Sevilla

El Festival de Almagro se cree las mentiras de Ruiz de Alarcón

Helena Pimenta estrena en Almagro con la Compañía Nacional de Teatro Clásico «La verdad sospechosa», del escritor hispano mexicano

Sobre las tablas. Joaquín Notario (izda.) y Rafael Castejón, en un ensayo de «La verdad sospechosa»
Sobre las tablas. Joaquín Notario (izda.) y Rafael Castejón, en un ensayo de «La verdad sospechosa»larazon

En el cierre de su primera temporada al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta se enfrenta a un desafío: igualar o superar el éxito de «La vida es sueño». La propia Pimenta se ha puesto el listón bien alto con un montaje que ya está en los anales del buen teatro y una Blanca Portillo en estado de gracia. Pero la directora vasca es de las que enfrentan la vida con una sonrisa y respirando hondo. Y la respuesta, asegura, ya estaba decidida desde mucho antes, casi a la par que «La vida es sueño»: «Acabó el segundo día en Almagro y dije: Dios mío, ¿qué hago ahora? A partir de ahí, la temporada ha ido muy bien y me ha hecho entender que mi función en el Clásico, en el teatro público, es seguir haciendo buenos trabajos con rigor, no construir éxitos porque sí». Dicho de otro modo: «Los cinco años que esté en esta compañía serán de riesgo, no quiero ser el centro de nada ni asustarme».

Con esos objetivos, el próximo día 4 de julio, la CNTC levanta en el Festival de Almagro el telón con la comedia más conocida de Juan Ruiz de Alarcón, «La verdad sospechosa», un texto moralista sobre el mal hábito de la falsedad, que tiene como protagonistas a Rafa Castejón, en la piel del compulsivo mentiroso Don García, y a Marta Poveda, como Jacinta, motivo de sus desvelos. Junto a ellos, otros habituales de la Compañía como Joaquín Notario, Fernando Sansegundo, Juan Meseguer, Nuria Gallardo, Pepa Pedroche, David Lorente, Óscar Zafra... La CNTC estrenó en 1991 este mismo título, dirigido entonces por Pilar Miró, con Carlos Hipólito, José María Pou, Emilio Gutiérrez Caba, Adriana Ozores...

Ruiz de Alarcón fue un autor mexicano que se hizo un hueco en la disputada corte madrileña del XVII, pese a que Lope, Calderón y otros se mofaban de él. «En la estructura social de la Nueva España se tomaban muy en serio las reglas del honor y la hidalguía –explica Pimenta–, ese anhelo de ver el centro del imperio más grande ese momento. Alarcón viene buscando algo y no lo recibe. Estudió en Salamanca y en Sevilla, pero quizá por celos, porque fuera extranjero o porque era jorobado, sufrió un rechazo importante. Es un autor muy crítico: sigue a Lope y a Tirso, pero se inventa un lenguaje más complejo y diferente. A través del mentiroso García en realidad está realizando una crítica mordaz de la mentira de la estructura social de la época». En esta comedia, escrita entre 1619 y 1620, y estrenada en 1623, está «ese anhelo de identidad que atraviesa toda la función, el sentimiento de que allí era más español que aquí». En la elección del título, reconoce la directora, influyó «la vocación de la Compañía de mirar a Hispanoamérica, de preguntarse por la oralidad y la lengua que compartimos». De hecho, la CNTC ya ha sido invitada a viajar con este montaje al Palacio Bellas Artes de México DF.

El imperio del honor

Para Marta Poveda, en el texto «hay dificultad en el lenguaje, con mucho hipérbaton, contradicciones, ironía y antítesis, pero tiene también abundantes colores, y permite jugar con el pensamiento, lo cual es divertido y brillante». Y asegura Rafa Castejón que en la sarta de mentiras que va enlazando el protagonista camino a su propia perdición «cuenta mucho su juventud, y es alguien que igual no confía en que le van a querer si asume cómo es, alguien que no se ha sentido suficientemente valorado». En cuanto a Jacinta, analiza entre risas Poveda, «es una mujer muy ambiciosa a efectos económicos y humanos. Le atrae el exotismo y es una peliculera. Me recuerda a Marilyn en cuanto a lo público y lo privado: tenía una obsesión por la buena imagen y cuando llegaba a casa se transformaba en Norma Jean, un desastre de mujer». Y Pimenta no duda en afirmar que para entender a los personajes femeninos hay que pensar en «una sociedad terrorífica, muy hipócrita, que tenía un porcentaje de prostitución altísimo para preservar la moral de las señoras y de los nobles. Y ese era el medio de supervivencia del noventa y tantos por ciento de la población. Ellas tienen que inventar porque están abocadas a obedecer. La nobleza se había montado una película con lo del honor: era el imperio más grande pero no tenía dinero».

Todo transcurre en un escenario inclinado –«díselo a mis gemelos», bromea Poveda– que «da sensación de vértigo, de no saber a qué mundo te vas a asomar». Una simulación de ciudad de finales del siglo XIX o principios del XX con ecos de Sorolla. En ese escenario, Pimenta plantea «una reflexión sobre las distintas formas de mentira. Yo me pregunto: ¿es posible vivir sin mentir?». Y añade: «Todos se mienten a sí mismos porque lo que hay alrededor es un gran teatro, un gran escenario».

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