Miguel Narros, muere el sabio del teatro español
El director, uno de los nombres fundamentales de la escena de las últimas siete décadas, fallece en Madrid a los 84 años. Con él se cierra una generación con otra manera de entender los clásicos
Hijo de una época en la que los cambios sacudían las artes, los del teatro habría de ser, en el caso de Miguel Narros, una revolución sin barricadas, basada no en llamaradas y genialidades de director, sino en otra forma de trabajar con el actor y de escuchar con paciencia las necesidades del texto y del escenario. Por eso, la huella de Narros no queda principalmente en escenografías –que también las hizo, y muy bellas– ni en puestas en escena que busquen el no va más, sino en montajes que trataron de comprender y acertar con la esencia de los clásicos, de los textos del gran repertorio por el que siempre apostó. Miguel Narros falleció ayer a los 84 años y deja un poco más huérfanos a los escenarios españoles, en la temporada en que también se han ido Gustavo Pérez Puig, Juan Luis Galiardo y Pepe Sancho, entre otros.
Hasta el final
El veterano director, nombre seminal del teatro de huella universitaria de los 60 y 70 –estuvo en aquellos TEM y TEU que tantos nombres brillantes dieron a la escena española – y hombre clave en el Madrid teatral de los años 80 y 90, no dejó de trabajar hasta el último momento. A lo largo de su vida estrenó a Shakespeare, Tirso de Molina, Chéjov, Guillén de Castro, Alberti, Lope de Vega, Cervantes– Miller, O'Neill... y su querido Lorca, claro.
Nacido en Madrid, había estudiado en el Real Conservatorio de Música y Canto. Actor antes que director, debutó con 18 años en 1946 el María Guerrero con «Los endemoniados», de Dostoievski. Trabajó diez años, desde 1942, con otro grande de los escenarios, Luis Escobar, en la compañía de este emblemático teatro. Hasta que viajó a París con una beca en 1951. Aprendió con Jean Vilar, decidió que quería ser director, se empapó de las teorías imperantes en el corazón teatral del viejo continente y, a su regreso, dio sus primeros pasos fuera del escenario con «Música en la noche», de J. B. Priestley. Su talento sacudió una escena algo rancia que luchaba por renovarse de la mano de profesores como William Layton. Dirigió con el Teatro Español Universitario (TEU) y el Teatro Estudio de Madrid (TEM), y fue invitado a representar a España en Nueva York.
Narros estuvo dos veces al frente del Español de Madrid, entre 1966 y 1970 y entre 1984 y 1989. De su primera etapa son obras como «Numancia», «El burlador de Sevilla», «Rey Lear», «El rufián Castrucho», «Las mocedades del Cid», «El sí de las niñas», «La paz» o «El condenado por desconfiado». El paréntesis entre ambas dejó títulos de altura: Narros colaboró con el Teatro Estable Castellano (TEC) en «Así que pasen cinco años» (1978), «El tío Vania» de Chejov, «Danza macabra», de Strindberg, y «Seis personajes en busca de autor», de Pirandello, entre otras grandes obras.
Cuando regresó al Español, lo hizo con «El castigo sin venganza» (1985), que algunos aún recuerdan como uno de sus mejores montajes, «El concierto de San Ovidio» (1986) y «El sueño de una noche de verano» (1986). Ya entonces era una primera figura y el Premio Nacional de Teatro vino a reconocer, en 1987, el éxito de los tres últimos montajes mencionados. Un galardón que compartió con Ana Marzoa, actriz que destacó a sus órdenes en éstos y otros sus títulos. Narros fue siempre fiel a sus actrices: Margarita Lozano, a la que «rescató» tras dos décadas alejada de las tablas, Verónica Forqué, con quien trabajó en cuatro ocasiones, María Adánez, que iba camino de tres, y, claro, Ana Belén, la niña a la que descubrió y con la que creció en los años 60 y primeros 70 en una quincena de títulos.
«La malquerida» (1988) o «Largo viaje hacia la noche» (1988), con Margarita Lozano, Alberto Closas y un joven Carlos Hipólito, fueron otros montajes emblemáticos de su dirección en la calle Príncipe. Una vez acabada su labor al frente del emblemático teatro madrileño, el director siguió haciendo lo que mejor sabía durante dos décadas más. En los 90, dirigió «La Gallarda», en la que se reencontró con su musa, Ana Belén –la crítica no fue muy amable con este encargo de la Expo 92–, «Casi una diosa», «A puerta cerrada» –en 1993, hace justo dos décadas, una versión renovada iba a ser su nuevo proyecto en septiembre–, «Los bellos duermientes», «El yermo de las almas» y «La estrella de Sevilla», con la que Narros fue invitado a dirigir en la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Fiel a sus actrices
Ya en la primera década del siglo XXI se sucedieron obras como «Panorama desde el puente», con la que ganó el Max como mejor director en 2004 (aún recibiría otro, el de Honor, en 2009), «Tío Vania», «Salomé», «Doña Rosita la soltera», una revisión de la «Fedra» en clave de danza flamenca que ya había dirigido, «Los negros», «Yerma»...
Trabajador incansable y hombre discreto –poco trascendía de su vida, más allá de su matrimonio con Celestino Aranda, productor y pareja desde hace tiempo–, trabajó codo con codo durante años con colaboradores como el productor y escenógrafo Andrea D'Odorico, actores como José Luis Pellicena y Guillermo Marín, y con actrices como Ana Belén, su musa, a la que descubrió en la película «Zampo y yo», a la que animó a estudiar artes escénicas. Con ella levantó el telón nada menos que en quince obras. No paró de trabajar hasta el final: hace quince días tuvo que ser ingresado por una neumonía, pero había vuelto a las tablas para estrenar «La dama duende». Hace tres días recayó y fue ingresado en la clínica Quirón, en Pozuelo de Alarcón, donde ayer por la mañana la muerte lo sorprendió dormido. El Teatro Español, que fue su casa tantas veces, acogerá hoy la capilla ardiente del director de 10 a 16 horas.
Calderón, su adiós; Sartre, el que no fue
Narros mantuvo una prolífica carrera que culminó, hace sólo una semana, con «La dama duende», un Calderón de la Barca protagonizado por Diana Palazón (dch.) que estrenó en el Festival Clásicos en Alcalá, donde recibió además un último reconocimiento a su carrera. El director madrileño tenía además otro proyecto en marcha para septiembre: «A puerta cerrada», la que iba a ser su tercera colaboración con María Adánez, y que ya había dirigido hacía justo veinte años, en 1993.
Cuatro musas para un director
Ana Belén
Era una niña cuando la descubrió en el cine, en «Zampo y yo», y le propuso estudiar teatro. Fue su maestro y mentor, y la dirigió en más de quince ocasiones, desde «Numancia» y «Las mujeres sabias» a «Las Gallardas».
Ana Marzoa
Actriz y director colaboraron en montajes como «El castigo sin venganza» y «El concierto de San Ovidio» (y fueron premiados juntos en 1987). Y más: «Panorama desde el puente», «La malquerida»...
Verónica Forqué
Su relación comenzó tarde, en 2003, con el reestreno de «El sueño de una noche de verano», pero le siguieron tres obras más: «Doña rosita la soltera» (2004), «¡Ay, Carmela!» (2006) y «La abeja reina» (2009).
María Adánez
Al margen de Silvia Marsó («Yerma»), el último fichaje de Narros fue María Adánez, a quien dio sus primeros papeles dramáticos en «Salomé» (2005) y «La señorita Julia» (2008). Iban a repetir en «A puerta cerrada».