Filosofía
Victoria Camps: «Hoy los partidos políticos solo se defienden a sí mismos, no el interés común»
La pensadora, que publica «La sociedad de la desconfianza» y participa en el Festival de las Ideas, sostiene que hemos «perdido la confianza en las instituciones» y que esta desconfianza proviene de «una concepción egoísta de la libertad»
Victoria Campses una pensadora práctica, que proviene del pensamiento y del ejercicio de la política. Ha conjugado la reflexión personal con la esfera pública. Catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona y también senadora independiente, es una de las principales figuras de la filosofía actual. Autora de monografías como «Virtudes públicas» (Premio Espasa de Ensayo en 1990), «El siglo de las mujeres» (1998), «Breve historia de la ética» (2013) o «El gobierno de las emociones» (2012), Victoria Camps participa ahora en el Festival de las Ideas, con una conversación titulada «Cómo habitar los laberintos de la ética», coincidiendo con la llegada a las librerías de su último ensayo: «La sociedad de la desconfianza» (Arpa), una obra de evidente actualidad que apela a la inteligencia de todos los ciudadanos y recapacita sobre la degradación política y social a la que asistimos en estos últimos años.
¿Qué pasa cuando dejamos de creer en lo común? Parece que es la principal pregunta de su último libro.
Hemos dejado de creer en lo común. Lo común nos mueve a actuar cuando existe unidad, una cooperación con el entorno, un reconocimiento de unas cuestiones que resultan fundamentales, que son retos y necesidades nuevas que tenemos que solucionar, y que deberían ponernos a todos de acuerdo. Esto debería partir de una mínima confianza de expectativas sobre la resolución de problemas comunes, pero hoy ni las instituciones ni el entorno en el que vivimos nos ofrecen estas expectativas de futuro ni nos confirman que aquello que debería resolverse, debería solucionarse de manera adecuada y bien. Hemos perdido la confianza en el otro, en el ciudadano, pero también en los medios, las instituciones, la inteligencia; nada de lo que nos rodea nos tiene una base sólida en la que podamos apoyarnos. Ahí tenemos la desconfianza.
¿Por qué ha sucedido?
Hemos dado un valor a la libertad, pero desde un ángulo muy reduccionista. La libertad es solo la libertad que me permite hacer lo que yo quiero hacer, lo que me interesa, lo que me beneficia a mí, sin pensar ni plantearnos en ningún momento una pregunta básica: ¿Qué debo hacer? Esta cuestión no me incluye a mí sola, incluye también a los demás, a lo que ocurre en el mundo, a todo aquello que no funciona. Esta es la base de la desconfianza: una concepción egoísta de la libertad.
«Hay políticos que ya no son ejemplares. Hoy la democracia necesita personas respetuosas»
Libertad y egoísmo... Maridan mal.
Esta libertad es egoísmo, pero no olvidemos que el egoísmo es un tipo de libertad, porque la libertad es la posibilidad de escoger, y de escoger bien o de escoger mal. Una libertad desde una perspectiva ética y con autonomía moral debería ser inseparable de la pregunta: ¿Qué debo hacer? ¿Eso que deseo hacer, lo debo hacer, aunque me apetezca y me beneficie? Al asomar esta cuestión, aparece un entorno más rico, que no solo es el de mi único interés.
Individualismo.
Pero ese individualismo también puede ser partidismo. No lo descuide. Es un individualismo que se traduce también en partidismo, corporativismo... Hoy los partidos políticos se defienden a sí mismos, no el interés común. En un ambiente de polarización como el actual, los debates no existen, las cuestiones no se discuten. Uno solo se confronta con el otro porque es el otro, porque está en la oposición, es la antítesis, es mi rival, y eso es lo que nos lleva a una bronca constante.
Se olvida lo que está bien y lo que está mal...
Sí, porque lo que yo quiero no tiene por qué ser lo mejor. Lo que hay que recuperar es la realidad social del ser humano, que vive en sociedad, tener presente que lo que uno hace influye en la sociedad. Hay que plantearse qué es lo mejor, no qué es lo mejor para mí, sino en un sentido más amplio, más cívico, y pensar para la ciudad y para el conjunto de la sociedad.
«Hemos perdido la confianza en las instituciones, en los medios y en los otros ciudadanos»
Existe una clara falta de empatía por la desgracia ajena.
La falta de empatía es la otra cara del egoísmo. Es el no sentir con el otro, no sentir el sufrimiento de los demás. Eso, para Hume, era el origen del sentido moral, que es una simpatía natural que existe en el ser humano y que hay que reconducir. Todos tenemos empatía hacia las personas cercanas, eso existe; lo que sucede es que se obvia a todos los que no están cerca, bien porque no los vemos o porque los queremos ignorar, pero lo que les sucede no nos afecta. ¿Qué nos debe afectar como ser humano? Es otra de las grandes preguntas éticas que hoy en día se plantea muy poco. Es una empatía. Como en el caso de la libertad, limitada lo próximo.
