465 aniversario

Así aplastaron los tercios españoles de Felipe II a las tropas francesas en la épica Batalla de Gravelinas, un 13 de julio 1558

Este 13 de julio se cumple el aniversario de una de las batallas más importantes de los tercios españoles

Batalla de Gravelinas
Batalla de GravelinasLa Razón

Un día como hoy, un 13 de julio, pero de 1558, hace 465 años, tuvo lugar una de las batallas más importantes de los cientos que protagonizaron los entonces invencibles tercios españoles, la unidad militar más temida y letal durante todo el siglo XVI y buena parte del XVII. Se trata de la Batalla de Gravelinas, de 1558, cerca del municipio del mismo nombre situado a orillas del Canal de la Mancha francés y muy cerca de Dunquerque. En este territorio, próximo también a la ciudad de Calais, las tropas españolas de Felipe II vencieron a las francesas.

La Francia de Enrique II, que había sido humillada anteriormente en la mítica batalla de San Quintín, buscaba venganza contra España y preparó la revancha, con un plan con el que pretendían devolver el golpe a Felipe II. Así, reclutó un nuevo ejército en la región gala de Picardía. Al frente se encontraban Luis Gonzaga-Nevers, el duque de Guisa y Paul de Thermes. Además, pidió ayuda al sultán otomano.

De esta forma, tras atacar por varios frentes, consiguió avanzar por la costa arrebatando a los ingleses Calais, Thionville y pasar el río Aa por su desembocadura, conquistando Dunkerque y Niewpoort y amenazando Bruselas tras entrar en Flandes. Todo con un ejército de 10.000 infantes, 2.000 jinetes y varios cañones. Mientras tanto, los aliados otomanos acosaban a los barcos españoles en el Mediterráneo para que no pudieran enviar refuerzos por vía marítima.

Pero Felipe II contaba con un as en la manga: Lamoral Egmont, un militar entregado curtido en batallas y entregado a la épica. Elegido por el monarca para liderar la ofensiva española, Egmont les esperó en las cercanías del río Aa. Los españoles pillaron desprevenidos al ejército francés, que de repente se encontró atrapado entre el río a su espalda, el mar y un apelotonamiento de su propia gente.

La venganza de Enrique II provocó la pérdida de posesiones, e incluso su muerte

El duque de Saboya y Felipe II reunieron un ejército de 12.500 infantes y 3.200 jinetes, dando el mando al conde de Egmont. Sorprendido por la rapidez de la maniobra española, Thermes tuvo que presentar batalla (porque tenía el río a su espalda, el mar a su izquierda y su derecha totalmente embarullada por la columna de bagajes de su propio ejército). Despliega su ejército en la orilla izquierda del río, creando en el flanco del bagaje una doble línea formada por la caballería y la artillería, dejando a la infantería detrás. Su mala situación, sin embargo, no impidió a los franceses creer que la victoria sería fácil.

El conde de Egmont, mientras tanto, había dejado a la artillería detrás ya que le estorbaba pues debían interceptar a los franceses antes de que cruzasen el río Aa. Avistadas las posiciones francesas, Egmont situó a sus tropas en media luna, dejando a la caballería ligera en los flancos y en el centro a los tercios españoles junto a unidades de alemanes y flamencos.

Los franceses cañonearon y se estableció un combate desordenado entre ambas caballerías de resultado dudoso. Una vez más se reveló la capacidad de los arcabuceros españoles, por aquel entonces los mejor armados y entrenados del continente. Los arcabuces acribillaron a la caballería francesa; luego los españoles tomaron la doble hilera del bagaje y dispararon sobre la infantería resguardada detrás de los carros creando un gran desorden entre las filas francesas. Egmont atacó con la caballería sobre el centro francés, estando el propio conde a la cabeza de sus jinetes. A su vez, barcos vizcaínos e ingleses bombardearon la retaguardia francesa causándole numerosas bajas. El resultado de la batalla no podía haber sido peor para los franceses: tan sólo 1.500 hombres consiguieron huir y el resto yacía muerto o prisionero en el campo de batalla. El mismo señor de Thermes fue hecho prisionero y los franceses se vieron obligados a replegarse a sus fronteras.

El intento de Enrique II de revancha no salió como esperaba y fue un completo fracaso. De toda la armada francesa en la batalla, tan solo lograron escapar alrededor de un millar de hombres. El resto, murió en batalla, en un estrepitoso baño de sangre, o fueron hechos prisioneros. De este modo, el monarca francés se vio obligado a firmar una paz con muchas concesiones a favor de Felipe II.

El 2 de septiembre de 1559, se firmó la Paz de Cateau-Cambrésis, uno de los tratados más importantes del siglo XVI. La monarca inglesa, Isabel I, también se unió a las conversaciones para diseñar un nuevo estatus europeo.

Francia se quedó con la recién conquistada Calais y varias plazas como San Quintín, mientras España recuperó sus territorios en Flandes. Los cambios más importantes se sucedieron en Italia, donde Enrique II tuvo que devolver todas sus posesiones —en Saboya y el Piamonte— a los aliados de Felipe II.

Además, con el tratado, tuvo lugar el arreglo matrimonial mediante el cual Felipe II se casó con Isabel de Valois, hija de Enrique II. El tratado no solo puso fin a los enfrentamientos en este lugar, sino que llevó a Enrique II a perder posesiones, e incluso la vida, tras su muerte durante la celebración de un torneo para festejar la futura boda una lanza que se le clavó en el ojo.

Lamoral Egmont, de héroe a villano

Como premio, Lamoral Egmont recibió por parte de Felipe II el cargo de estatúder de Flandes y Artois en 1559, lo que le situó como uno de los más poderosos nobles de un país al borde de estallar en protestas religiosas. Pero la primera reacción del monarca fue la de reprender al flamenco en sus cartas, pues había entablado combate sin su consentimiento ni el del mando superior, el Duque de Saboya.

Una estrategia temeraria, acorde con su inclinación hacia los riesgos, que podía haberle hecho perder la batalla, lo que hubiera supuesta la gran probabilidad de perder Flandes y hubiera dejado al imperio gravemente herido.

No obstante, Egmont pidió a Felipe II que rebajara la persecución religiosa, junto a Felipe de Montmorency, Conde de Hornes. Desde el principio ambos nobles se alinearon (aunque no alcanzaron la virulencia de Guillermo de Orange, considerado un rebelde que se opuso a la política del monarca).

En 1560, Egmont y Orange renunciaron a sus cargos en el Ejército Imperial y exigieron la salida del país de los soldados de nacionalidad española. Egmont, cinco años más tarde, viajó hasta Madrid y se reunió con Felipe II, que fingió escuchar su petición por un cambio en la política religiosa en los Países Bajos. Durante meses, se limitaron a entretenerle durante meses con falsas promesas, y así, Egmont regresó a Flandes haciendo creer su éxito en las negociaciones.

Pero en 1567, el Duque de Alba se desplazó a los Países Bajos con instrucciones muy claras, entre ellas, la orden de ejecutar a los tres líderes más visibles de la rebelión. Guillermo de Orange huyó, pero Egmont y el Conde de Hornes se quedaron e incluso recibieron al general.

El 9 de septiembre de aquel año, invitó a Egmont y Hornes a un banquete en nombre del hijo de Alba, el Prior Hernando, que terminó con el capitán español Sancho Dávila deteniendo a los líderes rebeldes. Fue ejecutado posteriormente por orden de Felipe II.