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La partitura oculta de Tchaikovsky

El opositor ruso Kirill Serebrennikov dirige «La mujer de Tchaikovski», un acercamiento a la figura de Antonina Miliukova para indagar en las luces y sombras del histórico compositor
El opositor ruso Kirill Serebrennikov dirige "La mujer de Tchaikovsky", ya en cines
El opositor ruso Kirill Serebrennikov dirige "La mujer de Tchaikovsky", ya en cinesVERCINE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

Madrid Creada:

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Nunca se ha callado. Nunca ha dado su brazo a torcer. Nunca ha rebajado un ápice de tonalidad LGBTQ+ su cuerpo fílmico o teatral. Y eso, en la Rusia paradictatorial de Vladimir Putin, tiene consecuencias. El 23 de mayo de 2017, el director Kirill Serebrennikov era testigo de cómo las fuerzas policiales rusas asaltaban su estudio moscovita por sus continuas críticas a las medidas homófobas del Kremlin. Comenzaba así una pantomima legal que le llevaría a cancelar a última hora su «Nuréyev» en el mítico Bolshoi y a enfrentarse a unas acusaciones de malversación jamás probadas, pero que le tuvieron bajo arresto domiciliario todo el verano y que no le permitieron salir del país hasta marzo de 2022.
Ese período de aislamiento fue «aprovechado» por el realizador para investigar la figura de Piotr Ilich Tchaikovsky, quizá el compositor ruso más importante. Y, sobre todo, para intentar arrojar luz sobre lo que Serebrennikov entiende como el «ocultamiento» de su vida personal, marcada por su tormentosa relación con la también música Antonina Miliukova, única pareja y esposa que se le conoció oficialmente. «Sabemos de su obra, conocemos su importancia, pero apenas quién era. Me interesaba indagar en el personaje privado, no en ese hombre perfecto que han construido las propagandas soviéticas o de Putin», explica el director, ya desde el exilio, sobre «La mujer de Tchaikovsky», con la que compitió –no sin polémica– en el último Festival de Cannes y que, de la mano de una extraordinaria Alyona Mikhailova en el papel principal, nos invita a descubrir la partitura oculta del autor de «El cascanueces».
Serebrennikov, que responde a LA RAZÓN por videoconferencia mientras prepara la ambiciosa adaptación al cine del «Limonov» de Carrère, cuenta que su interés por los personajes históricos comenzó gracias a un libro de Alexander Poznansky escrito en los noventa y que planteaba dudas acerca de la versión oficial del mito: «No es tanto una cuestión de morbo, o de curiosidad, sino un interés genuino por conocer su vida personal. Eso nos ayudará siempre a entender mejor su obra. Conocer por qué le interesaban qué cosas», detalla el realizador, que nos presenta a un Tchaikovsky iracundo, bipolar y ciertamente contrariado por su condición misma de homosexual reprimido: «Poznansky, de carta en carta, deconstruía la estatua en la que Rusia históricamente ha convertido a Tchaikovsky. Era un hombre profundamente frustrado consigo mismo e increíblemente inestable, casi frágil», completa.
"La mujer de Tchaikovsky", de Kirill Serebrennikov
"La mujer de Tchaikovsky", de Kirill SerebrennikovVERCINE
Es justo esa debilidad la que Serebrennikov explota aquí con suma elegancia sibilina, volcando en Miliukova todos los males del tiempo y del compositor: desde un primer compromiso poco convencional hasta una separación, de facto, que nunca fue divorcio por pura convicción cristiana. La cinta, además de un retrato estético increíblemente conseguido de la Rusia decimonónica, es la historia de una obsesión. La de Miliukova por el arte de Tchaikovsky, pero también por su libertad y por un amor (y un deseo sexual) que nunca fue correspondido.
«Ella acabó desquiciada, y ese deterioro de su salud mental tuvo mucho que ver con la sexualidad. Se obsesionó. Llegó a creerse irresistible hasta la paranoia. Creía que todo el mundo quería tener sexo con ella, violarla incluso», explica el director ruso. Y no duda, tampoco, en volver explícita su película cuando es necesario, con escenas sexuales que, sin renunciar al buen gusto, se vuelven todo lo reales que el cine puede retratar: «Me encanta que el sexo parezca real. Odio cuando resulta fingido, falso, como si alguien estuviera escondiendo algo. Y eso no tiene que ver en absoluto con mis propias preferencias o perversiones, es un acercamiento, lo más real posible, a cómo concebía el personaje la sexualidad», bromea un Serebrennikov, que, añade, ya ha comenzado a trabajar con asesores de intimidad en sus nuevos proyectos, pero que para esta película decidió construir la confianza de los desnudos con los propios intérpretes ya en el rodaje.
Alabado en todas las patrias que le deja pisar su pasaporte, menos en la propia, el director de «Leto» y «(M)uchenik» no se despide sin condenar, una vez más, la deriva del Gobierno de Putin: «La guerra es una tragedia, sí, pero también para el propio pueblo ruso, al que están condenando a una pérdida de vidas jóvenes irrecuperable. La Rusia que yo reconocía como propia ya no existe», completa un Serebrennikov que aquí quizá firme su obra maestra, barroca y recargada, pero matemática en su estudio de luces y sombras.