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“Amo y criado”: La misma esencia con otro acento ★★★★☆

Eduardo Vasco y Yolanda Pallín lideran esta colaboración con el Teatro Libre de Bogotá
La Razón
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Autor: Rojas Zorrilla (versión de Yolanda Pallín). Director: Eduardo Vasco. Intérpretes: Fabián Velandia, Juan Sebastián Rincón, Fabián Alejandro Martínez, Diego Barragán, Katheryn Martínez, María José Delgado, Carlos Martínez y Alejandra Guarín. Festival Olmedo Clásico, Valladolid. 23-VII-2022.
Tal vez no pueda competir en cantidad de espectáculos con Almagro o Alcalá de Henares, pero hace tiempo que Olmedo Clásico ha dejado de ir a la zaga de ningún festival dedicado al Siglo de Oro en lo que se refiere a la calidad de lo que programa. Todo lo que se estrena a lo largo del año, si merece de verdad la pena, está en la villa del caballero durante estos días veraniegos.
Uno de los muchos atractivos del cartel de esta 16ª edición era Amo y criado. El exdirector de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Eduardo Vasco, con su habitual colaboradora Yolanda Pallín, que firma una vez más la versión, ha trabajado esta vez en colaboración con el Teatro Libre de Bogotá, que está a punto de cumplir 50 años, para poner en pie esta obra de Rojas Zorrilla en una coproducción del propio Teatro Libre y el Festival Iberoamericano del Siglo de Oro Clásicos en Alcalá.
Aunque se popularizó durante un tiempo con ese nombre de Amo y criado que los artífices de este montaje han querido mantener, es Donde hay agravios no hay celos el verdadero título de esta estupenda obra sobre el honor y el amor, formalmente muy bien trabada, que viene a constatar cuán difusa es la frontera –ni los especialistas terminan de ponerse de acuerdo– entre la “comedia de capa y espada” y la “comedia de enredo”.
En lo que concierne a la puesta en escena, mientras algunos directores siguen empeñados en inventar la rueda, otros, como Vasco, son conscientes de que la rueda existe hace ya mucho tiempo, y se limitan a hacerla girar, que para eso está, con toda la destreza de la que son capaces –que en su caso no es poca– para llegar tal vez, o tal vez no, porque no es siempre necesario, a nuevos lugares. Fiel a su estilo artístico, que se caracteriza por el desenfado en el empleo de la música, por el minimalismo en la concepción del espacio –una gran puerta que favorece la entrada, la ocultación y la salida de personajes es el único elemento de la escenografía– y por la vistosidad del vestuario –diseñado siempre por Lorenzo Caprile–, el director ha trabajado para que la trama se desarrolle de manera fluida y para que el propio texto, con los conflictos y equívocos que contiene, y con algunos cambios en el desenlace que evitan la polémica de marras acerca de si son o no modernos los argumentos, se convierta en el metrónomo de la acción.
Es verdad que aún falta un poquito de brillo en las interpretaciones para que algunos pasajes, los más poéticos, resplandezcan tanto como podrían; pero es digno de aplauso, al tiempo que enriquecedor para todos los que compartimos el español como lengua, ver cómo este elenco de actores colombianos –entre los que destaca Diego Barragán haciendo del criado Sancho– se ha acercado con voluntad, entrega y decisión a un texto de Rojas Zorrilla que, escuchado en sus voces y en su acento, uno entiende perfectamente que es tan suyo como nuestro. Bienvenido sea, pues, este intercambio teatral, literario y cultural en el que están trabajando algunos directores de festivales e instituciones en los últimos tiempos.

Lo mejor

La decidida apuesta de algunos directores y gestores para hacer que los creadores latinoamericanos se interesen por el Siglo de Oro.

Lo peor

Que un proyecto como este no haya recalado en ningún teatro público de una ciudad como Madrid.