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'Eugenio Oneguin', alto voltaje emocional

El Teatro Real estrena una versión intimista de la ópera de Chaikovski, basada en la novela de Pushkin, con una producción dirigida por Christof Loy y Gustavo Gimeno en la batuta
'Eugenio Oneguin', alto voltaje emocional
Kristina Mkhitaryan e Iurii Samoilov en «Eugenio Oneguin»Javier del Real
Juan Beltrán

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En 1831, el poeta, dramaturgo y escritor ruso Aleksandr Pushkin publicaba su novela en verso «Yevgueni Oneguin» («Eugenio Oneguin»), que acabaría siendo uno de los grandes clásicos de la literatura rusa. Su personaje principal, cuyo duelo armado traspasaba la frontera entre la ficción y la realidad, caló tanto en aquella sociedad, que medio siglo después continuaban realizándose adaptaciones en diferentes formatos. Uno fue el operístico debido al compositor Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893), que con libreto de Konstantin Shilovski, hizo la puesta en escena en tres actos con un grupo de estudiantes del Conservatorio de Moscú en marzo de 1879, y en enero de 1881, se estrenaba en el Teatro Bolshói. Era la primera vez –lo hizo en dos más– que Chaikovski acudía a textos de Pushkin para sus óperas. Su acercamiento a él fue tardío y accidental –la cantante Yelizaveta Lavróvskaya fue la primera que le sugirió crear una ópera basada en su novela–, pero una vez consolidado ese camino, se fortaleció la relación entre dos de las más grandes figuras del Romanticismo ruso. «Eugenio Oneguin» vuelve al Teatro Real casi 15 años después de su estreno en septiembre de 2010. Del 22 de enero al 18 de febrero ofrecerá 10 funciones en una coproducción con la Ópera de Oslo y el Gran Teatre Liceu de Barcelona, con la dirección escénica de Christof Loy y la musical de Gustavo Gimeno y un reparto con Kristina Mkhitaryan (Tatiana), Iurii Samoilov (Eugenio Oneguin), Bogdan Volkov (Lenski), Victoria Karkacheva (Olga) y Maxim Kuzmin-Karavaev (Príncipe Gremin/Zaretski), junto al Coro y Orquesta Titulares del Real.
Su trama sencilla explora temas de amor no correspondido y los conflictos internos de los protagonistas, víctimas de un contexto social implacable y hostil del que no logran liberarse. La historia de amor y rechazo entre Eugenio, un joven dandi de ciudad, estereotipo del héroe romántico egoísta, arrogante y egocéntrico, y Tatiana, una chica de campo que se enamora de él. Onegiuin la rechaza y seduce a su hermana Olga ante su pretendiente Lenski, poeta y amigo suyo, que ofendido, lo reta en un duelo que resulta mortal. El arrepentimiento por despreciar el amor de Tatiana lleva a Eugenio a entrar en una fase de soledad de la que ya no podrá salir. El origen y composición de la ópera están ampliamente documentados a través de la ingente correspondencia de Chaikovski, que quería un drama íntimo y profundo basado en situaciones y conflictos vividos por él mismo. Como explica Christof Loy, «la ópera del momento le molestaba y decidió hacer algo distinto a lo habitual, no quería reyes, ni revoluciones, ni dioses, ni marchas –como dice en sus cartas–, sino algo íntimo que huyera de los atributos de la gran ópera, quería una pieza no apta para los grandes escenarios, de ahí su audaz solución de escribirla para los estudiantes del conservatorio», aunque esto no evitó su éxito posterior en Rusia y en toda Europa. «Cada vez se hacía más grandiosa, lo que suponía que la ópera iba en la dirección equivocada, por eso decidí volver al origen en esta producción –explica Loy–, trasladar esa atmósfera de intimidad que tenía Chaikovski, en mente cuando la escribió».

Heridas emocionales

El director alemán hace una lectura conceptual, intimista y poética. Para ello encierra a sus protagonistas en un espacio minimalista, elegante y claustrofóbico sobre el que proyectarán, como en una página en blanco, sus neurosis y heridas emocionales. Loy reestructura los tres actos originales en dos, «una primera parte centrada en lo que podríamos denominar las víctimas de Oneguin, escenificada casi con precisión realista cinematográfica, y una segunda que entra en su mundo interior, con un cambio en la estética, distinta al primer acto, y de manera mucho más abstracta, apreciamos el viaje o recorrido psicológico que experimenta el protagonista». Que el barítono Iurii Samoilov que lo interpreta define como «un personaje de gran belleza, pero oscuro, cínico y superficial, una figura trágica que mata a su amigo y rechaza a la persona que le ama».
Para Gustavo Gimeno, que vuelve a dirigir en el Real, «la aparente simplicidad de su música me recuerda a compositores como Mozart o Schubert, donde las líneas están perfectamente delineadas de manera clásica, simétrica, con gran intimidad, economía de gestos, poco artificio y momentos brillantes, una especie de mosaico donde nada es fortuito. Para mí –prosigue–, trabajar con Christoph Loy ha sido una verdadera revelación, me ha permitido dar solución musical a muchos momentos y entender las sombras o las ambigüedades. Nunca había visto un trabajo escénico tan milimetrado y preciso», afirma. Y concluye Joan Matabosch, director artístico del Real, este montaje «es distinto a lo que habitualmente se ve de Eugene Oneguin, pero es lo que debe ser porque, es exactamente lo que quería Chaikovski, dirección de actores, gestos, miradas y una gran potencia emocional».

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