Cine
El vuelo más humano de Superman: demasiado "woke" para Trump y demasiado patriota para Occidente
El actor David Corenswet es el encargado de ponerse la capa en la última versión del icónico superhéroe dirigida por James Gunn, marcando así el reinicio del universo cinematográfico de DC
En el interior de esa imaginería traviesa y pretendidamente polémica fruto de su pertenencia a la cultura de masas y no apta para los códigos de fidelidad ciega de los amantes de Clark Kent, siempre residió la idea –sustentada en algo tan libre y arbitrario como el gusto propio– de que Batman era mejor que Superman en términos de popularidad. Y aunque analizando esta preferencia pronunciada con discreción por el Caballero Oscuro, una puede llegar a entender que el carácter vengativo y envalentonado de esta suerte de canallita rico, inexcusable heredero, potencial votante de Ciudadanos si el extinto partido de Rivera siguiera en activo, comprometidamente atormentado por un pasado trágico que por las noches patrulla la ignominiosa ciudad de Gotham con su ceñido traje de murciélago augurando peligro, riesgo y aventura desequilibre la balanza en detrimento de la bonhomía natural, aburrida y mansa del kryptoniano de Kansas, en realidad los valores depositados en la configuración de estos dos históricos personajes de cómic se asemejan más de lo que parece e incluso de lo que resultaría deseable. Ambos son una encarnación obscena –de tan evidente y clara– de Estados Unidos.
Bruce Wayne es la América que se defiende antes de que la ataquen, la que espera sentada en un porche con un rifle Henry mareando un palillo de dientes en la boca y se planta una cabeza de búfalo para liderar un intento de golpe de estado en el Congreso, mientras que el Hombre de Acero es la América conservadora y proteccionista, hija de la crisis económica de la década de los treinta, que te arropa por la noche mientras te recuerda que estás a salvo, la que predica justicia y esperanza mientras desayuna unos Frosted Flakes, la que lucha de forma diaria por volver a ser trumpianamente grande. Y la América que nos interesa ahora, al menos de momento y sólo de manera metafórica, se identifica claramente con la segunda ya que hoy aterriza en salas españolas el esperadísimo y primer largometraje de DC Studios en llegar a la pantalla grande: «Superman».
Con su estilo característico, James Gunn, quien además de director de la propuesta recordemos que es codirector y copresidente de DC, opta por reimaginar en esta ocasión al héroe de la capa roja con una mezcla singular de acción épica, humor y sentimentalismo, acentuando la implicación de un Superman –a quien da vida un eficiente David Corenswet– impulsado mayoritariamente por la compasión y una creencia inherente en la bondad de los seres humanos.
Arropada por una enérgica banda sonora regada con los acordes de The Mighty Crabjoys, Noah & The Whale o los Teddybears en esa fantástica canción final a dúo con Iggy Pop que tanta información proporciona sobre el desarrollo del personaje y esa necesidad de reconectar con su humanidad aprendida a base de fragmentaciones de la memoria y recuerdos encapsulados en fotos de la infancia y vídeos caseros, la cinta de Gunn cumple a la perfección con su objetivo de entretenimiento para adultos, fans, niños e incluso perros. Los cuales se sentirán muy interpelados por las erráticas, impulsivas y leales actividades de Krypto.
Cuando Superman se ve envuelto en conflictos tanto en el extranjero como en casa, sus acciones para proteger a la humanidad son cuestionadas, y su vulnerabilidad permite que el multimillonario de la tecnología y maestro del engaño Lex Luthor –qué cómodo se le nota a Nicolas Hoult en este tipo de papeles–, que podría leerse como un trasunto de Elon Musk, aproveche la oportunidad para sacar a Superman del camino para siempre. En mitad de esa disyuntiva tan comiquera y predecible, se inicia el emprendimiento de un viaje encabezado por la intrépida reportera del Daily Planet y pareja del héroe, Lois Lane (interpretada por Rachel Brosnahan), junto con otros metahumanos de Metrópolis pertenecientes a la Liga de la Justicia (fantástica y divertida la energía brillante y retadora de Mr. Terrific) y el propio compañero perruno de Superman antes mencionado, Krypto, para ayudar al de Kansas antes de que Luthor pueda destruirlo por completo.
Menos poderes, más alma
En una de las atrayentes escenas entre Clark y Lois -que en todo momento demuestran una irrefrenable química-, mientras se reconcilian después de haber dejado la concreción de su relación en un inofensivo limbo afectivo, nuestro salvador se defiende inocentemente del "ataque" de la periodista señalando lo diferentes que son incluso en lo que a gustos musicales se refiere, alegando que el pop no es aburrido y que incluso "es el nuevo punk".
Obviando de forma deliberada la posibilidad de que esa metáfora no tenga un guiño extrapolable a una idea actual que circula con demasiada velocidad por algunos sectores en los que se piensa sin atisbo de ironía que el fascismo es el nuevo punk, la pretensión general de Kent durante todo su periplo por las agitaciones sociales de la Tierra y las incógnitas oscuras del metaverso no puede evitar lucir tierna y sensible en aquellos momentos que tienen que ver con su vida personal y cotidiana, con el ejercicio de profundización en su identidad emocional donde prevalece el hombre por encima del héroe y estereotípica, confusa, tendenciosa y propagandística en aquellos relacionados con la salvaguardia del mundo y sus derivas geopolíticas. ¿Hasta qué punto es inocente que cuando se inicia la campaña de desprestigio en contra de Superman tras la filtración del vídeo de sus padres se la acuse de querer tener un harén de mujeres relacionando su condición de persona extranjera -en su caso concreto multiplicada al tratarse de un alienígena- con una tradición cultural propia de las familias musulmanas, mezclando estigmas y señalamientos sin ningún tipo de sentido pero al mismo tiempo se intenta proyectar una especie de alegato progresista pro inmigración precisamente a través de la misma figura de Clark dando a entender que ha sido gente como él, gente de fuera, la que realmente ha construido Estados Unidos?
¿O en qué momento resulta irrelevante esa justificación explícita que lleva a cabo el Hombre de Acero del intervencionismo que ejerce por regla general cada vez que considera que un país que no tiene nada que ver con él entra en conflicto con otro territorio saltándose todos los tratados internacionales por la defensa de una causa que él considera justa? Cualquiera pensaría que se parece sospechosamente a lo que Estados Unidos lleva haciendo históricamente desde su nacimiento como república federal pero sobre todo a lo que está haciendo actualmente con su apoyo armamentístico e ideológico a Israel. Sin embargo, de manera contradictoria al planteamiento de estos matices, el pueblo asediado en la cinta de Gunn que solicita desesperado la llegada de Superman para frenar el conflicto, se asemeja más a Gaza que al feudo de Netanyahu.
Sea como fuere, reconocía el director en una entrevista recientemente sobre el subrayado de la faceta humana del protagonista que "en esta película he hecho que Superman sea menos poderoso. Él no está haciendo que el mundo retroceda en el tiempo o golpeando planetas. Sigue siendo muy fuerte, puede levantar un rascacielos, pero no es completamente invulnerable. Su poder más relevante reside ahora en otro lugar, en sus emociones y en cómo las muestra. De hecho, al principio de la película vemos a un Superman que está sangrando. Cuando imaginé que eso sucedería, pensé en lo mismo que me gustaría que pensara el público: “¿cómo llegamos aquí?”". Tal vez "teniendo las manos fuera del ruedo, escuchando música sin freno", siendo un rockero, un punk de verdad. Tal vez la respuesta sólo esté en la letra de los Teddybears.