Fútbol
El Atlético o el equipo del pueblo que tumbó a los plutócratas
Esta temporada es la segunda vez que el Atlético de Simeone logra bailar con la más guapa en el perpetuo vals a dos de la Liga
Aunque el titular es pura basura demagógica, la menos admirable de las armas del arsenal del Cholo Simeone, sí es cierto que cada trofeo que alza el Atlético de Madrid tiene cierto aire insurreccional, una épica de la rebeldía del que vence con muchos menos medios que los vencidos. Parafraseando al gran Marcellus Wallace, el gangster de «Pulp Fiction», el club colchonero está «a un millón de putas millas» de ser un modesto de limitados recursos, pues esquilma a diecisiete de sus competidores con la misma codicia con la que a él lo victiman los dos colosos. Y aun así, ¡qué gustito dar verlos reinar sobre Real Madrid y Barcelona!
El Atlético ha ganado en este Año II del Covid su undécima Liga y se embolsó la décima hace siete años y una semana, tal día como hoy de 2014, al cabo de un partido asfixiante en el Nou Camp. El Valencia, en la campaña 2003/04, era el último club terrenal que se había proclamado campeón, seguramente porque en otoño de 2004, debutó con el Barcelona Leo Messi, que ganó seis de las siguientes nueve ligas, permitiendo sólo tres títulos al Real Madrid. A la última jornada, llegó el Atleti al Camp Nou con tres puntos de ventaja sobre el Barça y un empate en la primera vuelta. Si ganaban los catalanes, conservaban su entorchado.
Igual que ha ocurrido esta temporada, daba la impresión en el tramo final de que nadie quería agarrar la Liga. En las jornadas antepenúltima y penúltima, el Real Madrid y el Atlético sumaron un punto de los seis en liza, mientras que el Barcelona, con dos empates, dobló ese magro botín. Los colchoneros se habrían asegurado el título con una victoria sobre el Málaga en el Calderón, pero el conjunto andaluz, sin jugarse absolutamente nada y entrenado por un ex como Bernd Schuster, arrancó un empate a uno pese a jugar el cuarto de hora final en inferioridad numérica. Los viejos fantasmas del «Pupas» se aparecían por todos los rincones.
Era un Barcelona raro el que comparecía ese día ante los 96.379 espectadores que atestaban el Camp Nou. El Tata Martino nunca se hizo con el mando real del vestuario y la lesión de Víctor Valdés había dejado la portería en manos de Pinto, de profesión amigo de Messi, pero no, desde luego, un guardameta de garantías. Xavi, Neymar y Jordi Alba empezaron en el banquillo, lo que no dejaba de resultar alucinógeno. Pero el Atlético, fiel a su fatalismo atávico, perdía antes del minuto 25 por lesión a Diego Costa y a Arda Turan, y se veía por detrás a la media hora, cuando una volea de Alexis Sánchez entró como un misil por la escuadra de Courtois.
¿La suerte estaba echada? No. Nada más empezar la segunda mitad, Godín martilleaba desde el punto de penalti un córner servido por Gabi y ponía el empate que le bastaba a la tropa de Simeone para suceder al equipo que, dieciocho temporadas antes y de la mano de Radomir Antic, había ganado la última Liga para el Atlético. Los cuarenta minutos que quedaban fueron una exhibición de solvencia defensiva de los colchoneros, que apenas sufrieron ante las acometidas desesperadas de la más fabulosa batería de jugones que podía juntarse entonces sobre un terreno de juego.
Pudo ser aquel mayo el más glorioso de la historia atlética gracias a otro cabezazo de Godín, justo una semana después en Lisboa, pero la irrupción de Sergio Ramos en el punto de penalti en el minuto 93 mandó la final de la Champions a la prórroga. Ésa es otra historia, en cualquier caso. La que debe ser contada aquí es la que ha escrito Diego Simeone desde su llegada en diciembre de 2011. Aquella temporada ganó el primero de los ocho títulos que lleva ganados en el banquillo rojiblanco, la UEFA en Bucarest al Athletic Club, y desde la Liga siguiente, su primera completa, lleva nueve campañas sin bajar del tercer puesto. Habrá entrenadores que hagan jugar al Atleti así o asá... pero ninguno ha hecho a los atléticos tan felices como lo está haciendo el Cholo Simeone.
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