Un intelectual irrepetible
Primera clase de semiótica con Umberto Eco en el D.A.M.S de Bolonia, curso 1976-77. Eco, recién llegado de los Estados Unidos, escribe en la pizarra: «Luis saca a pasear a su perro dos veces a la semana. También Carlos». Tras escribir este enunciado volvió al encerado y con tiza escribió: «Luis hace el amor con su mujer dos veces a la semana. También Carlos». El alumnado soltó una carcajada y Eco comenzó a preguntar por qué se reían en el segundo ejemplo y no en el primero. Porque en el primero no había ninguna ambigüedad semántica y la había en el segundo. A continuación impartió una bellísima clase donde se alternaba la lógica, la lingüística, la filosofia analítica, el principio de cooperación textual, y ya dejaba entrever su propuesta semiótica de incorporar el concepto de enciclopedia, biblioteca de todas las bibliotecas, que permitía entender cómo el segundo enunciado hacía reír porque desde la antigüedad el adulterio es motivo de risa.
Límites del lenguaje
Si el diccionario define la palabra «ballena» como mamífero, cetáceo, etcétera, la enciclopedia nos permite leer la misma palabra teniendo en cuenta a Moby Dick, por ejemplo. Era imposible asistir a sus clases y no quedar atrapado por su inteligencia y por la inteligencia de la asignatura que enseñaba. Si un sargento de Scotland Yard, tras detener a Jack el Destripador, le pregunta por qué hizo lo que hizo y Jack le responde que lo hizo tras la lectura de la Biblia, el sargento refutaría tamaña interpretación. Es más, sabe que la lectura de la Biblia consiente erróneas lecturas literales, pero en ningún caso contempla la posibilidad que esgrime Jack el Destripador.
Con gran acierto, Eco propone la distinción aparentemente banal entre el uso que se puede hacer de un texto y su interpretación y que ésta siempre tiene límites. «Los limites de la interpretación» es el título de uno de sus importantes libros. Si la semántica formal nos dice que un soltero es un adulto no casado, sabemos que llamar a Tarzán soltero es una metáfora. Estos ejemplos entresacados de sus textos y de sus clases muestran la postura semiótica de este gran pensador recientemente fallecido. Sabemos que, si delante de un semáforo en verde digo al conductor «pasa que el semáforo esta en azul», sabemos con certeza que el conductor pasa, bien pensando que soy daltónico, que estoy distraído... Pero si digo «pasa, que el siete es un número primo», el conductor en ningún caso pasa. Estos problemas aparentemente banales y, sin embargo, preñados de una lógica semiótica implacable, han merecido toda la atención de Umberto Eco. Un maestro de la pesquisa, de la inferencia, de la interpretación. Dedicó mucho tiempo al tema de la traducción, amén de haber sido un excelente traductor por ejemplo en «Ejercicios de estilo» de Raymond Queneau, y haber escrito un libro significativamente intitulado «Decir casi lo mismo» (Lumen) para señalar el significado de toda traducción.
Nos hizo pasear por los bosques narrativos con una elegancia y una pericia que dejan en una lamentable posición a todos aquellos que, banalizando al máximo el prolijo mundo de la narración, hablan sin pudor de «storytelling» y explican en necias intervenciones mediáticas y tertulias cómo a un actor político o partido «le falta relato». Otro gallo cantaría si asesores, consultores, tertulianos, politólogos y periodistas leyeran algunos de su textos. No en vano, no es fácil separar al Eco semiólogo, analista profundo de cualquier tipo de texto, del maestro de todos los estudios de los medios de comunicación de masas, del intelectual con un altísimo sentido ético y que jamás renunció al compromiso político.
Los medios
Fue capaz de advertir el paso de la televisión a lo que él llamaba la «neo televisión» en tanto que la verdad y el efecto de verdad no concernía a lo que allí se dijera cuanto que allí se estaba diciendo de verdad o sea en directo, como supo leer con gran perspicacia el papel de los periódicos con una televisión en el que aparecía todo. Fue acaso el mayor conocedor de los mecanismos de manipulación. En los años 60, junto con el también gran semiólogo Paolo Fabbri, acuñó el concepto de guerrilla semiológica para señalar cómo el destinatario descodifica el mensaje de modo diferente de como el emisor quisiera que fuera decodificado y últimamente intervino provocando polémica sobre el uso de internet por lo que el llamó una legión de imbéciles. Pías almas se escandalizaron y, simplemente, trató de señalar que mientras la televisión era, dicho con ironía, para los pobres que podían conocer y alfabetizarse con ella, internet en cambio era para los ricos que podrían hacer un buen uso por conocimientos previos y capacidad de discernimiento.
Fue un irrepetible gran intelectual de una extraordinaria lucidez que tanto nos enseñó, que tanto me enseñó, al que tanto debo. Y al que tanto debemos. Ojalá más que recordarle con luto se le lea con alegría y pasión. A mí me enseñó que la mejor pasión es la pasión teórica (aunque por estos pagos tal enunciado parezca un despropósito y fuera de moda).