teatro
Crítica de 'Soñando el carnaval de los animales': Sueña el niño que es niño ★★★★☆
Enrique Lanz firma la dramaturgia y la dirección de una obra cimentada en la música y en los títeres a partes iguales
Dramaturgia y dirección: Enrique Lanz. Interpretación: Cristina Colmenero, Noche Diéguez, Julien Flotat, Leo Lanz, Christine Mackenzie, Yanisbel Martínez y Luna Navajas. Músicos: Andrea Talavero, Carles Puig, Bernat Bofarull, Irene Celestino, Paula Piñero, Anna Pujol, Álvaro Ferrer, Jesús Montalvo, Roberto Fernández, Gregorio Gómez, Daniel Ligorio y Jorge Mengotti. Teatro Español, Madrid. Hasta el 5 de enero de 2025.
Durante el periodo navideño, ya se sabe, la cartelera se atiborra de espectáculos de toda suerte y condición para el público infantil o familiar. Eso ocurre tanto en las salas privadas como en los teatros públicos. Pero ni siquiera en estos últimos, donde hay más capacidad para arriesgar, crear y proponer, es fácil dar con propuestas artísticas de primer nivel dedicadas a los más pequeños. Vamos, que ocurre con el teatro familiar lo mismo que con todo el teatro en general: hay más cantidad que calidad. No obstante, por fortuna, a veces se descubren cosas maravillosas como ‘Soñando el carnaval de los animales’, la función programada estos días en la Sala Principal del Teatro Español.
Enrique Lanz firma la dramaturgia y la dirección de una obra cimentada en la música y en los títeres a partes iguales que prescinde de un desarrollo argumental lógico y que apela, sobre todo, a la estimulación de los sentidos. ¡Y vaya si lo consigue! A partir del ‘Preludio a la siesta de un fauno’, de Claude Debussy, y ‘El carnaval de los animales’, de Camille Saint-Saëns, Lenz plantea una curiosísima función en la que a uno no le queda claro, ni falta que hace, si el trabajo de los siete artistas que manejan las imponentes marionetas sirve para ilustrar la juguetona partitura o si, por el contrario, son los once músicos tocando en directo los que ambientan las imágenes en movimiento que van generando los titiriteros. Presentados con ternura, ingenio, humor y delicadeza, sin atisbo alguno de ñoñería, ambos planos convergen en perfecta armonía dentro de un espectáculo de trasfondo muy muy sencillo que asombrará desde el punto de vista estético y que arrancará sonrisas por igual entre pequeños, talluditos, adultos y viejunos. Se trata, en definitiva, de un canto a la imaginación y a la fantasía, entonado con mucha destreza, que despertará en cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad, siquiera durante los 50 minutos que dura la función, a ese niño iluso y revoltoso que duerme todavía en algún rincón de su cuerpo.
Lo mejor: La original combinación de los distintos lenguajes y la ausencia absoluta de ñoñería.
Lo peor: La idea del sueño podría tener en la dramaturgia un desarrollo mayor y más poético.