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Yo acuso a mi hermano

Willem Holleeder era la tercera generación de criminales de una familia holandesa: un psicópata violento que aterrorizó a todo el país y también a los suyos, que no dudaron en traicionarle para que el criminal terminase sus días en la cárcel
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Willem Holleeder era la tercera generación de criminales de una familia holandesa: un psicópata violento que aterrorizó a todo el país y también a los suyos, que no dudaron en traicionarle para que el criminal terminase sus días en la cárcel
En 2016, cuando se publicó en Holanda el libro de Astrid Holleeder «Judas. Así traicioné a mi hermano, el gángster más famoso de Holanda» (Reservoir Books), se vendieron 80.000 ejemplares el primer día. En él, Astrid Holleeder novelaba una intriga familiar de la crónica más negra europea, iniciada con el maltrato brutal de su padre a su madre y hermanos a lo largo quince años y la vida de terror que padecieron cuando el mayor, Willem, impuso su dictadura criminal mediante la intimidación y el asesinato. La historia venía de lejos. Ya su abuelo abusaba sexualmente de las dos niñas y tras la rebelión contra su violento padre ocupó su lugar: Willem Holleeder, Wim, convertido en el criminal más despiadado de Holanda, a quien pedían autógrafos por la calle.
Las historias que narra Astrid en «Judas», además de conmovedoras, forman el retrato fiel y sin truculencias de la realidad que sufrieron los niños Holleeder bajo la violencia de su padre y el miedo en el que siguieron viviendo cuando Wim se transformó en un famoso ladrón, asesino de su intimo amigo y cuñado Cor van Hout y artero manipulador de su madre y hermanos, hasta que, temerosos de que acabara por matarlos a ellos, decidieron denunciarlo.
Tirano veleidoso
La fama de Willem Holleeder comenzó en 1983 tras numerosos robos y coacciones, con el secuestro del presidente de la cervecera Heineken, y el cuantioso rescate que consiguieron: 70.000 euros. El libro de Astrid Holleeder, hermana de Wim, narra en clave de intriga doméstica desgarradora su terrible vida familiar, con un padre borracho que pegaba a toda la familia. Un tipejo del que escaparon tras años de palizas, sufrimiento y sumisión. El relato tiene todos los ingredientes del cuento de hadas de terror: violencia doméstica, maltrato cotidiano, y el sufrimiento de la madre y los hijos por parte de un psicótico celoso, borracho y violento padre que les robó su infancia y juventud. La historia comienza como en las novelas románticas: una chica conoce a un hombre guapo, encantador y cariñoso; un trabajador ejemplar en Heineken. Tras casarse y trasladarse a vivir a su primer hogar, Mr. Love se transformó repentinamente en Mr Hyde: «Un tirano veleidoso e impredecible –escribe Astrid Holleeder–, una faceta que ella –su madre– nunca había visto y que solo comenzó a mostrar después de tenerla bien presa en la red y sin posibilidades de escapar».
«A partir de ese momento
–continúa–, su padre comenzó a beber y a pegar a mi madre, la obligó a dejar su trabajo y a cortar sus relaciones sociales». Un comportamiento de manual que se extendió durante los siguientes quince años, hasta que Astrid huyó de casa con su madre, hartas de aquel megalómano, que cada día gritaba: «¿Quién manda aquí? Y mi madre tenía que contestarle: “Aquí mandas tú”». Un celoso patológico que consideraba a las mujeres seres inferiores, y prohibía que mi madre saliera «a hacer la zorra y de ramera».
La violencia paterna era un ritual diario en cascada: «Mi padre pegaba a mi madre. Mi hermano Wim pegaba a mi hermana Sonja. Gerard me pegaba a mí». Lo llamaban «jugar a las familias», Gerard golpeaba a la pequeña y ella tenía que decirle que mandaba él. Pero Astrid se rebelaba y siguió haciéndolo a lo largo de su vida: siempre aceptó la sumisión a Wim; sufría sus golpes y se resignaba a sus manipulaciones y le hacía ver que era el más fuerte; pero ella, en silencio, era la más lista.
La amistad de Wim con un compañero de colegio, Cor, precipitó las cosas. Wim se hartó de las palizas de su padre y se largó de casa y su hermana menor se casó con Cor van Hout para perderlo de vista. Unos años antes, una cadena de rebeliones hicieron que el padre echara de casa a Astrid, de trece años, y precipitó las cosas. La madre abandonó a su marido y junto, Sonja y Gerard se mudaron a un piso sin tener un duro.
