Franz Kafka, desde el laberinto
Ernesto Caballero sube al escenario una de las novelas más complejas y brillantes del siglo XX, "El proceso", protagonizada por Carlos Hipólito
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Llevaba años el dramaturgo y director Ernesto Caballero acariciando la idea de llevar a los escenarios la que para algunos es una de las novelas más complejas y brillantes del siglo XX, si no la más: El proceso, de Franz Kafka. No se dieron las circunstancias favorables para acometer el proyecto en la etapa en la que Caballero estuvo al frente del Centro Dramático Nacional, pero sí ha sido esta misma institución, ahora con Alfredo Sanzol como director, la que finalmente ha podido acogerlo en coproducción con Lantia Escénica.
Publicada en 1925, la obra cuenta las peripecias de un hombre que un buen día es arrestado sin que él ni nadie sepa muy bien por qué. Lo intentos de este tal Josef K. (la inicial «K» fue usada a menudo por Kafka para designar a algunos personajes que, de acuerdo con los especialistas, podrían ser un trasunto del autor) para defenderse van jalonando una historia ambigua, de marcado carácter simbólico, que, como bien explica el director del montaje, ofrece un primer nivel de lectura muy conectado con la realidad: «En un primer término la obra plantea algo tan reconocible como es la inseguridad jurídica, algo que todos estamos viviendo hoy. Por un lado, están las arbitrariedades judiciales que vemos cada día; y, por otro, se encuentra todo ese aparato burocrático que parece diseñado para meter al ciudadano en laberintos de los que resulta imposible salir. Y eso se ha incrementado en los últimos tiempos con ciertos procedimientos telemáticos que la persona nunca sabe, ni puede, resolver».
A esa crítica de índole social, judicial o administrativa, cabe añadir otra de naturaleza más política: «Hay otro nivel de lectura –apunta Caballero– que tiene que ver con cómo los sistemas, a medida que son más totalitarios, convierten al ciudadano en un mero súbdito que, por defecto, es siempre sospechoso; y eso es algo que también podemos ver en la actualidad». Sin embargo, todos estos temas pueden funcionar en la novela de Kafka como meros pretextos para hablar de otras cuestiones más abstractas o filosóficas. «En efecto –confirma el director–, hay un último nivel de lectura que tiene que ver con la desorientación ética y moral del individuo. Existe incluso una reflexión teológica acerca de este aspecto, porque Josef K. está buscando una “ley” que no sabe muy bien en qué consiste y a la que nunca consigue acceder. Y eso es precisamente lo que le ocurre al ser humano, no solo en su relación con la sociedad, sino también con la divinidad».
Y advierte el dramaturgo cómo el personaje y la historia se relacionan con los clásicos: «Kafka tenía una visión un tanto pesimista de la justicia divina; decía algo así como que se había desentendido de los hombres. En este sentido, vemos cómo Josep K. participa de manera activa en su propio destino, igual que en las tragedias griegas. La culpa funciona como eje de toda la obra y el protagonista, para librarse de ese sentimiento de culpa, que es casi atávico en el ser humano, termina colaborando con el sistema; es su propia iniciativa la que le va colocando en cada sitio a lo largo de su periplo. Existe en él una especie de miedo a quedarse fuera del sistema, y eso es algo que también nos está pasando a todos en la actualidad. Por otra parte, se puede también entender al personaje desde una óptica calderoniana: Josef K. es un hombre que ha cometido el delito de nacer, es un Segismundo arrojado a un mundo que no comprende».
En la propuesta escénica, que parte de una versión hecha por el propio Caballero, el dramaturgo no ha querido sacrificar ni potenciar ninguno de todos esos temas del universo kafkiano. «Espero, o así lo deseo, que cada espectador pueda conectarse con algunos de esos distintos planos que presenta la historia; quizá unos se sientan identificados, por ejemplo, con lo que les ocurre cuando tratan hoy en día de darse de baja de una compañía telefónica; otros podrán reconocer en la obra el funcionamiento de los regímenes totalitarios; otros advertirán nuestras debilidades democráticas... y finalmente otros percibirán, tal vez, un mundo de enigmas y sugerencias, una especie de invitación al misterio».
Para dar vida a ese personaje colosal que es Josef K., Ernesto Caballero se muestra muy satisfecho de haber podido contar, «por fin», con Carlos Hipólito, un actor al que solo había dirigido en una gala de los Premios Max y con el que deseaba trabajar desde hacía mucho tiempo. «Lo habíamos intentado en alguna ocasión, pero los compromisos adquiridos por parte de uno de los dos lo impidieron hasta ahora». Acompañan a Hipólito en el reparto un nutrido grupo de grandes actores con los que, en muchos casos, el director sí había trabajado ya repetidas veces. Entre ellos, Paco Ochoa, Jorge Basanta, Ainhoa Santamaría, Alberto Jiménez y Juan Carlos Talavera. Más que configurar un elenco que pudiera servir de coro al protagonista, Caballero ha querido aprovechar la versatilidad y experiencia de todos ellos para que puedan ir incorporando, de acuerdo a su diferente idiosincrasia, los distintos personajes que intervienen en esta «itinerante novela».
- Dónde: Teatro María Guerrero, Madrid. Cuándo: hasta el 2 de abril. Cuánto: de 6 a 25 euros.