¿Cómo educar al ciudadano en esto?
Se le educa con el ejemplo, en el entorno en el que vive; no nos educa solo una asignatura que se llama «Ética», que está bien, pero que no es suficiente; se educa en la familia, en la escuela, que es una comunidad para socialización de la persona; se educa en general. La educación, de hecho, debería estar también en las redes sociales porque son muy influyentes, sobre todo para plantearnos preguntas importantes.
La corrupción política no es ejemplar.
Hay políticos que han dejado de ser ejemplares. No son todos los políticos. La generalización no ayuda a discernir. La corrupción está prohibida. Utilizar el dinero público en beneficio propio es un delito, pero se continúa haciendo. ¿Por qué? Porque es una manera de intentar beneficiarme yo sin pensar en ningún momento en los demás, que es justamente a lo que se dedica un político. La falta de respeto es evidente. El respeto es uno de los valores morales más importantes, más incluso que la tolerancia. El respeto va más allá de la democracia. La democracia ahora necesita personas respetuosas. Hoy en día, el respeto al prójimo es un valor ignorado en el discurso público. Y es muy grave. Lo escuchamos constantemente. En la vida privada nos respetamos más.
«En esta sociedad polarizada no existe el debate. Uno se enfrenta al otro porque es el otro»
No hay respeto y sí muchas mentiras en el discurso político que se pronuncia hoy.
Aquí hablaría de una desmoralización. No hay que fiarse de nada ni de nadie ni de ninguna información y no querer hacer ningún esfuerzo tampoco para contrastar informaciones. Tenemos una sobredosis de información, pero eso presupone que existen en la sociedad individuos que son cultos, que son capaces de discernir las cosas y de distinguir la buena y la mala información, y eso requiere un esfuerzo que no estamos dispuestos a hacer.
Ese desencanto lo recogen los partidos radicales.
Ese desencanto se extiende de una manera insospechada. Nadie escapa y nos está llevando a ese punto. La extrema derecha toma posiciones y la izquierda no acaba de encontrar las suyas, de contraponer unas propuestas ilusionantes que convenzan, porque problemas, la gente, tiene bastantes.
¿Por qué no hay proyectos ilusionantes?
De las democracias asentadas se ha dicho que son aburridas. Confiábamos en que en las democracias todo iba a ir bien, pero la realidad ha cambiado. Hemos vivido bastantes crisis. En los partidos que han sido progresistas y que han aportado novedades a la sociedad hay una incapacidad para adaptarse a la nueva realidad y responder a los retos nuevos, como los movimientos migratorios, la vivienda, la desigualdad que crece. No hay más pobres, pero cada vez hay más gente que no llega a fin de mes, mientras los ricos se enriquecen más. No hay una reacción. Y el individuo sin futuro se agarra a lo que sea. Por eso los populismos prosperan: dan soluciones y encuentran culpables.
Ha hablado de los ricos.
Hay unas sinergias por la especulación financiera, de una economía muy neoliberal, que llevan a que la riqueza esté mal distribuida y redistribuir la riqueza es una labor fundamental, sobre todo, de un gobierno de izquierdas. Hubo una época gloriosa con la creación del Estado del bienestar, que era realmente una conciencia mundial, que coincidía en que había que proteger a las personas, cubrir las necesidades básicas. Pero ahora no existen las respuestas que se fueron capaces de dar entonces. No hay una respuesta decidida que unifique a los distintos poderes para cambiar y conseguir una redistribución de lo más básico.
Y coincide todo esto con un desprestigio del conocimiento, tanto de las ciencias como de las letras.
Hay que procurar que el conocimiento se valore. Hay una pregunta que formulan los niños: ¿Esto para qué sirve? Esta interrogante no debería rechazarse de entrada. Hay que explicar entonces que el conocimiento no tiene una utilidad pragmática inmediata; tiene una utilidad para el individuo porque enriquece, no se mide. «¿Qué rendimiento voy a sacar del saber?». Esta idea hay que corregirla y no se corrige.
¿Alguna inquietud particular?
Lo que me preocupa es este enorme cúmulo de problemas para los que no hay una solución. Las contestaciones están polarizadas, y eso quizá nos arrastre a una indiferencia hacia todo lo que debería preocuparnos. Una sociedad indiferente hacia problemas colectivos es lo que hay que evitar. Para eso hay que cambiar muchas actitudes.