Estreno

La vida "rider", la vida peor: un mal chiste

Iñigo Guardamino levanta en el escenario del Quique San Francisco una pieza, "Amarte es un trabajo sucio (pero alguien tiene que hacerlo)", que denuncia la situación de los repartidores a domicilio y la doble moral del propio consumidor

De izquierda a derecha, Álex Villazán, Katia Borlado, José Emilio Vera y Belén Ponce de León
De izquierda a derecha, Álex Villazán, Katia Borlado, José Emilio Vera y Belén Ponce de LeónCarmina Prieto

Iñigo Guardamino es de esos autores esponja que convierten un paseo cotidiano en horas de oficina. Cualquier cosa que se cruce en su camino será susceptible de acumularse en la CPU para, más adelante, volcarse en un papel o, simplemente, para ser desechada por el olvido. Una de esas vueltas, «en 2019, por Madrid», apunta, es lo que hoy se ha convertido en Amarte es un trabajo sucio (pero alguien tiene que hacerlo), la pieza que estará un mes sobre las tablas del Teatro Quique San Francisco y que recoge el enfado del autor con el ansia destructiva del sistema.

Durante esos tiempos prepandémicos, hubo algo que llamó la atención de Guardamino, «los muchos cadáveres con los que me cruzaba», dice de los cuadros de bicicletas que se iban desperdigando por la ciudad atados a una valla o a un poste de la luz. Objetos dejados al propio destino de la calle, ya sin ruedas, sillín o manillar, que poca solución tendrían más allá del desguace o del chatarrero. «Esqueletos inquietantes» a los que les sacaba fotos. «Me parecieron imágenes curiosa para guardar y ver qué hacer con ellas en un futuro».

Pero llegó la Covid... y el autor cayó. «Fui de los que lo cogieron en la primera oleada, en la manifestación del 8-M. No ingresé, pero estuve bastante jodido», recuerda. «Veía las estrellas cada vez que respiraba, aunque no tenía nada de poético esa visión». En su soledad, y con las avenidas desiertas, «los “riders”, desafiando al virus, eran los únicos que podían traerme cosas en aquel ambiente apocalíptico», así que comenzó a interesarse por sus condiciones.

Enlazó los días de locura con la realidad de estos repartidores y fue cuando nació Amarte... para hablar de «muchos temas», dice: «Una historia de personas, de gente que quiere encontrar su sitio en el mundo, y enmarcarlo en la economía colaborativa en su versión más siniestra, donde los trabajadores están a merced del algoritmo, de las nuevas tecnologías y que se encuentran atrapados entre el consumidor y la empresa». Un punto de partida que la pieza sitúa sobre un colectivo concreto, pero que «puede aplicarse a muchos otros sectores. Esta economía se vende como “cool” y disruptiva y escatima en cosas tan antiguas como la estabilidad y la protección social. No es el bienestar del trabajador el que se tiene en cuenta, sino el del consumidor», asegura un Guardamino que escribió parte del texto rodeado de «riders», en esos locales de comida rápida en los que «no pueden ni esperar dentro porque “molestan” y tienen que irse a la plaza, su oficina».

La pieza sigue la vida de David (Álex Villazán), un veinteañero licenciado en Derecho que no consigue trabajo de lo suyo y que se mete a «rider» para intentar sobrevivir. En Hermess, la empresa de entregas a domicilio, deberá vérselas con un jefe invisible, el algoritmo, y entrará a formar parte de una familia disfuncional de repartidores encabezada por Samu (José Emilio Vera), un colombiano veterano y devoto de la iglesia evangélica; entremedias, deberá lidiar con una relación «líquido-festiva» con Marta (Katia Borlado), su pareja, y hacer equipo con Luisa (Belén Ponce de León), su madre, experta en sacar adelante a su familia sola y en pintar a carboncillo los cadáveres que ve en el trabajo. «A través del viaje de David nos damos cuenta de cómo está montado el sistema y se denuncia el mundo de los “riders” desde una visión cómica que destapa las piedras en el camino que pone la vida», resume Villazán.

Es en mitad de ese ecosistema en el que el protagonista tendrá que descubrir lo que quiere hacer con su vida, «y si sus condiciones de trabajo no acaban con él antes». Guardamino pone el dedo sobre «la deshumanización de las relaciones laborales y de la vida en general», y se queja «por estar cada vez más aislados»: «Yo el primero. Es desquiciante trabajar hasta última hora, estar completamente conectados y observados, o no tener tiempo para conciliar».

Y «como no son temas muy alegres», apunta, decidió contarlo todo en clave de humor, abordar realidades con una pátina de comedia negra. «Reírnos es el único sistema de defensa que nos queda», por lo que el también director de la pieza busca la sonrisa desde la propia empresa de reparto, donde cada entrega va acompañada de un chiste «como herramienta de marketing», sostiene, para revelar «que la nueva economía es un chiste malo».

Con el «rider» a mitad de camino entre las desventajas del asalariado y lo peor del autónomo, el texto también clama por la locura compradora del que está al otro lado de la app: «La segunda pata es el consumidor», señala Guardamino, fascinado por la gente que, como norma, encarga la comida en vez de bajar al supermercado. «Entiendo que se pida algo urgente, insulina, por ejemplo, pero para tomarte unas cervezas y unas alitas puedes bajar a la tienda del barrio. Y esto sucede con más énfasis en los días de tormenta, que apetece aún menos algo tan poco moderno como ir a comprar». Cambia el autor el dicho para adaptarlo a su medida: «No hay explotación si dos personas no quieren», cuenta quien también se ha adentrado en ver «qué motiva a un consumidor a seguir colaborando con esta dinámica». Él mismo reconoce que ha hecho autocrítica y que «quité de esa app. En pandemia sí utilicé estos servicios, pero ahora los hidratos los compro en mi tienda. Lo que intento en mi vida es no joder a nadie con mis hábitos».

Reconoce Guardamino que sus drogas son los libros de segunda mano y los discos, y que son estos los que le empujan a unos vicios que no le gustan; «de hecho, no creo ni que sean buenos, pero los hago. A la cabeza humana le jode estar pensando en comprar en vez de en relacionarse. Y yo sé que cuando tengo ansiedad empiezo a mirar discos en internet». Es esa misma doble moral que se refleja en un texto en el que la propia Luisa, con su hijo arrollado por la realidad «rider», es la primera que utiliza el servicio, «una putra burguesa que pide llaves inglesas por mensajero en vez de bajar a la tienda», pronuncia sobre el escenario Ponce de León segundos antes de sentirse «idiota» por ese afán consumista. Para la actriz, la función tiene un punto de vista muy cínico para poner el foco sobre ese «capitalismo salvaje que ha ganado la batalla».

  • Dónde: Teatro Quique San Francisco, Madrid. Cuándo:hasta el 23 de abril. Cuánto: 20 euros (entrada general).