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El robo de mierda del váter de oro

La conexión de esta obra, que cuesta un millón de euros, a un sistema de agua permite su uso por parte de los visitantes. Foto: Palacio de Blenheim
La conexión de esta obra, que cuesta un millón de euros, a un sistema de agua permite su uso por parte de los visitantes. Foto: Palacio de Blenheimlarazon

Cuando, en 1917, Marcel Duchamp ideó su «urinaro», el más célebre de sus readymades, la historia del arte moderno confluyó inevitablemente con la de los sanitarios. Todo lo acontecido desde entonces no ha hecho nada más que confirmar esta «alianza inquebrantable» que llega justamente hasta nuestros días. De hecho, ayer, en el Palacio de Blenheim (situado en la campiña inglesa, y lugar de nacimiento de Churchill), un individuo robó el váter de oro de 18 kilates realizado por el artista italiano Maurizio Cattelan. La pieza, titulada «América», forma parte de la exposición que esa institución ha consagrado a la obra del exitoso y polémico artista. A diferencia de otros célebres retretes del arte de las últimas décadas, éste posee la particularidad de que su exposición implica su empleo. Su conexión a un sistema de agua permite su uso por parte de los espectadores. En turnos de no más de tres minutos –para evitar las largas colas–, el público podía hacer uso de él para desahogarse. Nadie habría podido imaginar que tanto por su elevado peso como por su conexión a la toma de agua del palaci- esta singular pieza correría el riesgo de ser robada. Pero así ha sido. El individuo encargado de perpetrar este robo fue detenido a las pocas horas por la policía de Thames Valley. ¿Quién puede querer robar un váter de oro? ¿Cuáles son las razones que se pueden hallar en este «golpe» tan poco sutil? La «América» de Maurizio Cattelan no es precisamente la del desecho o la escoria, sino la de la opulencia proporcionada por la consecución del «american dream». Su váter de oro está valorado en un millón de euros. Y es muy probable que, como consecuencia del robo, su cotización se incremente exponencialmente. Lo mejor que le puede pasar a una obra de arte es un robo mediático. Ahí está el insuperable ejemplo de la «Mona Lisa» de Leonardo, cuyo mito comenzó en 1911 con su sustracción del Museo del Louvre. Pero, además, el retrete de oro de Cattelan cuenta en su «currículo» con otro episodio de resonancias planetarias: se trata de la pieza ofrecida a Trump por el Guggenheim de Nueva York, cuando éste solicitó a la institución obras para modernizar la decoración de la Casa Blanca. El todopoderoso presidente de EE.UU. Consideró este ofrecimiento como una ofensa y lo rechazó. ¿Buscaba el ladrón de «América» apropiarse de un objeto del que Trump renegó para mostrar su disconformidad con él, o, por el contrario, nos encontramos ante un seguidor del estrafalario mandatario y lo que perseguía era vengarlo? ¿Se trata de un coleccionista especializado en lo abyecto? ¿Alguien que simplemente quería fundir el oro de la pieza? ¿Un buscador de grandes experiencias , como la de defecar en un váter de oro? Quién sabe. Todo lo que sucede en el extraño mundo del arte contemporáneo solo puede ser eso: extraño.