Sri Lanka, el venerable lugar
Considerada por Marco Polo como «la isla más bella del mundo», el nombre de la antigua Ceilán significa, literalmente, «descubrir casualmente algo muy bello». No es coincidencia, ya que este destino de apelativo sonoro y exótico nos hace soñar con playas solitarias, frondosas montañas y budas de oro.
Cuenta la leyenda que unos navegantes árabes -entre los que bien pudo haber estado Simbad- arribaron, sin haberlo previsto, a las costas de una pequeña isla situada al sur de la India. Ninguno de ellos podía imaginar las enormes riquezas que allí les aguardaban. Tal fue su asombro que decidieron llamarla Serendib, que significa, literalmente, «descubrir casualmente algo muy bello». Desde entonces, esa isla ha sido deseada y conquistada una y otra vez, y bautizada con infinidad de nombres como Lanka, Lankadweepa, Simondou, Taprobane y algún otro, mucho más poético, como el que la definió como Lágrima de la India.
Entre los siglos XVI y XVIII, bajo el dominio de las grandes potencias coloniales (concretamente portugueses, ingleses y holandeses), la isla se convirtió en parada estratégica en la Ruta de las Especias. Desde la mítica Ceilán zarpaban los barcos, rumbo a Europa, con las bodegas repletas de los mayores tesoros comerciales de la época: té, canela, cardamomo, clavo, nuez moscada, pimienta, maderas nobles y piedras preciosas.
Con un alarde de paciencia, cualidad que caracteriza a los oriundos de la isla, el país supo esperar hasta 1972 para recuperar su nombre primigenio: Sri Lanka, el venerable lugar. Y fue precisamente ese destino el que fue considerado por Marco Polo como «la isla más bella del mundo», un título que no desmerece, pero que, evidentemente, sólo incluye a los archipiélagos que él llegó a conocer.
Civilización milenaria
Sri Lanka tiene todo para ser considerada como un auténtico paraíso. Su nombre, sonoro y exótico, nos hace soñar con fabulosas playas solitarias, frondosas montañas y vestigios de una civilización milenaria. Una vez allí, damos fe de que cumple con creces las más altas expectativas que podíamos tener en mente. La isla es una tierra apacible como pocas, serena y espiritual, mientras que su gente se convierte en el mejor recuerdo que traemos de vuelta a casa, siempre dispuestos a regalar una sonrisa sincera y entablar conversación. Resulta admirable comprobar cómo han sabido curar las heridas de una cruenta guerra civil y superar los estragos del tsunami que asoló parte de sus costas en diciembre de 2004.
La puerta de entrada natural al país es el aeropuerto internacional de Colombo, su capital. No es el enclave más sugerente, pero desde luego merece la pena dedicarle al menos un día. Entre sus atractivos destaca el pintoresco barrio de Pettah, con multitud de puestos callejeros donde se pueden realizar las primeras compras o probar alguna delicia gastronómica típica de la isla. El Monumento a la Independencia es otro punto clave en la ciudad de Colombo, pues reproduce la sala de audiencias de un palacio real y fue construido en memoria de la emancipación, en 1948, del imperio británico.
Kandy es la segunda población más grande de Sri Lanka y fue la sede de los reyes cingaleses antes de ceder el poder a los británicos. Está situada entre varias colinas, lagos y bosques que suavizan su clima. La ciudad se ha convertido en un importante centro de peregrinación gracias al Dalada Maligawa, el templo donde se guarda celosamente la reliquia más sagrada del país: un diente de Siddhartha Gautama, el primer Buda.
La Roca del León
Lejos de las urbes más ruidosas y ajetreadas, una enorme roca volcánica de 195 metros de altura emerge entre la espesura del parque nacional de Minneriya Giritale, al noreste de la isla. Es la denominada Roca del León, en cuya cima el rey Kasyapa construyó una fortaleza inexpugnable para alejarse de la ira de su hermano, a quien había usurpado el trono después de matar a su padre. La ascensión se comenzaba por las fauces de un gigantesco león tallado en la roca, aprovechando el perfil del peñasco, del que sólo se conservan las garras. A medio camino de la cima nos damos de bruces con unos maravillosos frescos que incluyen enigmáticas doncellas exhibiendo sus pechos: son las únicas pinturas antiguas de Sri Lanka que no representan motivos religiosos.
No demasiado lejos de Sigiriya hay otra visita que resulta espectacular y sobrecogedora. Se trata del templo sagrado de la Roca de Dambulla, cuyo origen se remonta a más de dos mil años. Formado por varias cuevas-templos con incontables frescos y un conjunto de más de 150 estatuas de Buda en su interior, pasear por aquí es una experiencia apasionante, aunque, sin duda, la más llamativa es una en posición reclinada de 15 metros de longitud. Pero eso se queda en nada cuando nos plantamos frente al gran buda de oro de 30 metros de altura. Al igual que Sigiriya, Dambulla fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El último sabor de boca de Sri Lanka no puede ser otro que su famoso té de Ceilán.
Ficha
>> Cómo llegar. La compañía Sri Lankan Airlines ofrece vuelos diarios con salida desde España a Colombo. Más información y reservas en el 902 105 113.
>> Gastronomía. Curiosamente fue el café el cultivo por excelencia en la isla hasta que una devastadora plaga diezmó las plantaciones. A mediados del siglo XIX, James Taylor introdujo el té como cultivo pensando que la alta humedad, las bajas temperaturas, los vientos y las lluvias serían aliados perfectos para conseguir un producto de alta calidad. Ése fue el principio que ha convertido a Sri Lanka en uno de los principales productores de té del mundo.
>> Más información. En la web www.srilanka.travel