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El testamento original de Juana de Austria, hija de Carlos V, sale a subasta

La última voluntad de la hermana de Felipe II, se pondrá a la venta en Madrid por 17.000 euros
Testamento de la hija de Carlos V que va a subastarse.
Testamento de la hija de Carlos V que va a subastarse. David Jar

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Debería estar en el Monasterio del Escorial, en Madrid, lugar original de su redacción, o en el convento de la Descalzas Reales, fundado por la infanta y donde se encuentra su sepultura, o, en su defecto, en el Archivo General de Simancas, que conserva gran parte de nuestro legado histórico documental, pero el testamento de doña Juana de Austria, hija menor de Carlos V e Isabel de Portugal, y hermana de Felipe II, no estaba en ninguno de estos tres lugares y permanecía en manos privadas. «Es una verdadera sorpresa. Normalmente no solemos encontrarnos con un documento de esta envergadura. Es, sin duda, el más importante del lote», comenta Javier, de la casa de subastas Remate, que el próximo 19 de octubre, a las seis de la tarde, sacará a la venta este manuscrito por un precio de salida de 17.000 euros.
Se sabe que el Estado español, que debería ejercer su derecho preferente para incorporarlo a nuestro patrimonio por su evidente valor y relevancia histórica –y para que los especialistas puedan analizar con detenimiento su contenido, que todavía no está estudiado como corresponde–, está al tanto de este documento, que lo ha examinado y que ya cuenta con un informe sobre él, ya que el actual propietario se lo ha ofrecido con anterioridad y en clara preferencia, según ha podido saber este diario, pero, ante la falta de respuesta o el largo plazo de demora, este particular ha decidido ofrecerlo al mejor postor la próxima semana. Cultura, por el momento, no ha dado ningún paso para su adquisición, quizá, porque aguarda al día de la puja, o eso, al menos, esperan muchos para que no termine perdiéndose de nuevo su pista en el futuro.
El testamento es un documento largo, de 33 páginas, todas, en general, en buen estado, aunque el papel que se empleó para la redacción no fuera de la mejor calidad y procediera de distintas remesas. Su estado de conservación es bueno, está encuadernado y presenta el sello real, grabado en dorado, en la portada y contraportada, una señal indeleble que revela a cualquiera su procedencia y orienta desde el comienzo sobre cuál puede ser su contenido.
En las guardas, si se mira al trasluz, puede distinguirse con facilidad la filigrana o marca de agua. Sus páginas contienen tres partes bien diferenciadas: el testamento, la última voluntad y el codicilo. En los márgenes pueden apreciarse apuntes o anotaciones, lo que indica que podría ser el documento original y también la base que pudo haberse empleado para una redacción posterior a limpio o que fuera el punto de partida para posibles duplicados, lo que resultaba común en la época.
En distintas partes resulta visible, y muy reconocible incluso para las miradas más profanas, la firma de doña Juana de Austria. Llama la atención la última rúbrica, en el folio final, que presenta unos trazos más frágiles y desdibujados, un síntoma evidente de que las fuerzas de la firmante desfallecían y que ya se enfrentaba, quizá, a sus últimos momentos.
Hay una primera fecha dada, 12 de enero de 1573, precisamente el último año que doña Juana de Austria vivió, que responde al momento en que ella dictó su testamento, y que realizó, en presencia de las personas pertinentes, en el Real Monasterio del Escorial. Ratificó después sus deseos en las últimas voluntades, consignadas en una sola hoja y que también se llevó a cabo «en el monasterio de S. Lorenzo el Real a treinta días del mes de agosto de 1573». Ella fallecería unos días después, el 7 de septiembre, cuando el imperio español y el gobierno de su hermano, Felipe II, todavía se encontraba en el apogeo.
Una de las incógnitas es cómo un manuscrito de estas características y de semejante importancia no terminó depositado en algunos de los principales archivos, los ya citados al principio, y cuál fue el sinuoso sendero que estos folios siguieron en el pasado para que acabara descansando al final en un particular que, en este caso preciso, carece además de un título aristocrático, lo que despejaría dudas. Resulta frecuente que, a veces, este tipo de documentos baile entre varias manos al principio y que, a lo mejor de esta manera, haya terminado en quien menos se esperaba, aunque también sería posible, como ha sucedido con anterioridad a lo largo de la historia, que saliera de su ubicación debido a algunos de los capítulos tempestuosos de nuestro pasado, como la desamortización, sin ir más lejos, o debido al descuido que durante siglos ha gobernado en algunos fondos conventuales. A saber.
Lo que está claro es que Juana de Austria es una de las personas relevantes de nuestra historia, aunque su nombre no goce de la fama y el reconocimiento que poseen otras mujeres. Y que este documento arroja algunos aspectos importantes sobre su personalidad, como su reconocida religiosidad, que asoma en parte de su herencia. En una parte se ve que ha dejado una suma para ayudar a los reos y presos, esos cautivos que había que rescatar, como los españoles que pudiera haber en Argel, por ejemplo. También ordena que se dotase con «300.000 maravedises al Colegio Imperial de San Agustín de Alcalá».
Juana de Austria nació la noche del 23 al 24 de junio de 1535, gozaba de buena salud, como recalcan las fuentes y al contrario que su hermana María, y durante su juventud, demostró un talento innato para las humanidades, enseguida aprendió latín, y la música, arte en el que demostró una predisposición innata, entre otros motivos, porque llegó a desenvolverse bien con varios instrumentos a muy pronta edad.
Desde temprano tuvo una fuerte inclinación religiosa, que se acentuaría con los años y que le empujaría a fundar conventos como el de las Descalzas Reales, pero su destino estaba determinado desde el comienzo por las políticas matrimoniales, esenciales para las ambiciones y la diplomacia de la Casa de los Austria.
En 1552, de hecho, en la ciudad de Toro, cuando apenas contaba con diecisiete años, contraía nupcias con el heredero del trono de Portugal, Juan Manuel, hijo de Juan III y Catalina. Este hecho la convirtió en princesa de Portugal, un país en el que vivió de una manera tensa debido a los equilibrios de la época. La suerte, en ocasiones tan desfavorecedora, hizo que diera a luz a su primer hijo, Sebastián, heredero al trono de Portugal, cuando su marido había muerto hacía tan solo unos pocos días.
Quizá el papel más notable, aparte de profesar y emitir votos en Compañía de Jesús, lo que resultaba de todo singular al ser una orden religiosa solo de hombres, fue el papel que desempeñó como regente entre 1554 y 1559. Durante ese periodo, ella asumió un rol que no solía ser frecuente entre las mujeres de la época. La decisión de que ella afrontara estas responsabilidades se debió a la partida de su hermano al extranjero para contraer nupcias con María Tudor. Durante ese quinquenio, ella tuvo que enfrentarse, y lo hizo con resolución, a los problemas que eran habituales para la monarquía: los asuntos financieros, siempre tan delicados, y a los constantes conflictos derivados de las guerras de religión.