90 minutos y Jorge Sanz está muerto
El actor lucha en «Tiempo» contra un reloj que no se detendrá hasta que marque el final de su vida hora y media después.
El actor lucha en «Tiempo» contra un reloj que no se detendrá hasta que marque el final de su vida hora y media después.
Se levanta el telón y aparece un Jorge Sanz decrépito en una silla de ruedas... No, no busquen el chiste, es la última apuesta del actor madrileño: «Tiempo». Moribundo, no le queda otra que pedir perdón a sus espectadores porque no van a ver nada artístico. Simplemente la agonía de un hombre al que acaban de comunicar que le quedan 90 minutos de vida. Comienza la cuenta atrás en un cronómetro que cuando llegue a cero marcará el fin de este enfermo. «Estoy carcomido por dentro –cuenta–. Agradezco la asistencia del público, pero no estoy para comedias, sino desesperado, así que no voy a hacer ningún numerito. Si alguien quiere irse de la sala está en su derecho. Si me quieren denunciar por no ofrecer nada que lo hagan, que a mí mañana ya me va a dar igual. Sólo voy a llorar y pedir perdón. Les agradecería que se quedaran porque me harían compañía, pero si no quieren ver como la palmo, que se bajen al bar a tomar algo y que lo apunten a mi cuenta... Que no voy a ir nunca a por ella».
Llantos y risas
Un doble juego con la retranca de un moribundo que maneja el actor durante la obra en el que las sensaciones encontradas irán del llanto a la risa y de la vida a la muerte. Noventa minutos coreografiados en los que Jorge Sanz –como también se llama el personaje– se acomodará en los contrastes para «no dejará títere con cabeza, empezando por sí mismo», advierte el actor. La Familia Real, la política, los compañeros, el oficio, la vida, el paso del tiempo, la muerte... Todo tiene cabida en este monólogo contrarreloj en el que la libertad de no tener que dar explicaciones se convierte en la norma: «Puede decir lo que quiera en el tiempo que le queda. Pero yo siempre he tenido la firme creencia de que para poder opinar y hablar de cualquier tema hay que mantenerse dentro de los márgenes que marca la buena educación, el sentido común y tener presente que tu libertad acaba donde empieza la de los demás. También se habla de los toros y la hipocresía que generan. En mí el primero, porque me gustan las corridas, pero también los animales... Todos tenemos contradicciones. Aquí hago hasta un desplante cordobés con el que me ha ayudado Miguel Cubero. Y entre todo esto el sentido del humor es un arma indispensable para poder hablar de todo, pero siempre dentro de esos límites».
Todo encima de una silla de ruedas a la que el intérprete lleva subido desde hace tres meses en su día a día y que le ha enseñado a tener «mucha cabeza, sentido del humor y fondo físico. Además de hacer unos ‘‘brazacos’’...». Y con la que se atreverá hasta con un vals –piruetas incluidas–.
Pero no es tiempo de cerrar cuentas pendientes, sino de hacer balance y desahogarse. Total, «el pasado no importa, el futuro no existe, y sólo queda el presente, tu cabeza y tu ingenio», apunta un Jorge Sanz que reconoce haber subido un escalón más en el teatro: «Es algo distinto a todo lo que he hecho hasta ahora, que ha sido más comercial. Me encuentro muy confortable en el monólogo y, por primera vez, tengo muchas ganas de que empiece. Siempre, cuando llegaba el día del estreno me decía: ¿por qué no me habré dedicado a arreglar bicicletas? Ahora no». Punto alcanzado de la mano de Ramón Fontserè, que bajo su dirección «ha hecho de ‘‘sherpa’’ para que pudiera subir el Cervino. Con él he conseguido algo que no había logrado en mi vida: hacer llorar a la gente», agradece Sanz. La otra parte del montaje corresponde a su autor, Quim Masferrer, quien ya ha mostrado su pieza por Cataluña y que, en esta ocasión, ha dado libertad a Jorge Sanz para que se lo llevara a su terreno: «Cada uno tiene su personaje muy diferenciado», cierra.