Adolfos imponentes en tarde de aproximaciones
Escribano, vuelta, Ferrera y Garrido fallan a espadas faenas intermitentes y bajo la lluvia en la Feria de San Isidro
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Después de los dos pasos en falso de las balas toristas, quedaba el cartucho de la corrida de Adolfo Martín para defender el universo de las duras. ¡Ojo que no han salido mejor parados al otro lado del río en esta feria tan pobre y escasa! ¡De todo! Menos de público. Manuel Escribano hacía el paseo en Madrid después de protagonizar una gesta de otra dimensión y que ha quedado en la retina colectiva en Sevilla. Por el hecho, en sí, entrar en la enfermería, operarse y volver a salir para torear el sexto y cortarle dos emocionantes orejas, pero aquella tarde además estuvo marcada por los detalles. La magia de los momentos: el susurro de la música mientras Manuel esperaba, de nuevo al toro a portagayola. Esas cosas de las que este San Isidro estamos desnutridos, huérfanos, huecos y maltratados. Al recordarlo da la sensación como cuando vuelves al trabajo de las vacaciones y tienes la certeza de que otra vida es posible. Pues igual, otra tauromaquia es posible a esto que estamos viendo en Madrid con una lluvia insoportable de avisos que coronan faenas infumables. Si las figuras hacen eso, ¿qué no harán los que vienen detrás? Mal espejo. Mediocre. La tarde no comenzó bien, pero abrevió Antonio Ferrera con el primero, impresionante de presencia, pero tan flojo como orientado. No había nada que hacer y al menos no nos hizo perder el tiempo. Preciado tesoro.
Manuel Escribano nos volvió a poner el corazón en un puño con la parsimonia de un monje. Esa lentitud que tuvo para irse a portagayola, como siempre, pero no deja de impresionar. El toro se paró nada más salir, a la espera de los acontecimientos y la larga fue por los pelos, atropellada. El toro llegó sosísimo a la muleta y por mucho que Escribano quisiera por uno y otro pitón la emoción estaba en busca y captura. La maldición de la tarde y la feria siguió en el tercero y el soso Adolfo no nos trajo ni una sola alegría. Voluntario Garrido con otro bajonazo, que se están convirtiendo en norma.
Después de transitar temperaturas asfixiantes, nos vino la lluvia de pronto y de qué manera. El toro, que era ya el cuarto, el de Ferrera, quiso empujar en la muleta, pero no le sostenían las fuerzas. La faena de Ferrera estuvo a punto de despegar con olés de esos de Madrid en tardes de Lluvia. La magia. Y hubo pasajes buenos, relajado y auténtico, que se saltearon con otros sin plenitud y el toro por los suelos. Y entre una cosa y la otra, la faena se alargó, aviso antes de entrar a matar, mojándonos, sin sentido y entonces no hubo espada y al final se quedó en nada.
A la puerta de toriles volvió a irse Escribano en el quinto, a pesar de que lo que le esperaba detrás era de órdago. ¡Qué pitones tenía ese toro! Tremendo. Se hizo el tonto en la muleta después, con poca transmisión, pero sin perdonar y de hecho, en un natural en el que el sevillano anduvo relajado se le metió por dentro y lo cogió con mucho peligro. Lo salvó que los pitones lo tenía de vuelta para el cielo. Siguió sin mirarse, sin pensar y sin cuestionarse. Como es él. Se fue detrás de la espada y vino la vuelta al ruedo tras petición. Había ganado el corazón, las ganas y la honestidad, a pesar de que la faena no tuvo la entidad de trofeo de Madrid. Era otra cosa. El que cerró plaza dejó mejor sabor de boca. El toro tenía opciones y Garrido lo supo, pero el acople llegó de a pocos. La mejor tanda al final. El bajonazo destruyó todo. No merecía. Ni nosotros que seguimos conformándonos con las aproximaciones. Nada más.