Ana Karenina no sabe amar
Francesco Carril recupera el clásico de Tolstoi con la característica versión de Armin Petras, un montaje que se ha tomado como una «investigación arqueológica» sobre los comportamientos del amor.
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Francesco Carril recupera el clásico de Tolstoi con la característica versión de Armin Petras, un montaje que se ha tomado como una «investigación arqueológica» sobre los comportamientos del amor.
¿Qué significa amar? Probablemente no exista una respuesta definitiva y sea como lo de los gustos y los colores: tantos individuos, tantas soluciones. Sobre ello intenta teorizar ahora Francesco Carril con su montaje de «Ana Karenina», desde El Pavón Teatro Kamikaze de Madrid, en busca de una definición que le llene. Apoyado en la versión de Armin Petras (Alemania, 1964), el director se mueve para contestar esta pregunta y entender cómo nos comportamos al amar. «Todas las escenas de la función hablan de lo mismo: qué hacemos cuando queremos. La obra es un proyecto casi científico porque se trata de un análisis permanente y tiene el foco puesto sobre ese tema todo el rato. Me ha dado algunas respuestas, otras todavía sigo sin saberlas», explica Carril.
El director se adentra en un amor que considera «trivializado» en los últimos tiempos. Un sentimiento más de batalla que, aun así, no ha perdido su concepto de universalidad. Ahí está la montaña de canciones, ensayos, textos y demás expresiones artísticas que han llenado –y llenarán–, pero que ahora «hasta la publicidad nos vende un concepto mucho más superficial. Todas las marcas lo utilizan como un elemento más del marketing», comenta.
Un original apretado
La trama, la conocida, aunque comprimida: Ana (Mamen Camacho) y Vronski (Mateo Franco) se conocen por casualidad. Unidos por la poderosa atracción que les envuelve, a Karenin (Georbis Martínez), marido de Ana, se le derrite la base de su felicidad. Levin (Diego Toucedo) también pierde al amor de su vida: Kitty (Gracia Hernández). Algo que Dolly (Andrea Trepat), que sabe lo que es un matrimonio infeliz, trata de unir. Y, a su vez, Stiva (Sergio Moral) intenta recuperar a Dolly tras una infidelidad. «Es una mujer que lo tiene todo. Está bien situada, cree que tiene el cariño de su marido e hijo. Y, de repente, eso se cae, se desmorona, y debe enfrentarse a ese concepto del amor. Redefinirlo y revivirlo», resume Camacho.
Las mil páginas del texto de Tolstoi se reducen a una hora y 40 minutos en las que Petras tuvo que elegir: «Es bastante fiel al original pese a que la información de la novela está muy seleccionada. Se ha centrado en la trama argumental de los siete personajes principales porque eso era lo que le interesaba contar. Qué es lo que hacen cuando aman, cuándo desean amar o cuándo dejan de ser amados; sus propias dudas, las acciones torpes e inútiles que llevan a cabo para intentar avanzar...», justifica Francesco Carril. Una selección en la que no tenían cabida otras tramas secundarias que, evidentemente, ha eliminado. «Incluso –puntualiza– personajes importantes como el hermano de Levin».
Siete figuras que aprietan el universo de Karenina y que toman una nueva dimensión fuera de sus cuerpos. Hablan de sí mismos en tercera persona, como analizando y juzgando las situaciones que en ese momento están viviendo sobre el escenario. Es otra de las características que le ha aportado Armin Petras al original de Tolstoi. Como también lo es el haber creado un montaje en el que los signos de puntuación ni están ni se les espera, algo que obligó al equipo a interpretar el texto a su manera. Así lo cuenta Carril: «Aquí hemos tenido que decidir todo y muchas veces en una escena que haya una pregunta o no cambia el significado completo. La primera lectura en grupo fue curiosa por la sensación que, como espectadores u oyentes de la lectura, nos llegaba. Parecía que los personajes estaban sumergidos dentro de un gran caos. Incluso verbal. Era muy significativo ver que esa falta de signos fue hasta una expresión escrita del pensamiento», cierra. Y Camacho toma la palabra para comentar la impresión del elenco ante la ausencia de directrices: «Te da bastante libertad, por una parte, y una capacidad de investigar y probar en los ensayos, por otra. Hemos podido hacer diferentes versiones. Es impresionante lo que cambia un punto o una coma, puede ser completamente opuesto el sentido de la frase. La verdad es que como actores ha sido un trabajo muy interesante», completa la actriz.
Una preparación en la que se tuvo que conversar bastante para llegar al resultado que se va a presentar en la sala principal del Pavón, como también dialogan mucho en la función. Quizá demasiado. O, al menos, ésa es la conclusión a la que ha llegado Francesco Carril después de su «investigación arqueológica» –como él la llama– del amor: «A lo que me lleva todo es a ver un sentimiento que nos hace hablar mucho. Cuanto más lo hacemos, menos amamos en profundidad. Nos lo dice la función. Todos los personajes están continuamente con él en la boca y al final, después de tantas conversaciones, se olvidan de experimentarlo y vivirlo». Incluso existen teorías que califican al amor como el «más charlatán de los sentimientos». Será éste el motivo por el que la propia Ana Karenina fracasa en su intento de dar con él. Tantos rodeos, pensamientos e intentonas por hacer una tesis se van al traste cuando, al final, alza la voz para definirlo: «El amor es... El amor es... El amor es...», cierra una trabada Ana Karenina delante del patio de butacas.