«Martingala»: Tan perdidos como el espectador
Autor: J. Yago. Director: G. Iravedra. Intérpretes: E. Matilla, F. Vilajosana,
Á. Cervantes y F. Tielve. Sala Tú. Madrid. Hasta el 27 de junio.
Quim y Jonás, dos jóvenes sin demasiadas expectativas laborales, ayudan a una mujer que se ha desplomado ante ellos en mitad de la lluvia y de la calle; la llevan al modesto piso que comparten y le ofrecen alguna bebida que le permita recobrar su salud. A través de la conversación que se entabla, el espectador va conociendo la diferente personalidad de estos dos amigos, que tienen en común la dificultad para afrontar cualquier proyecto de su futuro profesional y vital. Después, Jonás entra en contacto con una joven que parece ser una prostituta y que trata torpemente de devolver a su existencia un ápice necesario de ilusión. Aunque prácticamente se empiece a fraguar ya en el desenlace, la relación que se establece entre los cuatro personajes servirá de inconsistente eje dramático a esta obra de perdedores que buscan en el prójimo el resquicio afectivo y emocional que les pueda permitir seguir adelante. La obra de Joan Yago, que tiene como principal atractivo contar con Elisa Matilla y con Ferran Vilajosana, resulta preocupantemente dispersa en su estructura y excesivamente pretenciosa en su fondo argumental. Ya es bastante difícil, para empezar, dar credibilidad a la interacción de los personajes, dado que, si exceptuamos el caso particular de Quim y Jonás, no hay ningún intento del autor, ni del director Gerard Iravedra, por explorar la verdadera naturaleza de su relación más allá del encuentro fortuito que les permitió conocerse. Más complicado todavía es entender y justificar el personaje de Julia, la supuesta prostituta, en cuyos diálogos se insertan continuas y forzadas referencias a la película «Pretty Woman» que suenan con poquita gracia. Tampoco el personaje de Aurora está suficientemente desarrollado para que tenga entidad propia, aunque al menos a éste Elisa Matilla le sabe dar un conveniente y convincente halo de misterio para mantener al espectador todo el tiempo interesado, o más bien engañado, porque el personaje en sí no tiene absolutamente nada sustancioso–. Solo Quim está dibujado con cierta riqueza; y el joven Ferran Vilajosana lo aprovecha para dar alguna muestra de su talento, especialmente en la escena donde expone, resignado, las dificultades del personaje para abrirse camino como fotógrafo y también como persona en el artero mundo en el que vive.