América está en Tetuán
Lucía Carballal firma este drama con tintes cómicos en el que una familia española va en busca del padre norteamericano que los abandonó
os Clarkson están acampados en Minesota con una caravana alquilada en un camping a las afueras de Mineapolis. No tendría nada de particular si no fuera porque los Clarkson, a pesar de su apellido, son una familia española corriente y moliente del barrio madrileño de Tetuán. Linda (Esther Isla) y su hermana pequeña Robin Rose (Vicky Luengo) han viajado a EE UU, junto a su madre, Paloma (la veterana y popular Cristina Marcos), en busca de Warren, el padre americano que las abandonó cuando eran niñas.
Protagonismo femenino
Este es el punto de partida de «Una vida americana», escrita por Lucía Carballal –una de las voces emergentes en nuestra dramaturgia que mejor se están afianzando– con un marcado protagonismo femenino, pero en la que también cabe el punto de vista masculino: Levi (César Camino), el novio de Linda, acompaña a los Clarkson en su imposible viaje al otro lado del Atlántico. «Levi no solo es el único hombre, sino que además es el único que no es de la familia. Sabe que se trata de un mero invitado en una ceremonia que es eminentemente familiar. Es una especie de sufridor, pero con muchísima dignidad. Quiere apoyar a su novia; lo que pasa es que todos le dejan más tirado que una colilla», explica el actor entre risas.
«Una vida americana» es una función sobre ocasiones perdidas y sueños truncados, y también sobre la posibilidad de generar y encontrar otros sueños nuevos. ¿Qué debemos hacer con aquellos episodios de nuestra vida que nos han dolido y que creemos que nos han marcado de algún modo? ¿Conviene olvidarlos para seguir hacia adelante, o es necesario encararlos para poder continuar de una forma verdaderamente saludable? Esa es la encrucijada ante la cual ha querido colocar Lucía Carballal a sus personajes. «Es una familia que está fuera de su contexto haciendo un viaje al pasado –explica la autora–, porque ese bosque estadounidense representa en realidad todo lo que quedó atrás, todas nuestras zonas oscuras». No es casual en esa simbología, confiesa la dramaturga, que sea América el lugar adonde tienen que ir los personajes para buscar a Warren y para buscarse a sí mismos: «Es verdad que hay cierta referencia al sueño americano. No podemos olvidar que estamos profundamente marcados por la cultura estadounidense. En la función se plantea sutilmente la idea de que ese sueño está bien, pero solo como eso; y la idea de que lo importante es aceptar lo que somos para no eludir la responsabilidad con nuestro presente».
La dirección del montaje corre a cargo de Víctor Sánchez Rodríguez, que colabora asiduamente con la autora madrileña y que ha tratado de encontrar con ella un tono entre la comedia y el drama, tal y como ya hicieran en su anterior trabajo juntos, «Los temporales». «Efectivamente, hay comedia y hay también drama; pero diría que, sobre todo, es una obra emocional y conmovedora», puntualiza su autora.