Crítica de teatro

"Paraíso perdido": Las debilidades de Dios ★★★☆☆

Andrés Lima demuestra que cambia de registro con una facilidad pasmosa en función de lo que exija la historia que ha de contar

Pere Arquillué se transforma en Dios en "Paraíso perdido"
Pere Arquillué se transforma en Dios en "Paraíso perdido"Focus

Autor: John Milton (versión de Helena Tornero). Director: Andrés Lima. Intérpretes: Pere Arquillué, Maria Codony, Rubén de Eguía, Laura Font, Lucía Juárez y Cristina Plazas. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 18 de junio.

A veces las grandes productoras privadas sorprenden… para bien. Que una empresa como Focus se interese por poner en pie una obra de teatro a partir de un material tan complejo, y tan poco comercial a priori, como es el poema épico El paraíso perdido, de John Milton, resulta llamativo y digno de aplauso.

La verdad es que no ha debido de resultarle nada a fácil a la dramaturga Helena Tornero embarcarse en esta cruzada de adaptar a un lenguaje más teatral y contemporáneo los 10.000 versos repartidos en doce cantos de los que consta esta epopeya publicada en 1667 sobre el pecado original y sobre los pilares del bien y del mal en la cultura cristiana.

La obra, por su propia naturaleza tan literaria, puede resultar algo fatigosa en su evolución dramática. Es algo comprensible y temo que poco remediable si no se quiere desvirtuar más de la cuenta el original; lo malo es que esa literatura no alcanza en el escenario las cotas de lirismo que podrían contrarrestar las limitaciones dramáticas. Esto ocurre, sobre todo, porque no parece que haya habido un trabajo muy meticuloso en lo que se refiere al manejo de la palabra con el personaje de Satanás, que es el que tiene los parlamentos más poéticos, más metafóricos, más conceptuales y, por lo tanto, más difíciles de desentrañar semánticamente a los oídos del espectador. La actriz Cristina Plazas, encargada de darle vida, está muy bien en lo que concierne a la dimensión más física de este Satanás, pero las emociones que transmite –visibles en el cuerpo, el gesto y aun en el tono de las alocuciones– no están debidamente matizadas y aquilatadas en la propia expresión del discurso ni en su ritmo, de manera que el texto suena más veces de lo debido como un desbocado torrente. Pere Arquillué, el otro gran protagonista, sí aprovecha mejor la ocasión que tiene de lucirse interpretando nada menos que a Dios. No sé cómo lo hace, pero es un actor, da igual el personaje que interprete, al que uno nunca puede dejar de seguir atentamente en el escenario, sea lo que sea lo que esté haciendo o diciendo.

En cuanto a la puesta en escena, Andrés Lima demuestra que cambia de registro con una facilidad pasmosa en función de lo que exija la historia que ha de contar. Y aquí, quizá tratando de evocar las brumas que envuelven el sentido del alma humana, ha creado un espacio de una potencia plástica y sensorial impresionante. A ello contribuyen de manera notable Beatriz San Juan, responsable de la escenografía y el vestuario; el iluminador Valentín Álvarez; y, muy especialmente, Jaume Manresa, que ha hecho un diseño del espacio sonoro sencillamente brutal.

  • Lo mejor: El originalísimo y minucioso espacio sonoro que ha concebido el músico Jaume Manresa.
  • Lo peor: Hay un alegato feminista que se inserta de una manera bastante forzada en la historia y suena bastante facilón.