con el paso de los años, algo que en otros repertorios puede restar pero no en éste, tan volcado en las figuras poéticas. Julia Kleiter, por su parte, se estrenaba en el ciclo y no pudo iniciar mejor su (esperemos que prolija) andadura: técnica privilegiada para un instrumento lírico como el suyo, con volumen sobrado y una búsqueda de la línea infatigable. La sucesión de atmósferas entre las tímbricas de los cantantes dejó momentos magníficos, como en “Komm, o Tod” o “Herr, was trägt...”.

Una de las incógnitas más importantes que presentaba el concierto era el ajuste de un repertorio tan exigente con un nuevo pianista acompañante, tras la confirmación de la ausencia del gran Gerold Huber. Se hizo extraño en un primer momento no escuchar ese despliegue de dinámicas concentradas en pocos compases tan característico del pianista alemán, pero el trabajo de Ammiel Bushakevitz fue impecable: pródigo en colores, lúcido en la planificación dinámica y con atención a las complejas indicaciones de pedal que hace Wolf, que juega con la sequedad de sonido en la mano izquierda y unos arpegios bellamente amortiguados. Bushakevitz sintetizó escrupulosamente el espíritu del pentagrama, como demostró con las casi imposibles pppp de la lejana música militar en “Sie blasen...” o los habituales sforzando y ritardando usados para el contraste vocal. En definitiva, una ejecución sobresaliente para un gran concierto, y donde el público demostró buen gusto aplaudiendo cálidamente para agradecer pero sin solicitar un innecesario y a todas luces improcedente bis.