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Viñetas entre el barrio y la confesión

El autor retrata su atípica vida en esta novela gráfica. Jorge Riera reúne a un puñado de dibujantes de primera fila en «Putokrío», una obra inclasificable
larazon

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Un descampado. Algún momento de los años 80. Un chaval algo introvertido colecciona orugas procesionarias en un cubo y despierta a la sexualidad a través de la masturbación. Aquel episodio, también le hizo cambiar de amigos, pasándose a los «malotes» del barrio. Antes y después, todo ha venido, da la sensación, unido: una infancia complicada, con un padre obsesionado por el culturismo y una madre enferma de cáncer; una adolescencia compleja entre colegas problemáticos y una madurez inexistente –es y será, para sus conocidos, el «crío»– como guionista siempre con un pie en el éxito y otro en el batacazo en los círculos del audiovisual madrileño. Ahora borren de sus mentes todo lo que acaban de leer y siéntense a disfrutar de «Putokrío» (Edicions de Ponent). Porque es muy divertido y creativo, lo primero. «La comedia, bien sea en cómic, cine o literatura, permite abordar temas espinosos sin resultar cargante ni pretenciosa», defiende el autor. Pero también porque es muy difícil hacerse a la idea de quién y cómo es Jorge Riera (Valencia, 1976), un personaje tan inclasificable como su cómic autobiográfico que no es una autobiografía, sino una sucesión de capítulos que son recuerdos hiperbólicos, una flagelación en toda regla y una confesión sin máscaras. Una obra valiente, en la línea, como bien apunta en la introducción Óscar Aibar, de los retratos que han hecho de sí mismos Robert Crumb, Harvey Pekar o nuestro golfo más celebrado de la viñeta, Vázquez. «Sé los tebeos que he leído y las series que he visto en mi juventud: Peter Bagge, Bukowski, Carlos Giménez, los dibujos animados de MTV y Cartoon Network... Pero no tengo muy claro que sean influencias palpables. Lo que sí tengo claro es que lo que yo hago, tanto en mis cómics como en mis cortos de animación, está cercano a lo que hacen cómicos como Ricky Gervais, Larry David o Louis C. K. Gente que se interpreta a sí misma para que el espectador se ría de sus miserias en un tono que va íntimamente ligado al autor», explica a LA RAZÓN Riera. Y deja claro sobre el eterno debate léxico entre novela gráfica y cómic: «Yo me dedico a escribir historias, y mi obligación es que sean divertidas, originales y honestas. Las etiquetas ya se las pondrán otros». Por las páginas de «Putokrío» desfila el pasadodel chaval: espinoso, urticante y aun así fascinante. Hay muchas cosas que otros no se habrían atrevido a contar. No vivió en el lado correcto siempre: se juntó, en su adolescencia en Madrid, con los que sacudían con un vergajo de toro a un gitano porque sí, con los que más tarde, hipnotizados por la épica callejera del cine «quinqui» de los 80, pegarían palos en «carros» robados y acabarían mal.
Alcohol, Facebook y otras adicciones
Riera, o el Crío, tanto monta, se convierte en antihéroe moderno, víctima y verdugo de sí mismo. «El cómic surge de la necesidad de contar mis historias. He trabajado muchos años en televisión y allí tienes que adaptarte a unos personajes y a un tono que ya te vienen dados. Eres un engranaje más de la maquinaria, lo que puede llegar a resultar muy cómodo, pero también frustrante», cuenta sobre su motivación primera el autor, hoy volcado en proyectos como las animaciones que hace para Alaska y Coronas, e instalado por un tiempo en Zaragoza. Y añade: «Respecto al retrato de Putokrío, era necesario dibujarlo con todos sus defectos. La vida pertenece al género de la comedia, y la comedia se caracteriza por mostrar a los personajes con todos sus vicios y defectos». Aunque matiza: «No todo es verídico, en el cómic hay bastantes elementos metafóricos o fantásticos. Pero la base es totalmente real, aunque muchas veces haya tenido que "dramatizar"para darle una forma más sólida a las historias».
«Putokrío» está impregnado de vapores de alcohol y otras sustancias. Bebió más de la cuenta, narra el guionista; y supo que por esa debilidad su abuelo había maltratado a su abuela. Pero prefiere quitarle hierro: «Todos cometemos excesos, todos estamos enganchados a algo: a la comida, a la bebida, al facebook... incluso se llega a cometer excesos con la disciplina y el autocontrol. No creo que haya que darle tanta importancia: hemos venido a la vida a vivir. Dicho esto, te aseguro que los excesos nunca han sido un problema para mí, el problema lo ha sido para los que pensaban que era un problema para mí».

Los mejores lápices y el conflicto

La obra escrita por Riera tiene un atractivo adicional y notable: la lista de los dibujantes que han realizado cada uno de sus capítulos es un quién es quién del cómic español, con estilos muy diversos, de Javier Peinado a Natacha Bustos o Carla Berrocal, dibujantes «consagrados» como Sequeiros, Miguel Ángel Martín, Enric Rebollo, Mauro Entrialgo, o gente más joven que está pegando fuerte... «Soy consciente de que me he rodeado de personas que componen un mosaico tirando a esquizoide, pero también lo soy yo y cada una de las historias del volumen. El único punto en común entre ellos es su incontestable talento. Si hay algo de lo que puedo estar orgulloso es de la categoría de los dibujantes que he reunido», subraya. Y añade, con la misma sinceridad aplastante del cómic: «Con mis amigos suelo tener una relación de amor-odio cuya naturaleza ya de por sí es carne de drama. Siempre hay conflicto en mis relaciones personales. Supongo que ellos también supieron ver esto y por eso decidieron participar en el experimento. Aunque he de confesarte que después de esa historieta varios de ellos han dejado de hablarme. O he dejado de hablarles yo, que para el caso viene a ser lo mismo».
«Putokrío»
Jorge Riera y VVAA.
Edicions de Ponent
192 págs.
22 euros