Para desgracia de Astrid, el padre convenció a la madre de que volviera con él jurándole que había cambiado, por lo que padeció de nuevo la violencia paterna hasta que Astrid deseó asesinarlo. Con el cuchillo debajo del colchón, una gran bronca hizo que su hermano Gerard se abalanzara sobre su padre cuando vio que trataba de tirar a su madre por la escalera. Lo golpeó y casi se desnuca. Este niño tímido y callado puso fin a su dictadura con un puñetazo, dejándolo allí tendido para nunca más volver a verlo.
La cárcel
Mientras tanto, la vida criminal de Wim, junto a Cor, iniciaba un ascenso fulgurante con el secuestro del dueño de la Heineken. Su fama corrió paralela a la inexperiencia criminal de ambos. Los detuvieron en París y los encarcelaron en La Santé. Durante los años en prisión, la policía mantuvo vigilada a la familia Holleeder, sus pasos y conversaciones telefónicas. Entre ellos se hablaban en clave. Astrid acabó su carrera de abogada y se casó con Jaap, un intelectual sin otro trabajo que pedir subvenciones para proyectos artísticos, hasta que Wim le propuso regentar un prostíbulo. Fue el comienzo de la carrera criminal de Wim, Cor y Jaap, financiada con el dinero del rescate que no logró incautarse la policía. El idealista Jaap acabó en un puticlub obsesionado por dejar embarazadas a todas las mujeres con la que tenía una aventura.
Sonja cambió la rutina controladora de su padre por la de Cor, a quien encubrió a lo largo de toda su vida, hasta que los sicarios de Wim lo mataron por no pagar una deuda que no había contraído, apoderándose de sus posesiones. Era su tercer intento. A partir de entonces la familia temió por sus vidas y se confabularon para denunciarlo y que nunca más volviera a salir de la prisión, en donde esperaba ser juzgado por cinco asesinatos, un homicidio y dos asesinatos frustrados. Durante años asesinó a constructores de Amsterdam, hasta convertirse en una amenaza de los gigantes inmobiliarios. Todo el mundo lo temía, y más que nadie su propio clan.
Pagar con la vida
Temerosos de morir asesinados, pidieron ayuda al periodista criminalista Peter R. de Vries, que les aconsejó acumular pruebas suficientes para incriminarlo antes de ponerse en manos del Departamento de Justicia. Wim era «un maestro en distorsionar la realidad» y la Justicia relacionaba a los familiares con la banda y los círculos criminales. A su salida de prisión, Astrid, que se había convertido contra su voluntad en confidente y abogada de Wim, acumuló pruebas incriminatorias para que se pudriera en prisión el resto de su vida. Se cosió un micrófono a su ropa interior y fue grabando las confesiones de sus crímenes hasta conseguir que en 2007 fuera sentenciado a nueve años de prisión. Desde entonces Astrid, sus hermanos e hijos tuvieron que vivir escondidos, acogidos a la protección de testigos. Por entonces, un recluso informó a las autoridades que Holleeder pagaría 70.000 euros por deshacerse de sus hermanas.
En el epílogo de «Judas», la autora le escribe una carta a su hermano en la que enumera las razones que le llevaron a escribir el libro tras la denuncia y condena de Wim. Éste llegó a pedirle que le entregara el dinero ganado con el libro sobre el secuestro de Heineken que escribió el periodista Peter R. de Vries. Desde entonces, ella «tenía que lanzar una moneda para saber cuál de sus hijos caería primero».
En dicha misiva recuerda que se veía obligada a testificar en su contra «porque sabía que él no amenazaba, ejecutaba. Mejor dicho —dijo—, haces que otros ejecuten, porque nunca te encargas tú mismo». No fue fácil traicionarlo. «Documentar todo lo que hacías para demostrar que de verdad me confesabas tus crímenes –escribe en su alegato final–, que Sonja, Sandra y yo tendremos que pagar con nuestras vidas por testificar contra ti ya lo sabes. El único motivo por el que sigues con vida es que quieres quitarnos la nuestras. Sin embargo, a pesar de esta certeza, Wim, todavía te quiero».