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El torno como indicador de prestigio

El progresivo uso de esta práctica herramienta durante los procesos de fabricación se remonta a la época romana
y propició una mayor especialización de los objetos
El torno como indicador de prestigio
Torno germano en un grabado del tratado de alquimia «Fuga de Atalanta», de 1617
Marisa Bueno

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La cerámica a torno y la cerámica a mano son dos técnicas muy diferentes con distintos resultados. Las primeras piezas de este material de la humanidad fueron elaboradas en la época neolítica, cuando su producción implicaba el conocimiento de técnicas artesanales y la creatividad social. Uno de los métodos más comunes era el modelado de la arcilla a mano, sistema para el que existían diferentes técnicas. Una de las más comunes era la del vaciado. Para ello, se fabricaba una bola de arcilla con el grado de humedad suficiente que permitiese trabajar una oquedad manualmente, terminando el alisado de las paredes posteriormente con espátulas y diversas herramientas. Otra de las técnicas de construcción consistía en la elaboración de tiras redondeadas que se superponían unas sobre otras, creándose así el objeto deseado. Después se alisaba la pieza, generalmente con una espátula o se bruñía, y se podía decorar posteriormente con buriles o peines. Siempre se piensa que el origen del trabajo de la arcilla estaba relacionado con la cocción de alimentos o con el almacenamiento de los excedentes, pero diversos estudios han demostrado que el origen del trabajo cerámico está relacionado con cuestiones simbólicas y culturales más que alimentarias. 

Los inventores, en Japón

En el Paleolítico Superior ya se realizaban estatuillas de arcilla cocida y un ejemplo conocido de ello es la Venus de Dolni Vestonice, que podría datar de hace nada menos que 28.000 años, pero no se tienen registros. La realización más antigua de recipientes de cerámica se ha documentado en el archipiélago japonés, con una antigüedad de 12.500 años, por lo que se puede considerar a esta cultura como la pionera de esta tecnología. En Oriente Próximo, las cerámicas más antiguas que se conocen se presentan como vasos cilíndricos con decoración incisa, es decir, con el barro aún tierno. Desde hace unos 8.000 años, la cerámica aparece en zonas del Mediterráneo. En la Península Ibérica, por ejemplo, su producción no se generaliza hasta el año 7.000 a.C. En el neolítico peninsular, el hábitat más extendido se encuentra en localizaciones como la Cueva de Nerja (Málaga), donde se ha identificado un importante conjunto cerámico, aunque también se encuentran en poblados al aire libre como La Draga (Bañolas) entre otros. Al mismo tiempo, el modelado a mano empezó a utilizarse en Mesopotamia y comenzó a extenderse por el litoral Mediterráneo occidental entre el VI y IV milenio antes de Cristo. Estos tornos manuales eran instrumentos muy simples: se trataba del uso de un disco o rueda, normalmente de madera tallada o piedra, colocado sobre un eje vertical, que servía de soporte al barro amasado centrado sobre la rueda, que era accionada por la tracción humana. El objetivo, en suma, era dirigir con las manos la energía que el barro recibía gracias al giro de la rueda. El torno fue introducido en la Península Ibérica por los fenicios, que, hacia el siglo IX a.C., se instalaron en las costas del Levante peninsular. La fabricación de cerámicas a torno por parte de las poblaciones peninsulares fue adquiriendo relevancia y difusión de forma paulatina. Sin embargo, pese a la entrada de esta técnica, no llegó a desaparecer totalmente la cerámica fabricada exclusivamente a mano. Por otra parte, aún está en discusión qué tipo de torno se utilizó en época protohistórica. Es decir, si llegó a desarrollarse en la Península Ibérica el uso del «torno rápido» o si este hecho no se dio hasta bien avanzada la época de dominación romana. La fabricación a torno de las cerámicas tuvo una enorme repercusión cultural dentro de las comunidades protohistóricas de la Península Ibérica. Por un lado, se permitió la fabricación en serie haciéndose la adquisición de objetos más asequible, existiendo una mayor uniformidad en los objetos. Así mismo, al mejorar su aspecto, la cerámica se convirtió en un bien que podía ser objeto de intercambio, de lujo y de diferenciación social, por lo que aumentó su presencia en los enterramientos convirtiéndose en una señal de prestigio de sus propietarios.

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